La Provincia - Diario de Las Palmas

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Defendamos los árboles de la ciudad

Mi pasión por el deporte es indisociable de mi amor por la naturaleza, amo los árboles y los jardines

Las tres palmeras de la Plaza San Antonio Abad. CARMELO CABRERA

Si tuviese que enumerar los puntos de referencia que jalonan mi imagen de Las Palmas de Gran Canaria, la ciudad en la que nací y en la que vivo en la actualidad, tendría que hablar del patio del colegio Corazón de María, el Claret, donde di mis primeros pasos en el mundo del baloncesto, que, tiempo después, ya como deportista profesional, me llevaría por canchas de medio mundo. Las Palmas también está asociada en mi mente a muchas calles, plazas, avenidas y espacios deportivos. Pero lo está igualmente a algunos árboles y jardines, y es a ellos a los que quiero referirme ahora.

Mi pasión por el deporte, y por los valores que están asociados con él, como el esfuerzo colectivo, la vida saludable y el respeto mutuo, son indisociables de mi amor por la naturaleza. Amo los árboles y los jardines. De hecho tengo un pequeño jardín en mi casa y cuido personalmente de la palmera, el aguacatero, el tamarillo, el mamoncillo, el limoncillo, el lulo y la chinola, del mamey, la coruba, el borojó, el chontaduro y el zapotero que planté en él.

Comparto con mi hijo Melo este afecto por la naturaleza que le fue transmitido también por su abuelo materno, catedrático de la Universidad de Alcalá de Henares, el gran botánico Fernando Esteve Chueca, descubridor de varias especies de Gran Canaria. Podría hablar, en fin, de la impronta que han dejado en mi memoria el Patio de Las Palmeras del Corazón de María, los dragos del Parque Doramas, donde jugaba al escondite en la gruta encantada, o las tres palmeras plantadas en la plaza San Antonio Abad, en el espacio fundacional de El Real de Las Palmas, donde he llevado siempre a mis compañeros del basket para que conocieran el origen de mi ciudad.

La relación de jardines que conforman mi imagen de esta capital también es larga. Para no extenderme, además del Parque Doramas, citaré el Jardín Canario, sin parangón con los botánicos que he visitado en muchos sitios.

Por todo ello me veo en la necesidad de decir, públicamente, que me produce una enorme tristeza comprobar cómo se ha perdido recientemente un jardín, de ese barrio llamado precisamente Ciudad Jardín, que significaba algo importante en nuestro tejido urbano, o cómo cayeron días atrás las centenarias palmeras gemelas del Risco de San Nicolás, que inmortalizó en uno de sus cuadros el gran artista canario Jorge Oramas.

Por ello firmé el Manifiesto en defensa del patrimonio natural de Las Palmas de Gran Canaria en la plataforma change.org y, por lo tanto, animo a mis conciudadanos a que hagan lo mismo. Debemos hacerlo no sólo por nosotros, sino también por las generaciones venideras que vivirán aquí. Es nuestra obligación legarles una ciudad habitable.

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