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Entrevista

"Los desahucios y la situación de los refugiados parten de la misma raíz"

"La cooperación ha de superar las acciones puntuales y abordar las causas de la exclusión", afirma Nacho Martínez Martínez

Nacho Martínez. LA PROVINCIA / DLP

Usted investiga sobre la contribución de lo local a la lucha contra la pobreza, ¿cuál es esa aportación?

Sí, investigo sobre la contribución de lo local a la lucha contra la pobreza, pero entendida en términos globales. Cada vez más esa lógica de que la pobreza está en unos países y no en otros no responde a la realidad. Hay que entenderla desde una perspectiva global. Lo que trato de plantear es la responsabilidad que tienen todos los actores, las entidades locales, los municipios, los cabildos, en este caso, para contribuir a las soluciones.

¿Ese enfoque cambia también la forma en que se aborda la cooperación al desarrollo?

Sí, por el hecho de que el mundo ya no se explica desde la lógica Norte-Sur, sino que esas relaciones de asimetría atraviesan a todos los países, y eso obliga a la cooperación a adaptarse.

¿Y cómo debe adaptarse?

Hemos vivido varias décadas con unas políticas de cooperación y unas acciones muy centradas en dar respuesta a determinados problemas del desarrollo, aunque el discurso era más transformador y apuntaba hacia la superación de las causas estructurales de la pobreza. Pero en realidad, el sistema de cooperación no tenía tantas herramientas para responder a ese discurso. Seguía trabajando y materializándose a través de unas relaciones muy instrumentales y orientadas al alivio de problemas puntuales. Yo creo que en un mundo más complejo, las respuestas deben estar articuladas de otra manera, porque así no es suficiente. Quizá el desafío de la cooperación es dilucidar si abandonar esos problemas puntuales, que probablemente no, pero poniendo el foco en saber cuáles son las causas que explican las relaciones de desigualdad, las relaciones asimétricas, y un sistema de producción y consumo que genera exclusión, desigualdad e insostenibilidad ambiental.

¿Las raíces del problema están en el funcionamiento del propio sistema?

Claro, es un problema complejo y global. Es un sistema compuesto por muchos sistemas, que no tienen unos centros de toma de decisión transparentes. Por lo tanto tenemos mucha dificultad para llegar a esos núcleos y para identificar dónde están los centros de toma de decisión o las estructuras en las que se reproducen dinámicas que generan pobreza o exclusión... Por eso yo creo que, frente a una trayectoria de décadas que ha puesto mucho énfasis en la acción, estamos en un momento distinto, en el que tenemos que entender cómo funciona el mundo, cómo se articula el poder, dónde están esos ejes que decantan los problemas y actuar sobre ellos. Es difícil y desde lo local no se puede abordar de manera independiente, pero también es verdad que no se hará con solidez si no actúan también los actores locales. Tienen que articularse dentro de estrategias más amplias para trabajar en esa clave de transformación estructural. Ahí la cooperación tiene bastante que aportar.

¿Cuando dice articularse se refiere a integrarse en redes de entidades locales?

Me refiero a distintas cosas a la vez. A redes tanto formales como informales. Es importante que los actores locales, de la sociedad civil y las instituciones, participen de redes formales e informales. El mundo es tan complejo y dinámico que no se puede responder a los problemas que plantea solo desde estructuras tradicionales. Pero claro que hay que participar en ellas. Por ejemplo hay redes de gobiernos locales, regionales y mundiales que están tratando de dar respuestas conjuntas a problemas de desarrollo. Pero también hay redes informales, que se articulan a determinados movimientos, a determinadas agendas y tratan de dar respuestas más o menos articuladas, pero más o menos formalizada. Por ejemplo, ante la mal llamada crisis de los refugiados, una serie de municipios que dan un paso al frente y tratan de formar una red de ciudades que acogen... Ese es un tipo de movimiento en red que puede estar más o menos formalizado, pero que sí es estratégico. En el ámbito de la sociedad civil hay también movimientos transnacionales en los que se participa desde lo local, lo regional o lo estatal... Y otras informales. Lo importante es vincular el trabajo, la lucha, la acción de cada cual, en estas redes.

¿Qué ejemplos puede poner de redes locales que estén teniendo éxito o poder de transformación?

En España, en cuanto al mundo de la cooperación, la situación es un tanto decepcionante. En la década de los 2000, empieza a tener un compromiso muy fuerte con la cooperación internacional, con algunas agendas transformadoras, como la Agenda de Derechos Humanos, y esto empieza a tener una respuesta muy fuerte en las comunidades autónomas y las entidades locales. El problema es que estalla la crisis y la respuesta política hace que en muchas de estas ciudades, la apuesta por los derechos humanos, por el desarrollo en clave internacional, deja de ser una prioridad. Es la primera política que se ve desmantelada. Por lo tanto, no tenemos muchos ejemplos en el ámbito español. Pero sí que hay algunas resistencias interesantes. Por ejemplo, el caso del País Vasco, con algunos de sus municipios. La política autonómica de cooperación es un referente importante. Luego hay otros que resisten, aunque no muchos. Pero a mí lo que más me interesa es cómo a raíz del cambio político que se ha producido en los últimos años sí que hay algunas ciudades que están recuperando discursos más cosmopolitas, más internacionalistas... Ciudades como Madrid, como Barcelona están teniendo un replanteamiento sobre cuál es su lugar en el mundo, en la construcción de un mundo más sostenible, más justo... Luego en el ámbito internacional hay redes como las articuladas en las CGLU (Ciudades y Gobiernos Locales Unidos) que están tratando de dar respuestas globales desde lo local. En el ámbito de la sociedad civil, siempre ha habido movimientos, pero no han estado bien articulados para acceder a los ámbitos de la toma de decisiones.

¿Cómo se puede atraer a la sociedad civil a las movilizaciones, a participar más?

Hay que echar la mirada atrás y veremos que el movimiento de solidaridad tuvo mucha capacidad de movilización en los años 80 y 90. En el mundo de la cooperación existe la lectura de que la sociedad civil había perdido su capacidad de movilización y el interés de reivindicar una sociedad más justa. Nos habíamos instalado en una cierta comodidad desde el mundo de la cooperación, y eso nos impidió hacer autocrítica de cómo estaba funcionando la sociedad. En ese momento estalla el 15M y a muchos agentes de la solidaridad internacional les desborda. Nos enseñó que no es la sociedad la que no tiene capacidad de movilización, sino que quizá es que el mundo de la cooperación el que no ha sabido adaptarse. Nos faltó incorporarnos al relato, que no es otro que la ciudadanía quiere recuperar el control de la democracia. Ya no podemos entender el mundo como un lugar construido en estados en el que lo que pasa en un país no afecta a otro. Ha de haber un relato transnacional. No sólo tiene que haber un imperativo ético, sino político, porque los problemas son globales. Si nos estamos preocupando por los desahucios en nuestro país, esa mirada no puede ser tan diferenciada de los derechos humanos universales.

¿Se trata de entender, por ejemplo, que los desahucios tienen raíces comunes con la situación de los refugiados?

Por ejemplo, o con todo el movimiento de acaparación de tierras de África y el desplazamiento de población. Porque pasa que las políticas que se aplican en esos lugares responden a ideologías y lógicas diferentes a ellos. En espacios supranacionales a los que la población no tiene acceso. Si somos capaces de articular movimientos en defensa de la soberanía nacional o de democratizar los espacios de toma de decisión, por ejemplo en la fiscalidad, podemos iniciar otros caminos.

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