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Aquí la Tierra Perdidos en el espacio

Desparrame monumental

Las Palmas cuenta con variopintas esculturas públicas, encargadas según los ideales estéticos, por decir algo, de sucesivos representantes políticos, que le dan un plus de singularidad a esta ciudad

Desparrame monumental

Que duda cabe que las esculturas monumentales desparramadas en su espacio público le dan a Las Palmas un plus de singularidad. Ninguna aproximación seria a la idiosincracia de esta ciudad puede obviarlas, puesto que han sido encargadas según los ideales estéticos, por decir algo, de representantes políticos, naturalmente con la anuencia entusiasta de los artistas que recibieron el encargo. No cabe ignorar, por ejemplo, esa estatua del "Charlot de Las Palmas" erigida en la Urbanización Sansofé. Concebida como tributo a aquel ciudadano que alcanzó celebridad local porque se disfrazaba en carnaval como el personaje encarnado por Chaplin, la obra lo representa de esta guisa, pero, para distinguirlo del Charlot del cine, su autor incluyó delante una réplica de la cabeza del homenajeado sin maquillar. Claro que si el contemplador desinteresado no se molesta en leer la leyenda explicativa, solo apreciará en este conjunto una escultura de Charlot delante de la cabeza de un señor.

Y qué decir de las rotondas, esas construcciones viales que se diría inventadas solo para ser soporte del más variopinto ornato escultórico. Las contribuciones de Las Palmas a este fenómeno de alcance mundial son muchas y muy diversas. Piénsese, sin ir más lejos, en esa suerte de casco griego antiguo erigido en la rotonda de Lomo Blanco. Concebida inicialmente para el campus de Tafira, y reubicada posteriormente aquí con la anuencia entusiasta de su autor, esta escultura, podría decirse, remeda el gesto pop de Claes Oldenburg: replica un objeto banal, en este caso uno de esos obsequios de oficina que nunca se sabe bien donde colocar, pero a una escala notablemente aumentada para otorgarle condición monumental. Indudablemente, si no por rotunda cuanto menos por rotonda, esta escultura acredita méritos sobrados para tener entrada propia en esa divertidísima página de Facebook que es Nación Rotonda.

Obviamente, un tour por los monumentos de Las Palmas tiene otra parada obligada ante la escultura del pescador que limpia viejas en el paseo de Las Canteras, por la zona de la Peña de la Vieja. Con todo hay que hacer notar que es una lástima que su autor no hubiese podido erigirla en la orilla misma de la playa y que no la hubiese hecho solo de arena. Habría sido lo suyo. Por lo demás, cualquier recorrido de este tenor debe detenerse también ante el conjunto conocido como Atis Tirma -jardín del Hotel Santa Catalina-, integrado por figuras de guanches que se suicidan. No es difícil imaginar que los aborígenes se inmolan en el instante preciso en que se reconocen como componentes fundamentales del monumento mismo.

La sobreabundancia de pintorescos monumentos en Las Palmas hace realmente complicada la selección para un paseo tan apretado como este. Pero sea cual fuere ésta, no podría excluir el conjunto monumental dedicado a José Perojo -plaza del Padre Hilario. Organizado en torno al busto clasicista del diputado por Las Palmas, que se sustenta a su vez sobre una caja de registros eléctricos forrada de piedra, el conjunto incluye, además, un banco ante el busto, igualmente de piedra, que cubre en parte una rejilla de ventilación, y una valla jardinera que cerca todos los elementos e impide sentarse en el banco. Es conocida la atracción de muchos artistas contemporáneos por el ilusionismo y no hay que descartar a este respecto que el autor de esta, por llamarla de alguna manera, cosa, hubiese concebido este tributo a Perojo como un híbrido entre escultura y autómata. Pero, por más vueltas que se da en torno al busto, no hay formar de dar con una ranura en la que depositar una moneda que habría de activar el sistema eléctrico para que Perojo salude, acaricie la cabeza de un niño, pronuncie un discurso patriótico o haga algo.

En fin, resulta bien doloroso tener que dejar fuera tantos y tan asombrosos ejemplos de monumentos públicos como los que imponen su presencia en Las Palmas. Pero, aun a riesgo de pecar de frivolidad, este reportaje solo incluirá uno más: La espiral metálica de gran tamaño que se levanta al final de la calle Triana. Casi encajonado entre los edificios, es notorio que la escala de este monumento no se ajusta al lugar en el que se emplaza, que interrumpe la continuidad visual de la Calle Mayor y que interfiere la circulación peatonal. En principio podría pensarse que su autor emula, con esta condición de obstáculo, la escultura Tilted Arc, de Richard Serra, en la plaza Foley de Nueva York. Pero ocurre que esta espiral de Triana no fue concebida específicamente para este sitio, sino que se la trasladó desde su rotonda originaria en la Circunvalación -de nuevo con la anuencia entusiasta de su autor, el mismo del casco hoplita de la rotonda de Lomo Blanco. ¿Cómo opera entonces en su emplazamiento actual? Estupenda pregunta para un encuentro de expertos en escultura pública y en lo que haga falta.

La espiral de Triana, su caso no se puede despachar con un párrafo, acredita, de cualquier modo, como ocurre con el casco griego de Lomo Blanco, la hasta ahora nunca indicada progenie pop de su autor. Si el monumento dedicado a Perojo es, tal vez, un híbrido entre una escultura y un autómata, esta espiral que tapona el acceso a la emblemática calle de Las Palmas, es, sin duda, una mezcla de escultura y logo. Como tal, este signo, que funciona como marca del autor, tal que el corazón en las toallas y la ropa de cama de Agatha Ruiz de la Prada, es una presencia ubicua en Las Palmas en forma de esculturas, de imágenes gráficas en las más variopintas iniciativas públicas y de lo que se tercie.

Esculturas monumentales. En sus alegaciones al plan general de otra ciudad española, el artista Isidoro Valcárcel Medina proponía concentrar en un solo espacio todas las esculturas públicas de aquella urbe para que cualquiera, en un solo instante, pudiese ponerse al tanto de su monumentalidad urbana. Magnífica idea que debería hacer suya Las Palmas, para que residentes y forasteros nunca se encuentren perdidos en el espacio, conmocionados cada vez que se topan con monumentos como los referidos. Si alguna vez algún munícipe se decide a llevarla a cabo, no encontrará lugar mejor en el espacio público de esta ciudad que el que se extiende entre el Castillo de La Luz y la valla. Mejor dicho, la media valla.

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