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Obituario

Memoria agradecida de Morillas Brandi

José Antonio Morillas Brandi, en una imagen de 2015. LA PROVINCIA / DLP

Coincidimos en algunas etapas de la formación y, sobre todo, después de ordenados, en Las Palmas. Tanto en la comunidad del Colegio como en la del barrio de La Isleta. Nació el mismo año que yo: 1947.

Siento en estos momentos, sobre todo, el dolor y la tristeza de la desaparición física de alguien con quien el roce de la convivencia de años creó un verdadero cariño y aprecio mutuo, más allá y en medio de las diferencias de formas de ser y actuar.

Creo, además, que debo expresar este cariño y aprecio no sólo porque es lo que espontáneamente me surge, sino porque a veces se nos ha achacado, no siempre sin razón, a los jesuitas que "vivimos sin conocernos y morimos sin querernos" o viceversa. No es esa mi experiencia habitual, ni la que he visto en otros compañeros. Y no la ha sido tampoco con José Antonio.

Destacaría de la personalidad de José Antonio algunas cualidades notables desde mi punto de vista:

1. Su servicialidad. Siempre disponible para cualquier favor que le pidiéramos. Desde sustituirnos en alguna eucaristía, hasta trasladarnos a cualquier lugar pasando por otras muchas circunstancias. Le ayudaba a esa servicialidad su gran vitalidad y energía, pero su disponibilidad no se debía solo a esas características naturales, sino a una actitud interior de fraternidad y servicio que se dejaban traslucir en todo momento.

2. Su interés por la sociedad y cultura actual. Estaba al día de la vida y pensamiento contemporáneo. Leía mucho. Recortaba artículos de prensa que utilizaba en sus charlas, homilías o clases. Todo ese conocimiento e información socio-cultural se mostraba en sus diferentes intervenciones públicas, que suscitaban mucho interés, atención y agrado, especialmente entre los más jóvenes y más inquietos. Recuerdo, por ejemplo, el gran interés y beneplácito que suscitaban sus homilías dominicales en la iglesia de S. Agustín en el barrio de Vegueta. Tenía un público numeroso y fiel que disfrutaba y aprendía oyéndolo. También recuerdo el grupo de jóvenes que formó en el tiempo que colaboró en la parroquia del barrio de la Feria del Atlántico. Continuaron reuniéndose y disfrutando de su amistad muchos años después de acabar su servicio en esa parroquia.

3. De sus clases en el Colegio (y antes en el Colegio de San José en Málaga) pueden hablar mejor que yo otros que compartieron con él más años de enseñanza de los que yo compartí en el Colegio de Las Palmas. Pero en los que yo estuve pude comprobar que sus clases, concienzudamente preparadas, eran muy apreciadas y alabadas por los alumnos.

4. Era un hombre libre y abierto, que amaba la vida. Su tipo de espiritualidad no veía contradicción, sino todo lo contrario, entre su fe cristiana y la apertura a las costumbres y hábitos de la sociedad en que vivía. Transmitía alegría de vivir y libertad. Es verdad que, para algunos, podía parecer algo exótico y atrevido en sus maneras de vestir o actuar. Incluso les escandalizaba. Pero a otros le alegraba ver un representante público de la Iglesia sin temor a vestirse de Carnaval (con lo arraigada que está en el pueblo canario esta fiesta), a llevar puesto el equipo de ciclista en sus frecuentes paseos en bicicleta o a gustarle con pasión la música pop. Incluso a ponerse de vez en cuando su shilava árabe.

Por cierto, su interés por la cultura árabe era notorio. Intentó conocer y hablar árabe y visitó Marruecos. Los jesuitas franceses que vivían antes en Temara, cerca de Rabat, se acuerdan bien de sus visitas allí y a Midelt, en el Atlas marroquí, donde acompañó varias veces al jesuita andaluz Antonio Pascual que allí vivía ejemplarmente.

Pero no era sólo lo externo de la cultura moderna europea o árabe lo que conocía y apreciaba. Era un hombre profundo y estudioso. Nada superficial. Su tesis doctoral sobre la II República en Granada es una muestra más de ello.

Creo, sin duda, que muchos jóvenes, y no tan jóvenes, sentirán con su muerte no solo dolor, sino cierta orfandad espiritual al comprobar que ya no pueden convivir, disfrutar y dialogar con alguien que les comprendía y sintonizaba con sus pensamientos y gustos y que, sobre todo, los quería y ayudaba a ser libres desde sus motivaciones hondas cristianas y/o humanas. Querido y añorado José Antonio, gracias por la vida y energía que nos transmitiste. Gracias por tu cariño y servicialidad, por tu esfuerzo en poner en diálogo permanente la fe cristiana con la cultura contemporánea. Gracias por tu espíritu siempre joven y libre. Nos quisiste y te querremos siempre. Y ese Jesús-Hijo de Dios y del Hombre que es "el más joven de todos nosotros" (como dice de él un no cristiano, Khalil Gibran), seguro que te habrá recibido con los brazos abiertos.

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