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Perfil

El niño que se enamoró de un lago con cisnes

Miguel Montañez mira una foto de su querido maestro Gelu Barbu. JUAN CARLOS CASTRO

Todo empezó cuando con siete u ocho años, fascinado por el sonido de la obertura de El lago de los cisnes, el niño que entonces era Miguel Montañez siguió la ensoñación de la música para saber de dónde procedía aquella maravilla. Salía de un televisor Telefunken que presidía el salón de casa. Era magia. "Me impresionó. Con la curiosidad de mis pocos años me acerqué y comprobé que esa música daba pie a la actuación de un ballet cuyos componentes formaban con sus cuerpos el nombre del programa, La Danza. Es una de esas imágenes que he tenido grabada toda la vida".

Cómo sería la atracción que ese programa ejerció sobre Miguel, que dejaba los juegos infantiles con los amigos y los veía todos. "Mi padre, que era un melómano, se sentaba en el salón y cuando empezaba me avisaba". Tuvieron que pasar otros ocho años hasta que Miguel se topara con que haría realidad su sueño de danzar. Un hombre rumano, alto, guapo y fuerte le preguntó un día en un español chapurreado: "¿Quieres algo, mi niño?". Lo había visto atraído por la danza, por el baile. Así conoció Miguel a Gelu Barbu. Con 16 años se inició entre ellos una relación artística de admiración y respeto que duró 40 años. Miguel hoy es director de la Escuela del Ballet Las Palmas de Gran Canaria, que Gelu puso en marcha, trabajo que desarrolla junto a su compañera y también bailarina Wendy Artiles.

Montañez tiene 59 años y dice que desde que era un chiquillo tuvo claro que su vida era la danza y más tarde que su familia extensible sería el mismo Gelu, y la mujer de su vida, Wendy. No deja de ser curioso cómo un niño de siete u ocho primaveras se sienta atraído por la danza, por la música clásica, artes de las que no conocía nada. Sentido y sensibilidad. "No creas, para mí también es un misterio".

Miguel vivía por la Plaza de Feria y le hacia los mandados a su padre, es decir, prensa, tabaco, lo típico. "Yo compraba los periódicos y camino de casa los ojeaba. Cuando veía noticias de ballet y fotos de Gelu me quedaba con la boca abierta. Yo ya quería pertenecer a ese mundo, pero no sabía cómo entrar". Pero el azar se pondría de su parte. Le paseó brevemente por una banda de música donde tocaba el tambor y la caja y, aunque no se convirtió en el mejor percusionista del mundo, eso le abrió una puerta vital: una serie de mudanzas de la banda coincidieron finalmente con la cercanía a la escuela de Gelu, y es ahí cuando, en un ensayo, "al que yo iba de novelero", el maestro rumano se acerca y me hace le pregunta: '¿Quieres algo, niño?', bailar", fue su respuesta. Tenía 16 años. Con poco menos de 20, Miguel comenzó a ser dirigido por Gelu en su escuela de Danza. Entre ellos se gestó una complicidad y un cariño que duró hasta los últimos minutos de la vida del artista rumano. Para él ha sido un segundo padre y, por tanto, es "hijo" de una leyenda.

Lo bueno que ha tenido Miguel es que su condición de "esponja" le ha servido para aprenderlo todo de un mundo complicado y de zancadillas. "Gelu me hizo amar la danza de tal manera que le he dedicado cerca 40 años de mi vida y encima a su lado, en la escuela. Conocí a Wendy que estaba allí como yo, de alumna. La recuerdo rubita, de ojos grandes, con sus mayas enterizas, negras. Me enamoré, claro. Nosotros tres, Gelu, Wendy y yo éramos un trío inseparable en las buenas y en las malas. La vida me ha regalado estar al lado de una persona como Gelu, mi maestro, mi amigo y también mi padre; hablaba siete idiomas, tenía grandes conocimientos del arte y especialmente en la danza, amor al trabajo, paciencia y compromiso. Y un maravilloso sentido del humor. Como verás vienes para que hable de mí y acabo hablando de Gelu, pero me gusta. Su ausencia es ley de vida pero sigue doliendo".

Hablamos de la danza y sus prejuicios. "Sin duda los hay, aunque estemos en el siglo XXI. De hecho, cuando un niño le dice a sus padres que quiere ser bailarín clásico, casi siempre le animan a practicar el fútbol o el judo. Eso ocurre en una buena parte de la sociedad". Recuerda Miguel que los bailarines sí saben el duro trabajo físico que implica la danza. "Pero bueno, simplemente les digo a esos padres que si creen que su hijo haciendo ballet se volverá mariquita les aseguro que para ser mariquita no hace falta ser bailarín. En fin, son los estereotipos que vienen de una sociedad acomplejada, en los que se sigue pensando que, si eres niña, has de hacer ballet y, si eres niño, fútbol o judo. Es ridículo"

Montañez no ha parado de estudiar. "La danza es muy exigente, mucho", recuerda. Stages Internacionales en San Petersburgo (Rusia), Bruselas (Bélgica) hasta llegar a conocer "al genio de nuestro siglo en la danza contemporánea", Maurice Béjart, director del Ballet del Siglo XX. "Béjart me ofreció quedarse en la compañía, pero la vida manda y por motivos familiares lo tuve que rechazar, pero es algo de lo que nunca me he arrepentido". Entre sus profesores el destaca a Inna Zubkovskaya, Magdalena Popa, Rosella Highttower, Madame Lagá, Anatoly Sapagov entre otros. "Gratitud siempre. Me siento orgulloso de lo que he logrado, de mi formación, de haber sido capaz de vivir de mi pasión, la danza"

Su espíritu guerrillero le sale al final de la charla, con lo bien que íbamos. "Pon ahí una cosa", me dice. "Que es lamentable que la danza que en Las Palmas Gran Canaria vivió una época brillantísima haya bajado y no en calidad, no. En respeto. Los políticos no deben saber la importancia que para cualquier pueblo tiene su cultura, por eso se dedican a poner obstáculos hasta para subir a un escenario. Es inadmisible que en el Pérez Galdós, teatro donde toda la vida hemos bailado, no se nos faciliten las cosas y que hasta los ballets que vienen a nuestra ciudad vayan a parar al Auditorio. El artista canario tiene un problema; los dirigentes de la cultura no arriesgan, no creen en nosotros".

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