La Provincia - Diario de Las Palmas

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El caso 'burkini' El largo camino hacia la liberación

Las religiones al sol

Las mujeres sobrellevan con resignación las imposiciones morales

Una mujer musulma en burkini en la playa de Las Canteras. JUAN CARLOS CASTRO

La estética de las mujeres con neopreno que bajan a la playa a hacer surf se asemeja a la de aquellas otras que han provocado con sus burkinis tanto revuelo este verano de 2016. La similitud llamó la atención de Loola Pérez, miembro de la Federación de Mujeres Jóvenes de España: "Si comparamos el burkini con otra prenda de baño, como un traje de neopreno, ¿cuál es la diferencia?", se preguntó al ser solicitada su opinión al respecto. La más evidente salta a la vista: tabla o velo. Pero a unas y a otras persiguen lo mismo: disfrutar de una tranquila jornada de sol y playa. Ante un acto tan inane, ¿por qué tanto alboroto?

La mecha prendió en Córcega cuando un turista fotografiaba a unas burkinistas y los hombres que las acompañaban trataron de impedirlo. El enfrentamiento se saldó con cinco heridos y el veto de las autoridades al uso del traje de baño musulmán. Días antes se había cancelado en Marsella una jornada exclusiva para mujeres con burkini en un parque acuático, contratada como en otras ocasiones por una ONG. Otros incidentes con bañistas "veladas" se sucedieron en varias playas francesas y una decena de ayuntamientos galos prohibió su uso. A lo largo del mes de agosto fueron multadas una treintena de mujeres y el caso llegó a los tribunales.

"Llevo burkini porque soy libre", retó la musulmana y activista Hallar Abderrahamam al mundo occidental, divido entre defensores y detractores. La misma libertad con que un grupo de mujeres canarias asegura haber bajado a la playa de Las Canteras religiosamente cubiertas hace cinco décadas: "Ibamos juntas varias amigas hasta la orilla y nos sosteníamos el albornoz unas a otras mientras nos bañábamos. Nadie nos obligaba a hacerlo así, simplemente se hacía así. Era la costumbre".

La fuerza de la costumbre

"En las dos riberas del Mediterráneo, las mujeres han llevado la cabeza cubierta durante milenios. Las cristianas de la orilla norte se las destaparon hace menos de un siglo", recordó la escritora Almudena Grandes. Y otros, como el periodista Arcadi Espada, apuntalaron su opinión: "Occidente tardó siglos en organizar esa tolerancia y es ahora que, ¡en nombre de esa tolerancia!, la intolerancia regresa". Y remató su artículo recordando que "el burkinismo, como el nudismo, atenta contra esa parte de la estética que llamamos moral".

En España, la moral católica combatió con uñas y dientes el incipiente movimiento a favor del destape que introdujo en el país la actividad turística. La ciudad de Las Palmas fue protagonista involuntaria de esa "cruzada" porque en ella se conjugaran dos factores opuestos: una playa como Las Canteras y un obispo como Pildain. Uno de los biógrafos del prelado vasco, Agustín Gil, lo resume así: "Pildain luchó como un cruzado contra la inmodestia en los vestidos, los bailes modernos, los cines inmorales, las playas deshonestas, el turismo indecente, la prostitución y los carnavales".

Las cartas pastorales de Pildain en defensa de la moralidad católica se multiplicaron a partir de finales de los 50 y a lo largo de los años 60. Sólo el título de algunas de ellas son toda una declaración de intención: La deshonestidad en las playas y en las modas, Contra las indecencias veraniegas o El turismo y las playas, las divisas y los escándalos. La indignada oposición del obispo contra los tiempos que corrían llenó sus epistolares de calificativos tenebrosos e imágenes apocalípticas, al estilo de las que en pleno medievo debieron inspirar los infiernos y paraísos del Bosco.

Pildain ordenó a sus sacerdotes "negar la sagrada comunión a todas las mujeres que no se presenten honesta y modestamente vestidas". Inmodestia en el vestir que no sólo incluía escotes, aberturas y transparencias, sino también "las que los tengan de tal manera ceñidos que acentúen los contornos y formas" y "las que lleven la manga tan corta que no cubra, por lo menos, la mitad del brazo". Todo esto sucedía en los años en que se acaba de inventar una de las prendas-símbolo de la liberación de la mujer: la minifalda, que circulaba ya a sus anchas en los principales centros de moda de diversas ciudades europeas antes de expandirse alegremente por medio mundo.

En tiempos de la minifalda

"¡No hay derecho a que con su impudor y descoco unos cuantos o unas cuantas acoten para ellos las playas, al expulsar de ellas en la práctica a quienes no pueden en conciencia acudir a las mismas¡", se lamentaba Pildain. Y añadía: "Que no se nos replique con el vetusto slogan diciendo que 'el que no quiera mirar, que no mire'. Porque todo el mundo tiene derecho a contemplar las playas y extasiarse ante las soberanas bellezas de que Dios quiso dotarlas, sin que nadie tenga derecho a interferir esa visión con desnudeces o semidesnudeces de los amorales".

Y para poner coto al progresivo destape social en la ciudad que le tocó velar, el obispo de Canarias mandató a sus sacerdotes no solo negar la comunión, también la absolución "a quienes persistan en tomar baños de sol en traje de baño en compañía de personas de otro sexo". Y hasta la entrada en las iglesias a las mujeres "inmodestamente vestidas". "Acabemos de una vez con ese espectáculo, denigrante y escandalizador, de hombres semidesnudos y mujeres en bikini junto a ellos, ostentando sus desnudeces, más que de cara al mar, de cara al paseo, que a veces osan atravesar con sus impúdicos vestidos y que contemplan jóvenes y adolescentes que se abrasan en las llamaradas del instituto sexual".

Fue en este clima de presión social en el que las jóvenes canarias de ayer, las abuelas de hoy, bajaban "libremente" a la playa a darse un baño fugaz, antes de enfundarse de nuevo el albornoz, para no encender los bajos instintos de los hombres ni la ira de los vigilantes de la playa de entonces.

El 'burkini' y sus circunstancias

Cada moral tiene su tiempo y a cada tiempo le llega su moral. Al debate entorno al burkini le rodean unas circunstancias poco favorables a la comprensión del mundo islámico y sus símbolos. Más de 400 heridos y 130 muertos en tan solo diez meses a consecuencia del terrorismo yihadista pesa demasiado en el ánimo de Francia, angustiada aún por el impacto de Charlie Hebdo o Niza, por citar solo dos de los actos más violentos.

"Entiendo la reacción de los alcaldes en este momento de tensión. El burkini no es una nueva gama de trajes de baños, ni una simple moda, es una prenda ostentosa de pertenencia a una religión en cuyo nombre nos asesinan. ", argumentó el primer ministro francés Manuel Valls. Y concluyó: "Denunciar el burkini es denunciar el islamismo mortífero"

Días después, la justicia francesa le quitó la razón: "La emoción y preocupación resultante de los atentados no es suficiente para justificar la prohibición", sentenció el Consejo de Estado. "Ni el islam ni el Corán impone el burkini, prohibirlo no va a acabar con el terrorismo", opina Hallar Abderrahamam. El ministro italiano de interior, Angelino Alfano, considera que más bien puede tener el efecto contrario y se ha negado por ello a vetarlo en las playas de Italia.

Todo esto ocurre, sobre todo, en la patria de las libertades, donde viven en la actualidad ocho millones de musulmanes. Y donde el expresidente Nicolas Sarkozy, al presentar su candidatura, ha planteado el debate en términos identitarios y anunciado que se propone vetar el uso del bañador islámico en todo el país por ser "una provocación de las comunidades antifrancesas que no se integran en nuestra cultura". Su planteamiento se resume en las tres palabras con las que ha titulado su libro: Todo por Francia. En ese marco, ¿queda espacio alguno para citar siquiera el proceso de liberalización de la mujer? "Hubiera sido de esperar que la Revolución Francesa cambiara la suerte de la mujer. No fue así. Esta revolución burguesa fue respetuosa con las instituciones y valores burgueses; la hicieron los hombres de forma prácticamente exclusiva", reflexionó Simone de Beauvoir en El segundo sexo.

"Detrás de los argumentos que secundan los históricos conceptos de liberté, egalité y fraternité sobreviven el machismo y la islamofobia. Y la pretensión de controlar como deben exhibirse las mujeres musulmanas", razona la joven Loola Pérez. Y añade: "La última emboscada del feminismo occidental contra las otras tiene como protagonista el veto al burkini".

La presidente de la Unión de Mujeres Musulmanas de España, Laura Rodríguez Quiroga, lo expresa con otras palabras: "Dicen que el burkini es un símbolo de la opresión de la mujer; si la intención es liberarnos, no tiene sentido hacerlo prohibiendo. Es contradictorio". Opina lo mismo Encarna Carmona, profesora de Derecho Constitucional y coordinadora del Grupo de Igualdad de Género de la Universidad de Alcalá de Henares: "Hay un conflicto de derecho fundamentales, Pero el derecho solo debe prohibir algo cuando está muy justificado". Y lanza un cabo a las mujeres "veladas": "En cualquier caso, ¿no es mejor que acudan así a la playa a que se recluyan en sus casas"?.

Mujer contra mujer

Como si la oyera, una abogada libanesa de 27 años contaba su experiencia en la red: "Las nuevas prendas reglamentarias que cubren el cuerpo, o burkini como le dicen en Occidente, son cómodas, se secan rápido y gracias a ellas mi madre ha podido realizar actividades acuáticas con sus nietos sin sentirse incómoda. ¡Algo impensable cuando yo era pequeña"!. Y una empresaria musulmana de 58 afirmaba por su parte: "Yo creo en Dios pero nunca me velé. Sin embargo, tanto mi hermana como mi nuera decidieron ponerse velo desde los 15 años. Es una elección personal que ha de tomar toda musulmana".

El cara a cara entre las mujeres occidentales y musulmanas tiene mucho de desconocimiento del otro: "El prototipo de la mujer musulmana que se ha fabricado en Occidente, nada tiene que ver con la realidad del Islam", ha señalado el sirio-canario Adib Mouhafel, miembro de la Federación Islámica de Canarias. Para el presidente de la Unión de Comunidades Islámicas de España, Riay Tatary, "el burkini no es un debate de envergadura. El verdadero debate es el de la educación".

Los intelectuales de una y otra orilla del Mediterráneo han simbolizado la cuestión en una disputa entre el velo y la minifalda. Pero algunas feministas occidentales como Loola Pérez advierten que "catalogar a las mujeres como más o menos libres por los centímetros de ropa que llevan empobrece cualquier lucha por sus derechos". En el lado musulmán, donde el topless no es un símbolo de la liberalización de la mujer sino de la decadencia de Occidente, Laura Rodríguez Quiroga considera que "es falsa la concepción de que una mujer cuánto más se desnuda, más libre es".

La función de la fe

Un grupo de científicos que ha puesto la fe bajo la lupa de la ciencia, tratando de analizar neurológicamente el misticismo -lo denominan la neuroteología- ha tratado de responder a esta pregunta: "¿Qué ventajas evolutivas nos han convertido en animales creyentes?". Y entre las respuestas sugeridas apuntaban que "la fe proporciona a las personas unos códigos morales y comportamientos que mejoran la conexión y la función social del grupo". Esos códigos morales, como tantas otras normas, no han incidido de la misma manera en los hombres y mujeres de ese grupo. Las apocalípticas arengas del obispo Pildain de hace medio siglo en Canarias y la guerra contra el burkini son tan solo botones de muestra.

Y mientras el mundo moderno sigue moviéndose entre el dilema sobre si priorizar la libertad o la seguridad para combatir el terrorismo, o interrogándose sobre si Dios creó al hombre o fue el hombre quién creó a Dios, la mujer sigue inmersa en su particular baile de la yenka en el largo y lento camino hacia su liberación. Ya lo advirtió en su tiempo otro francés ilustre, el filósofo Diderot: "¡Mujeres, os compadezco!".

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