La noche de San Lorenzo es mágica. Los fuegos inundan el cielo y penetran en los oídos de las miles de personas que abarrotan el pueblo cada 10 de agosto. Pero también es un día en el que familiares y amigos se unen en torno a una mesa repleta de comida y bebida. Porque la noche más calurosa del año no es solo luz y color, sino también recuerdos, charlas y risas.

En el número 254 de la carretera general de San Lorenzo, ocho amigos compartieron condumio y vivencias a la luz de un candil del siglo XVIII. El dueño de la casa es el abuelo de uno de ellos, Eduardo Rivera, de 85 años de edad y extesorero de la Comisión de Fiestas de San Lorenzo. Samuel Guzmán, orgulloso nieto, aprovechó que su abuelo pasa esta noche con sus hijos para montar un buen asadero en el patio frontal de la vivienda, con vistas al centro del pueblo.

Con su novia y seis amigos más, preparó todo un banquete para animar las horas previas al inicio del espectáculo pirotécnico más esperado del año. "Hay que tener la tripa llena para poder ir a ver los fuegos", bromeó arengado por las risas de sus compañeros de velada. El estar con los amigos y familiares es "el fin último de estas fiestas", comentó luego mientras servía un plato a rebosar de pinchos morunos, bajo la atenta mirada de sus hambrientos invitados.

Esta es la primera vez, además, en que celebra San Lorenzo de este modo, puesto que hasta el año pasado acudía religiosamente a casa de sus tíos, un poco más abajo. Su vivienda, que tiene más de un siglo de vida, puesto que pasó de sus bisabuelos a su abuelo, está enclavada en un lugar inmejorable para disfrutar las fiestas de lleno, muy cerca de la parroquia y de la plaza del pueblo, desde la que llegaban los acordes de la música en directo de un grupo de rock. Sin embargo, ellos tenían su propio DJ en casa, que pinchaba todos aquellos temas que los exigentes danzarines le pedían.

En la mesa del patio, además de los pinchos de carne asada en la parrilla, los comensales podían degustar productos ibéricos, tortilla de papas, picatostes o papas arrugadas con mojo o alioli, a gusto del consumidor. "Llevamos cocinando desde las seis de la tarde, y parece que va a sobrar mucha comida", comentó con satisfacción antes de añadir que esta noche sirve para "devolver las tradiciones antiguas a las personas modernas".

Tras la copiosa cena, el plan estaba claro: ir a ver los fuegos al Ebro, la pequeña colina que vigila el valle de San Lorenzo, "desde donde podemos vislumbrar los voladores en todo su esplendor". Y tras la pirotecnia, a la fiesta en la plaza "hasta que el cuerpo aguante o la policía desaloje". Aunque admiten que antiguamente, con las verbenas, la fiesta era todavía mejor.