"Quiero que la gente conozca la parte positiva de la vida a pesar de las dificultades que nos plantea cada día". Ese es el mensaje que desea lanzar Eduardo Martínez, farmacéutico, 40 años, a quien su existencia se dio la vuelta cual calcetín cuando la vida le sonreía. Estaba recién casado y profesionalmente despegando. Una lesión medular sufrida el 3 de noviembre de 2012, consecuencia de un accidente de bicicleta cuando se entrenaba para participar a la Escalada Ciclista Internacional al Pico de las Nieves, lo sentó en una silla de ruedas limitando sus movimientos. De cintura para abajo, era otra persona. Ese día, bajando La Pasadilla, (Telde) se truncó su vida de caminante pero gracias a su inequívoca vocación de sacarle partido a su existencia, descubrió en sí mismo a un ser humano de gran fortaleza. Física y mental. De Eduardo me gusta su mirada, sus ojos pequeños y curiosos y su risa. Y su valor, cómo no.

Para que el lector se haga una idea del giro que dio la vida de Eduardo después del accidente hagan un ejercicio. Observen la foto que ilustra el reportaje y luego lean lo que escribe el propio Eduardo. "Yo siempre he practicado mucho deporte. En el año 2008 me planteé hacer travesías de largas distancias, de tal manera que en tres ocasiones hice La Bocaina entre Lanzarote y Fuerteventura, 15 kilómetros, y terminé el Ironman de Lanzarote del 2012. ¡Ah!, y una cosa que te va a gustar: al llegar a la meta le pedí la mano a mi novia, Silvia Santana, y nos casamos el 18 de agosto. Soy un romántico y ella ha sido la mejor elección de mi vida".

Pero el destino es puñetero y a los tres meses de la boda llegó el accidente y le cortó las alas. La fatídica bajada en bici la recuerda con dureza. "Vi la muerte de frente. La bajada tenía un 23% de pendiente. Había gravilla y perdí el control en una curva. Cuando salí de ella iba a gran velocidad, a 80 kilómetros por hora. De frente tenía el barranco y aunque intenté meterme por la ladera, no pudo ser. Salí despedido. Si te digo la verdad yo he visto el famoso túnel. Me salvó un chico que casualmente pasaba por allí y me vio tirado en el barranco. No, no he vuelto a pasar por esa carretera ni creo que lo haga nunca pero, en fin, los accidentes son parte de la vida", cuenta.

El brutal siniestro le causó una lesión medular que no le impide caminar. La primera pregunta que Eduardo le hizo al médico, aun en el hospital, fue "¿Doctor, podré caminar?", respuesta: "No". "¿Y nadar?", "Claro que sí, nada te lo impide". Como Eduardo no es un extraterrestre vivió momentos durísimos, en los que Silvia, la familia de ambos y los amigos se cuadraron y cerraron filas a los pies de la cama. "Podrás hacer deporte, Edu. Esto no acaba aquí". Esa actitud le dio alas y poco a poco, con una tenacidad admirable, su proceso de superación y de lucha ha sido recompensado. Ahora está ilusionado con un exoesqueleto, especie de robot, que ya ha probado y con el que no descarta volver a caminar algún día. "Lo que espero es que sigan desarrollándolo para al menos intentarlo".

Silvia, abogada, 39 años, es las manos, las piernas, la persona que oxigena la vida de Eduardo. No se separa de su lado pero reconoce que desde aquel día su vida dio un giro tremendo. Dejó el trabajo, lo dejó todo por su marido. Su vida no tiene nada que ver con lo que era. Es mujer, amiga y adjunta de su resistencia. El tándem perfecto. "¿Lo primero que hice cuando me dijeron que no volvería a caminar? Pues ponerme a su lado y agarrarle la mano". Ella lo supo primero; a él se lo dijeron un poco después. Un día, la guapa Silvia, tuvo la necesidad de plasmar en un libro sus sentimientos, lo positivo de la vida aún en la situación en la que ambos estaban y unas pinceladas de amargura, que la hubo. Sonríe, ponte plumas y celebra la vida es su título.

El texto contiene párrafos que dejan al aire dolor y sonrisa. "Cuando tomé la decisión de casarme jamás imaginé que en tres meses cambiaría todo. Un accidente y una nueva compañera de viaje pusieron mi mundo al revés", escribe. En otro, expone: "A pesar de ser una historia dura espero que el libro refleje mi sonrisa y nuestro positivismo; que transmita nuestra intención de, pese a todo, celebrar la vida". Silvia es discreta y cariñosa y si le preguntas por sus miedos de aquellos días confiesa que "lo que yo no quería era que Eduardo después del accidente cambiara; quería que tuviera la misma mirada. Cuando lo vi en el hospital lo miré y me dije: "sigue siendo mi Eduardo".

Los que sospechaban que Eduardo le daría vuelta a su adversidad, que acabaría haciendo lo que más le gusta en el mundo, el deporte, acertaron de pleno: "Después del accidente tuve claro que volvería a hacer deporte. Clarísimo. Ahora participo en travesías por toda Canarias y el año pasado hice en El Hierro la Travesía del Mar de Las Calmas de 12 kilómetros, que me hacía mucha ilusión. Ahora he comenzado a participar con la bicicleta de manos (handbike) en diferentes pruebas pero a medio plazo quiero hacer triatlones".

Pero la guinda de su pastel ha sido constituir junto a Silvia el Club Deportivo La Vida Sigue En Positivo cuya finalidad es apoyar al deporte para personas con discapacidades y sin ellas. "Ahora contamos con 40 deportistas; el año pasado estuvimos presentes en casi 50 pruebas ciclistas, atléticas, triatlones y travesías a nado en las islas así como en pruebas nacionales e internacionales. Estamos muy satisfechos y felices".

Ese proyecto se ha llevado a cabo con mucho esfuerzo; necesitan material adaptado a las necesidades de cada discapacidad que es caro y difícil de adquirir. "De los cuarenta deportista que estamos en esto, cinco tienen alguna discapacidad. Es tan gratificante verlos llegar a la meta después de estar convencido de que no podrían hacer deporte nunca más y comprobar que han superado tantas dificultades que esas imágenes no tienen precio". Con la ayuda de ICOT, la Fundación DISA, Cartilavant, As de Guía y prohibidorendirse.com más la venta de pulseras y merchandising del club, escapan; pero quisieran mayor implicación de las autoridades. "Para nosotros la necesidad del deporte equivale a la necesidad de sentirse libre, nos cambia la vida", explica.

Cada mañana Eduardo se mete en la piscina haga frío o calor. "Yo, que durante años nadé, la primera vez que me metí en el agua después del accidente no tenía fuerza para nada. Era un cuerpo muerto. Hoy no, hoy controlo y vivo feliz. El truco es aprender a vivir de otra manera".

Es mágico.