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Aquí la Tierra Lo primitivo y lo moderno

Negrofilia

La vida y la obra del pintor Néstor Martín-Fernández de la Torre, bisnieto de una afroamericana de la Guayana inglesa, arroja interrogantes sobre las tensas relaciones de Canarias con su vecino

En una entrada de sus diarios de 1932 a 1934, publicados en castellano con el título de Incesto, la escritora Anaïs Nin, amiga de Néstor Martín-Fernández de la Torre, caracteriza al artista, a quien frecuentaba en París, en estos términos: "Néstor, ese ser de bello rostro, bestial y negroide". Labios gruesos y pelo rizado, ciertamente, como revelan las fotografías, el creador nacido en Las Palmas en 1887 tenía facciones mulatas, lo cual, por lo demás, no es un rasgo excepcional en Canarias, dado que parte de los ancestros de su población fueron esclavos africanos. Lo que resulta llamativo en el apunte de Nin es que resalte ese aspecto fisionómico "negroide" de Néstor como "bestial" pero a la vez "bello", en tanto que en las Islas nadie, ni escritor, ni artista, más allá de él mismo, se ocupó en vida de la apariencia física de éste, uno de sus hijos preclaros. Para abordar esta cuestión se necesita un largo rodeo que ayudará a ponerla en perspectiva.

La proximidad geográfica del Archipiélago al continente africano, al que la modernidad percibía como exterior a la Historia, y su lejanía del continente europeo, al que desde el siglo XV pertenece la cultura insular, ha sido siempre fuente de extrañeza y tensión para los propios insulares, en tanto que en París en las primeras décadas del siglo XX, donde Néstor vivió algunos años, literatos y artistas celebraban la escultura tradicional africana, el jazz y otras músicas afroamericanas y, en general, todo lo que englobaban bajo el marbete de "lo negro" como manifestaciones de un primitivismo auténtico, esencial y hermoso.

Frente al entusiasmo de parte de la intelligentsia parisina, que, desde su cómoda distancia en la capital imperial, podía permitirse denostar la civilización europea y exaltar las culturas exóticas, en Canarias, a escasa distancia del continente africano, la negrofilia apenas tuvo eco, a diferencia de la mayoría de las modas procedentes de la ciudad del Sena. Así, en un artículo de 1922 titulado "Ventajas del bautismo", Alonso Quesada, que mantuvo intercambios creadores con el propio Néstor, escribe: "Hemos sido invadidos por una muchedumbre de negros vestidos de mariposa. Han llegado en un barco español de las posesiones de la Guinea. (...) Estábamos ya un poco ilusionados. La civilización nos rozaba el espíritu como el agua los labios de Tántalo... Pero estos pequeños y amables negros, compatriotas de color de sotana reciente, han llegado a la isla para avivar la memoria muerta."

Ni siquiera la antropología insular, que había convertido el paradigma raciológico en el eje de su reflexión, mostró entonces gran interés en los pueblos subsaharianos, más allá de algún comentario de Gregorio Chil y Naranjo, fundador y primer director de El Museo Canario, que afirmaba en algún texto que los negros viven en un estadio civilizatorio inferior, debido a su tipología craneana. Para decirlo todo, este escaso interés sobre el mundo subsahariano de los científicos canarios era compartido por el francés René Verneau, figura capital en la investigación sobre los guanches, socio de honor de El Museo Canario y, director, cuando la explosión de la negrofilia, del Museo Etnográfico de Trocadero, en París, norte magnético de aquella fiebre desde que los pintores cubistas y fauvistas descubrieran en él la belleza del arte africano. Y, seguramente por influjo de estos creadores, en Canarias la aportación antropológica más relevante a esta cuestión, no vino de la antropología sino del arte: la representación en los años treinta por parte del pintor Felo Monzón y del escultor Plácido Fleitas, formados ambos en la Escuela Luján Pérez, de los rasgos negroides de los aparceros del sur de Gran Canaria.

Naturalmente, el de raza es un concepto simultáneamente irrelevante, por cuanto que cualquier enfoque estrictamente biológico de la cultura resulta hoy insostenible, y determinante, en cuanto que la asunción de que la noción de raza es una construcción histórica, no elimina sus efectos materiales. Se pueden buscar dos variables en juego, entonces, en estas obras artísticas de Monzón y Fleitas: una histórica, que detectaría en la fisionomía de los aparceros huellas de la esclavitud, concordantes con el estado de explotación en que vivían en ese momento, y otra biológica, que designaría en lo puramente racial el fundamento mismo de la identidad canaria. En lo que respecta a este último extremo no se entiende que ambos artistas buscasen sólo sus tipos entre las clases subalternas de las entonces mal comunicadas tierras del sur grancanario y viesen que tenían uno también en el miembro más exquisito y cosmopolita de su gremio: el propio Néstor.

Por lo demás, es necesario aclarar que los rasgos negroides de Néstor no proceden directamente de África. En un artículo inédito, "Las niñas Tongue", que el historiador Miguel Rodríguez Díaz de Quintana ha tenido la gentileza de facilitar a este reportero, el investigador acredita que el componente africano le venía al artista por línea paterna, de su bisabuela Ana Tongue, una negra de la Guayana británica que había arribado a Las Palmas en 1810 como sirvienta, quizá esclava, de una familia irlandesa. El pintor del Poema del Mar, pues, debía su componente africano a eso que Paul Gilroy ha llamado El Atlántico Negro.

Y, bien, aparte de que una vez fallecido Néstor, un artista de la Escuela Luján Pérez, Eduardo Gregorio, ya se atrevió a confrontarse con sus rasgos negroides -en un busto que se conserva en las Casas Consistoriales-, no hay que desechar la idea de que una obra de Néstor tenga algo de autorretrato exaltador de su componente africano. Se trata del cuadro titulado La perla negra, conservado en el museo dedicado al artista en el Pueblo Canario, y que representa a una mujer negra, desnuda, de complexión fuerte y mirada lasciva. Es posible, aunque sus proporciones corporales no corresponden del todo, que el sujeto de esta pintura sea Josephine Baker, la cantante y bailarina de charlestón, conocida justamente como "La perla negra", que triunfaba con su revista en París, cubierta sólo con una falda de plátanos de tela.

Pero en la vecindad de los cuadros veladamente homoeróticos del Poema de la Tierra, con sus cuerpos andróginos entrelazados, o en el de Mar en calma, del Poema del Atlántico, donde Néstor se representó junto a su amante Gustavo Durán, ambos flotando desnudos sobre el lecho marino, no es descartable que La perla negra juegue al disfraz -del que el figurinista Néstor era un maestro-. Si fuese así Néstor se mostraría en la pintura de una manera completamente liberadora: homosexual, deseante y con un bello rostro, en absoluto bestial pero sí negroide.

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