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Aquí la Tierra Los mecanismo de la cultura

La lengua y la identidad

Rebeca Pérez canta asiduamente melodías en el karaoke finlandés Ankkuri, atraída poderosamente por las palabras del idioma nórdico, cuyo significado desconoce casi por completo

La lengua y la identidad

En una pared del bar Ankkuri (El Ancla) hay un cómic de tres hojas que un cliente dibujó expresamente para este establecimiento finlandés. La secuencia de las viñetas, que el reportero descifra con ayuda de la camarera Aino, comienza con un galeón que arriba a Las Palmas cargado de finlandeses. Los nativos reciben cálidamente a los nórdicos, pero estos, de natural reservado, mantienen las distancias. Lo que sí hacen, nada más poner pie en tierra, es buscar ansiosamente cerveza Kahru, ginebra con pomelo Lonkero y otras bebidas alcohólicas de El país de los mil lagos. Así, sin éxito, pasa un tiempo que el tebeo no cuantifica, y "eksyneina, peloissan he kulkivat palmasianteita" (caminan perdidos por las calles de Las Palmas), hasta que, cuando están al borde del colapso, un compatriota afincado en la isla -el primer dueño del Ankkuri- se apiada de ellos y abre este local, en la calle Sagasta 66. En él, indica el cómic, pueden por fin trasegar sus bebidas espirituosas favoritas, "cantar en karaoke, conocer gente, acabar superborrachos, vomitar en el baño y sentirse como en casa". Amén de que no termina de entender por qué, para venir de Finlandia a Las Palmas, estos escandinavos orientales tenían que viajar en galeón, la verdad es que, cuando ha visitado el Ankkuri, el reportero nunca se ha topado con clientes superborrachos. Mucho menos vomitando en el baño para sentirse como en casa. Lo que sí es cierto es que uno de los rasgos distintivos del bar es su karaoke, que funciona los jueves y domingos entre octubre y marzo. En él participa asiduamente Rebeca Pérez, estudiante de Las Palmas, que tiene rudimentos muy elementales de finlandés -que en principio no tiene intención de ampliar- pero a quien le fascina cantar en esta lengua.

La clientela del Ankkuri la integran principalmente jubilados fugitivos del invierno nórdico y marineros con añoranza del país del Kalevala, los móviles Nokia y Papá Noel. Rebeca, de 29 años, conversa a veces con algunos, si hablan inglés, pero, aunque tiene amigos fineses que vienen de vez en vez a Las Palmas, casi ninguno frecuenta el local. Refractarios a un ambiente en el que predominan las canciones melódicas patrias, la mayoría prefiere los garitos de heavy metal de esta ciudad, donde Rebeca, a la que también le tira esta tendencia rockera, ha conocido a casi todos.

La cabina del pinchadiscos del Ankkuri es una gruta simulada que tiene en el fondo una maqueta de una carabela, un artefacto que el reportero no acaba de saber si es una fijación de todos los finlandeses modernos o, simplemente, una imagen persistente en la mente del hombre que echó El Ancla en la ciudad. Junto a la cabina, hay una pantalla de vídeo por la que desfilan las letras de las canciones para que el público pueda secundar al intérprete y, enfrente de la misma, otra, en la que éste puede también seguir el texto. El pinchadiscos llama por turno a los clientes que han elegido tema en el menú de canciones, un listado de más de seiscientas páginas. Una pareja de mujeres canta una balada con un deje melancólico y a continuación un tipo entona un tema estilo Eurovisión, cuyo estribillo dice "tra lala lala, lala, tra lala, lala, lala". Luego, el hombre de la cabina con carabela llama por el micro a Rebeca, que le da un contrapunto al ambiente con Viimeinen Tuoppi, canción heavy de la banda Teräsbetoni.

Rebeca, pelo negro azabache, que contrasta con los cabellos rubios o canosos de la mayoría de los presentes, conoce la melodía de memoria, pues oye con frecuencia música finlandesa en CDs o en Spotify. Los arreglos instrumentales que suenan a través del aparato del karaoke tienen un sonido estridente que contrasta con la dulzura honda que transmite Rebeca al cantar.

Al concluir, la intérprete local recibe aplausos entusiastas del público, entre los que es probable que haya turistas que ya venían a Las Palmas antes de que ella naciera. Después, sentada en una mesa con el reportero, con el que comparte tragos de salmiakki, licor de vodka y regaliz, explica que, salvo algún grupo como Angelus Apatrida, no tiene especial querencia por el metal español. Prefiere bandas finesas como Wöyh!, Stam1na, Mokoma, la citada Teräsbetoni y, muy especialmente, Karelian Warcry.

Mientras paladea su vaso de salmiakki, el reportero escucha como Rebeca le explica que, a diferencia del inglés o el francés, el finlandés, es fácilmente pronunciable para un español porque suena como se lee en castellano. Por lo demás sus sonidos, cuenta, recuerdan al japonés, de tal modo que un vocablo nipón como karaoke, bien pudiera pasar por una palabra finlandesa.

Sea porque es como dice, o sea porque su oído es especialmente receptivo a las lenguas extranjeras, el caso es que a Rebeca muchos de los clientes del bar, al que viene a cantar asiduamente desde hace cinco años, la toman por finlandesa. Y cuando la interpelan, si no en inglés, se ve obligada a indicar por señas que no los entiende.

Rebeca nunca ha estado en Finlandia, aunque le gustaría ir. Cantante, que no hablante de lengua finesa, es claro que ésta, de una forma muy poderosa, ha despertado algo hondo en ella hasta constituirse en parte indisociable de su identidad.

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