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Aquí la Tierra La pregunta por el tiempo

La playa de El Polvorín

La ladera del barranco de Mata, junto al barrio capitalino, es uno de los más importantes depósitos fosilíferos del Plioceno, época en que el mar alcanzaba varios metros más de altura

La playa de El Polvorín

Antes de que El Polvorín fuese un suburbio de Las Palmas hubo un tiempo en que, en vez de los actuales habitantes, vivían en este lugar moluscos, algas, erizos, corales, placton y hasta tiburones. En aquel tiempo tampoco había personas en los alrededores ni en realidad en ninguna parte, porque la especie humana no había irrumpido aún en la Tierra. Desde entonces ha pasado de todo en este sitio. Entre lo último relevante, ya con humanos pululantes por la zona, está la reposición mejorada de las viviendas sociales del barrio. En cualquier caso, para la mayoría de residentes y visitantes de esta Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, lo que hay que ver de interesante en la urbe debe buscarse en otros puntos de la misma. Por supuesto, se equivocan. Basta con ponerse frente a la ladera del Barranco de Mata que sube desde aquí, desde El Polvorín, hasta Schamann y contemplarla con conciencia de que lo que observado es una playa levantada que se remonta al Plioceno, esto es a 4,1 millones de años atrás.

Juan Francisco Betancor, el paleontólogo que conduce al reportero en su exploración por esta parte del barranco, es doctor en Ciencias del Mar e integra el Grupo de Paleontología de la ULPGC, junto a Alejandro Lomoschitz, geólogo y catedrático del mismo centro académico, y Joaquín Meco, profesor emérito de Paleontología de esta universidad, referente internacional por sus trabajos de paleontología marina y paleoclimatología del Atlántico Norte y, por más señas, director del grupo. Con la asistencia de Betancor, el reportero se sumerge en la enorme edad de esta parte del paisaje hoy urbano y, en tanto aprende a distinguir fósiles y estratos geológicos, los sedimentos de su mente se remueven.

La playa levantada de El Polvorín, es parte en realidad de la línea costera pliocénica que se extendía desde lo que hoy es Bañaderos, en Arucas, a lo que actualmente es La Pardilla, en Telde. La temperatura media del planeta era entonces mayor. La comunidad científica internacional se inclina mayormente hacia la hipótesis de que el Ártico no estaba helado permanentemente y de que en el istmo de Panamá había un canal natural que separaba las dos Américas por el que aguas cálidas del Pacífico penetraban en el Atlántico. Betancor explica todo ello al reportero mientras le enseña en el depósito fosilífero que es esta playa levantada restos de una esponja marina y la huella de un erizo del género clypeaster, cuya forma triangular recuerda al sombrero de un enano de La Palma.

El crecimiento urbano a lo largo del siglo XX ha cubierto la mayor parte de esta antigua línea de costa que los científicos conocen como nivel medio de la Formación Detrítica de Las Palmas. Esto hace de esta playa levantada de cuatrocientos metros de longitud, con extremos en el Parque de Las Rehoyas y las viviendas sociales de El Polvorín, y veinte de altura -algunos sepultados por obras recientes-, un observatorio privilegiado para la comunidad científica internacional. Entre ellos los miembros de los institutos españoles, franceses, británicos y norteamericanos con los que colabora el grupo canario. "Cuando viene un científico de fuera y queremos que entienda los depósitos fosilíferos nos lo traemos al Polvorín, porque es uno de las mejores emplazamientos para estudiar el Plioceno en Gran Canaria", indica al respecto Betancor.

Antes que estos científicos contemporáneos, otros predecesores anduvieron también por aquí o por los alrededores ya desde el siglo XIX, cuando el Barranco de Mata estaba sin urbanizar. Uno de ellos fue el escocés Charles Lyell, padre de la geología moderna, cuyo libro fundacional, The Student's Elements of Geology (1838), que inspiró a científicos como Darwin y a literatos como Herman Melville, incluye en su sexta edición un capítulo monográfico sobre Las Palmas. Tras Lyell vendrían otros estudiosos como Karl von Fristch. También los fundadores de El Museo Canario Gregorio Chil, Diego Ripoche y Pedro Maffiotte, colaborador este último de Lyell, que recolectarían para el gabinete científico una valiosísima colección de fósiles que duermen desde hace años en los sótanos de la institución, a la espera de que ésta vuelva a ser también el museo de Historia Natural que fue.

Algunos de estos investigadores encontraron dientes de Isurus hastalis, un tiburón de ocho metros como los que descubrió en esta playa de El Polvorín el equipo comandado por Meco, y huesos bucales de algún espécimen del género galeocerdo, que, contra lo que su nombre puede dar a entender, es otro tiburón, pariente del actual tiburón tigre, otro galeocerdo, y del que el grupo de la ULPGC ha encontrado restos igualmente en este depósito. Pero junto a los corales, que aportan información de especial relevancia, la joya fósil del lugar -presente igualmente en otros depósitos sedimentarios- es la Rothpletzia rudista, una prima hermana de la lapa, descubierta en 1887 por los paleontólogos August Rothpletz y Vittorio Simonelli. Ambos se quedaron perplejos al comprobar que se parecía formalmente a la rudista, una criatura anterior a los dinosaurios, y por ello la apellidaron así, y por nombre le pusieron el apellido del primero.

Después de examinar de cerca los restos calcáreos de algas, el caparazón de erizo, las conchas de varias rothpletzias rudistas y otros restos criaturas que abandonaron hace mucho el mundo de lo viviente, el paleontólogo y el reportero retroceden unos metros para tener una visión de conjunto de la playa, de las fuerzas descomunales que la moldearon, de la curva majestuosa que dibuja y de las hermosas capas estratigráficas que acreditan que en sucesivas etapas estuvo cubierta de arena, cantos rodados y ceniza volcánica. El científico y el periodista contemplan también las estructuras hexagonales del polvorín militar que existió aquí entre los años treinta y cuarenta y que hacen pensar en los dientes de hormigón de una criatura de dimensiones inauditas. Pero, como dice Juan Francisco Betancor, lo que los paleontólogos estudian en este lugar no es sólo el pasado, sino, según los indicadores predominantes, cómo será el porvenir si el cambio climático provoca de nuevo la subida de la temperatura del planeta. Las aguas marinas, entonces, volverán a alcanzar la orilla de esta playa levantada y, si no aquellos, otros corales, otros moluscos, otros erizos, otro placton, otras algas, otras esponjas y otros tiburones volverán a campar por aquí a sus anchas. Si esto es así, los humanos tendrán que dejar el terreno expedito. De modo que habrá que ir pensando que habrá que volver a reponer, pero en un sitio más elevado, las viviendas sociales de El Polvorín.

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