"Nací a 50 metros, crecí a 50 metros y moriré a 50 metros de Las Canteras. De hecho, ya con dos meses, mis padres me tenían sobre una toalla en la arena mientras mis hermanas se bañaban. Si yo no miro todos los días a la playa, yo no vivo". Así explicaba el pasado verano Luis Marrero, carpintero de ribera y empresario, a este periódico su relación tan estrecha con la bahía. Marrero falleció ayer en la capital grancanaria a los 86 de edad, tras una intensa vida casi de película. Estaba casado y tenía cinco hijos, uno de ellos -Pablo- ya fallecido.

Perteneciente a una familia de constructores de Tenerife, que se instaló en la Isla, fue un avispado hombre de negocios, cuyos últimos años de su vida, tras más de treinta relacionado con el Puerto, los pasó entretenido construyendo barquillos de madera en la azotea de su casa, que regalaba a amigos y conocidos.

"Nací y me crié entre masones", confesaba el empresario, en relación a su familia paterna. Él también perteneció a la Masonería. Defendió la Logia Madre entre 1946 y 1974, cuando ser masón en este país era un delito, y fue también venerable maestro de la institución. Hace escasos meses fue proclamado miembro de honor de Abora 87, dentro de la Gran Logia de España, y es autor de varios libros sobre la materia.

Por parte materna, heredó su afición a la artesanía ya que su bisabuelo fue maestro de ribera en el varadero de San Telmo; y, de su abuelo, el ser constructor de barcos, aunque primero experimentó en la construcción de pilas, aprovechando la roca de la Barra de Las Canteras, donde la familia se había instalado.

Luis Marrero estudió tres años de Comercio, pero el gusanillo del mar le atrapó desde pequeño ya que a los 14 años la familia se trasladó a la calle Padre Cueto, a escasos metros del Puerto, donde su padre trabajaba. Allí descubriría la vida ajetreada del recinto portuario y de los cambulloneros, en una época en donde el estraperlo y el contrabando estaba a la orden del día a causa la escasez que impuso la Guerra Civil y la II Guerra Mundial.

Dos viajes a la ciudad de Tánger fueron suficientes para que construyera su primer barco -elVirgen de la Peña- con el dinero conseguido con la venta de camisas de seda, relojes y otros objetos que trajo de la ciudad marroquí y que luego revendía en la capital. Con el barco trabajó, posteriormente, en el transporte entre Islas.

Durante unos años emigró a Brasil y, a su vuelta, en 1969 montó una taller de muebles cuyas piezas decorarían más de un apartamento y hotel en el Sur de la Isla en plena expansión turística. La entrada del maestro Domingo, carpintero de ribera en la carpintería, marcó el despegue de Marrero hacia la construcción de pequeños barcos y falúas pesqueras para los armadores coreanos y rusos que habían entonces en el Puerto. A principios de los 70 una ordenación del Puerto le obligaría a cerrar la empresa y comenzar de nuevo.

Marrero, articulista para entonces de LA PROVINCIA/DLP, montó un negocio de restauración en Playa de Inglés, donde estaría hasta finales de los años 80. Sería uno de sus últimos negocios.