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Manuel Monasterio, 'el médico de los pobres'

Millares y Paiser rescatan la figura del doctor que fue torturado y arrojado al Tajo junto a otros nueve compañeros republicanos a manos de los falangistas

Ella observó cómo Manuel le ocultaba sus manos. Era la prueba de que aquellos hombres habían dicho la verdad: "Le arrancamos las uñas a tu hermano". Josefina tenía 13 años y había ido a visitarlo a la cárcel con su tía Rita, antes de que lo trasladaran al Campo de Concentración de La Isleta. El 19 de julio de 1936, ocho falangistas armados se habían presentado en casa del doctor Manuel Monasterio, en Vegueta. Él logró esconderse en la azotea, pero decidió acudir al Gobierno Militar como le habían ordenado a su padre. No imaginaba que aquella sería la última vez que sería dueño de su libertad. Tenía 27 años y junto a otros nueve republicanos sería embarcado a la fuerza en el buque Dómine y conducido hasta Talavera de la Reina (Toledo), como escudo humano, para luego ser arrojado al Tajo y morir asesinado. Cada detalle de esta historia y las dimensiones social y política de esta figura excepcional recorre las páginas del libro Doctor Monasterio (1909-1936). Un joven isleño asesinado por los falangistas (Editorial Llibres de L'Anacrónica), del historiador Agustín Millares y Maximiliano Paiser, miembro del Consejo de la Memoria Histórica de la ciudad. El Club La Provincia acoge mañana la presentación de la obra, a partir de las 20.00 horas.

El único delito que no perdonaron a Manuel Monasterio fue dedicarse a atender a pacientes sin recursos, en lugar de hacer como otros colegas y ofrecer sus servicios exclusivamente a clientes de las clases más acomodadas. El 'médico de los pobres' le llamaban. Con ideales de izquierda republicana, fue cofundador de la Mutua Obrera Médico Farmacéutica, de la que fue director técnico. Esta institución realizó una labor de democratización de la sanidad y la salud públicas sin precedentes. Los pacientes acudían a sus oficinas en la calle Rosarito o recibían la visita a domicilio de los galenos. "En sus dependencias se llegó a atender diariamente con rayos ultravioletas a medio centenar de niños isleteros, lo que contribuyó notablemente a la erradicación del raquitismo, entre otras enfermedades", explica Paiser.

Manuel Monasterio Mendoza había nacido el 28 de julio de 1909 en su casa familiar de San José. Su padre, Ramón Monasterio Pedride, era asturiano. Su madre, Josefa Mendoza Benítez, de Santa María de Guía. El matrimonio, que regentaba una tienda de ultramarinos, tuvo dos varones y tres chicas, pero un niño y una de las pequeñas fallecieron. Quedaron Manuel, Luisa y Josefa. Tras estudiar en los jesuitas, el muchacho inició la carrera de Medicina y Cirugía en Cádiz, y más tarde, en 1931, se desplazó a Madrid, donde se convirtió en el primer especialista canario en Endocrinología. Era muy apreciado por Gregorio Marañón, con cuya familia llegó a pasar periodos vacacionales. Fue en su etapa universitaria cuando entró en contacto con los ideales de la Izquierda Republicana. Militó en Juventud Socialista, probablemente en las Juventudes Comunistas, y fue organizador de la Federación Universitaria Escolar (FUE). Frecuentaba la Residencia de Estudiantes, donde conoció a Lorca y Dalí, y también el Ateneo.

El 7 de octubre de 1932, ya en casa, abrió su consulta en el domicilio familiar de la calle Reyes Católicos, número 19, en Vegueta. Un año después, fundaría la Mutualidad Obrera.

Su filiación progresista le puso pronto en el punto de mira de los golpistas, como pasó con los otros nueve del Dómine. E igual que en sus casos, la historia del doctor Monasterio ha estado olvidada durante décadas. Muy pocas eran las referencias que existían sobre él. Pero dos hechos han sido cruciales para conocer la dimensión de este joven republicano. Lo cuentan los autores de su biografía con emoción. El primer paso de gigante se dio en 2007 y fue encontrar a Josefa Monasterio en Venezuela. "Sabíamos que una de sus hermanas se había casado con Ricardo Torrijos Carmona y probé en la guía de teléfonos venezolana. Apareció un Ricardo Torrijos M. y le envié un correo preguntándole si tenía relación", explica Paiser. "Soy sobrino del doctor Manuel Monasterio y nunca le conocí", respondió el pariente del 'médico de los pobres'. A partir de aquí, infinitas llamadas a Josefa, cuyas palabras fueron reconstruyendo el puzle de la vida de Manuel. Ella tenía los terribles recuerdos enterrados en su memoria, su propio hijo confesó a los investigadores que jamás había hablado de aquellos días en los que su hermano fue encerrado y torturado sin piedad.

El segundo paso para conformar la trayectoria vital de Manuel Monasterio llegó a través de su otra hermana: Luisa. Millares y Paiser la encontraron en una residencia en Gran Canaria, ya con 90 años y con muchas lagunas. Pero unos primos suyos, Ángel García Mendoza y su hijo Ángel García Linares, les facilitaron la llave de la casa de la anciana en Jinámar. Allí estaba todo como ella lo había dejado, y en un ropero, detrás de la ropa, envuelta en unos trapos, había una caja. "Era de cedro barnizado y ponía: 'Lo de Manolo", cuentan los autores. Fotos, carnets... la vida del médico asesinado a través de sus documentos personales. Un tesoro escondido desde 1936.

Tras su estancia en prisión, Manuel fue trasladado al Campo de Concentración de La Isleta, el barrio en el que había ejercido la medicina sin cobrar ni un duro. Y de allí a protagonizar, muy a su pesar, uno de los episodios más vergonzosos de la crónica negra de la Guerra Civil. El 5 de septiembre de 1936, un batallón de falangistas que se trasladaba al frente decidió llevarse como rehenes a toda una generación de profesionales y sindicalistas cuya muerte ha dejado un vacío imposible de llenar.

Josefa supo cómo había muerto su hermano porque uno de los miembros de aquella macabra expedición, José Ignacio Ojeda, le contó a su marido cómo habían empujado al agua a los prisioneros canarios. "El tren se detuvo y los arrojaron desde un puente sobre el río Tajo, a la altura de Talavera de la Reina. Les dispararon en la espalda mientras intentaban mantenerse a flote", rememoraba la hermana del médico. Mucho tiempo después, los autores de la obra que mañana se presenta en el Club La Provincia dieron con una carta en la que Ojeda confesaba en tono jocoso haberse "desecho de las malas compañías", en referencia al asesinato múltiple de los diez del Dómine.

La familia quedó destrozada. A la fama de rojos, a los insultos, las llamadas amenazadoras y al expolio al que fueron sometidos se sumaba el profundo dolor de la pérdida. La madre no pudo soportarlo, murió presa de la locura. El padre arrastró de por vida una "amargura insondable", como relata brillantemente el libro en su primer capítulo. Tuvieron que cerrar la tienda y mudarse a las Alcaravaneras, además de ser testigos de la desfachatez de los verdugos. Josefa recordaba perfectamente que la noche en la que su hermano se presentó en el Gobierno Militar salió de casa conduciendo su coche. Luego, este vehículo era el transporte habitual de la jefa provincial de la Sección Femenina, María Ayala.

En el camino para reivindicar la figura de Manuel Monasterio, Agustín Millares y Maximiliano Paiser han conseguido que se restaure su nombre como miembro del Colegio Oficial de Médicos, de donde había sido extraído por su "ausencia"; y han promovido que una plaza de la ciudad recuerde su figura, hecho que parece que puede producirse en breve.

Josefa, fallecida en 2012, estaría orgullosa. "¿Pero a esta niña qué le pasa? No seas tonta, ¿por qué estás llorando?", le había dicho aquel día en la cárcel, escondiendo sus manos. No volvió a verlo, su tía pensó que era demasiado duro para una niña de 13 años ver así a su hermano, 'el médico de los pobres'.

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