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Aquí la Tierra Antimonumentos

Calle con fantasmas

La pared visible tras la demolición de parte de Las Cuarenta Casas, muestra en el espacio público las trazas del interior de las viviendas

Pared doméstica visible en la calle República Dominicana tras la demolición de parte de Las Cuarenta Casas.

Los fantasmas sortean los coches y transitan entre los peatones. Tal vez, a la velocidad con que atraviesan este tramo de la calle República Dominicana, los ocupantes de los vehículos no reparen en estas presencias ausentes. Pero es más difícil que los viandantes, sobre todo los que no frecuentan esta parte de Las Palmas de Gran Canaria, no noten su vibración sorda, la perturbación que provocan en el tiempo y en el espacio.

En uno de sus flancos el tramo de la vía está enmarcado por una pared medianera, parte de las viviendas conocidas como Las Cuarenta Casas, únicas exponentes en la capital de alojamientos obreros de trazas inglesas construidos a principios del siglo XX, con bloques de dos plantas, balcones y azoteas comunes, grandes zaguanes y patio intermedio. La piqueta demolió hace cinco años una hilera de veinte de estas casas para dar continuidad al tránsito de la calle Juan Manuel Durán por el barrio de Guanarteme, con la calle República Dominicana. Como vestigio quedó la pared, que forma un ángulo recto con el asfalto de la calle y convoca lo que indefectiblemente no comparece ante la vista del transeúnte.

Beige, canela, gris claro, blanco? Los colores del muro, separados por huellas de forjados y tabiques, develan el gusto de los antiguos moradores para ambientar sus hogares, en tanto que la marca de un falso techo para un altillo descubre una organización del espacio doméstico a la que antes de la demolición pocas miradas ajenas tendrían acceso. Las impresiones de clavos invitan a evocar lo que colgaba de ellos: calendarios, relojes, fotografías de antepasados?

La mirada del viandante, por tanto, se escinde entre lo que ve y lo que evoca y el espacio por el que transita se convierte en un intersticio en el que se montan tiempos disruptos.

Como si contemplase una pizarra mágica, el paseante observa las huellas impresas en la pared y lo que recibe es la refracción de una memoria sin recuerdo. Si no tuvo vínculos de ningún tipo con los antiguos habitantes, el viandante capta de inmediato que estas huellas constituyen el recuerdo de algo y de alguien, pero nunca podrá leerlas en el sentido de compartir las emociones que conllevarían tales recuerdos. No se puede poner rostro a lo que no lo tiene, "nada, como dijo un escritor, es tan real como nada".

Pero si esta especie de espacio puede atrapar la mirada del paseante como lo haría la huella de un animal petrificado en una era remota, es por su resplandor oscuro, por su presencia fantasmal: un vestigio del pasado que puede generar en el contemplador una imagen interior que tal vez se haga más densa en el futuro.

Cuesta entender que Las Cuarenta Casas no gozasen de un grado de protección como patrimonio histórico que impidiese la demolición de la mitad de ellas. Punto capital de la memoria obrera de Las Palmas de Gran Canaria, su presencia se imponía rotunda por su singularidad y reverberaba como punto focal de la memoria urbana de esta ciudad.

Interior doméstico y espacio público, familiaridad y extrañeza, ahora y entonces. Desorden melancólico. Contemplar este muro es confrontarse con la evidencia de que el espacio de nuestra existencia, el que nos atrae afuera de nuestro yo, ese espacio en el que se extiende la erosión de nuestra vida, que nos agrieta, contiene en sí mismo múltiples espacios.

Puesto que ninguna autoridad con facultad para hacerlo declaró monumento a este conjunto edificado, hay que hacer votos para que al menos preserven esta pared, estas formas fantasmagóricas que han sobrevivido a sus usos, como uno de los más valiosos antimonumentos de Las Palmas de Gran Canaria.

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