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El peligro de un rescate

Los navegantes Gustavo Díaz y Begoña Filloy recuerdan su naufragio de 2015 en el Atlántico a su paso por Las Palmas de Gran Canaria

Esquivar la muerte. Eso fue lo que les ocurrió a Gustavo Díaz (Buenos Aires, 1959) y Begoña Filloy (Madrid, 1970) cuando en mayo de 2015 un cambio brutal de tiempo mientras hacían la travesía Caribe-España puso a prueba a su catamarán Gandul y a ellos como navegantes. La pareja fue rescatada por un mercante turco, pero en el operativo perdieron la embarcación, construida de forma artesanal por Gustavo hace más de veinte años y con la que cruzó el Atlántico al conmemorarse en 1992 el 500 aniversario del descubrimiento de América con un grupo de familiares y amigos, y una parte de sus vidas ya que el barco era su casa. La pareja, de paso por la capital de camino al Caribe, a donde van a pasar unos meses de descanso mientras chequean su nuevo velero, Alas, narran su experiencia marítima en la que hubo miedo, risas y el descubrimiento de que un salvamento también entraña sus riesgos.

En dos días la pareja, que vive en el puerto de El Rompido (Huelva) y donde trabaja con una agencia de viajes para llevar a turistas por la costa de Andalucía y el Algarve portugués, partirán del muelle deportivo hacia el Caribe a bordo de Alas, un Beneteau Oceanis 430 de segunda mano y de 12,60 metros de eslora que se compraron tras la odisea con Gandul en el océano Atlántico.

Su dramática aventura, que también vivieron otros cinco barcos que navegaban ese día aciago del 5 de mayo de 2015 y que tuvo como consecuencias la muerte de una menor, forma parte de un documental de La Caja Roja Producciones, titulado La última aventura del Gandul, donde también se recogen otras historias de rescate.

La pareja recuerda aquella travesía mientras muestra su amor por la vida en el mar, lo que este te enseña y desmitifica mitos sobre los navegantes del siglo XXI. "Hay gente que navega y que tiene mucho dinero, y otros que no tienen nada. Hay barcos muy espartanos que se pueden conseguir con muy poco presupuesto y que te permiten vivir y navegar", dice Gustavo, ligado al mar desde los 18 años y que a punto estuvo de dar la vuelta al mundo con su anterior familia, mientras Begoña, que decidió dejar su trabajo de oficina en Recursos Humanos hace unos años por su afición al deporte de aventura, puntualiza que si se quiere navegar con seguridad es importante gastar en equipo técnico y de salvamento. "Siempre hay que pensar en qué puede pasar", remata la joven madrileña.

La pareja, que se conoció en 2010 y desde 2013 navega y vive junta, volvía sin problemas hacia España desde el Caribe chequeando a Gandul porque quería dar la vuelta al mundo al siguiente año cuando les sorprendió una fuerte tormenta. "Yo había hecho esa ruta varias veces y nunca había tenido un tiempo tan malo. Fue una situación bastante excepcional, la borrasca se enroscó", puntualiza Gustavo, al recordar junto a Begoña que la tormenta, en vez de irse hacia el norte de Europa, bajaba con ellos hacia las Azores mientras trataban de esquivarla. "Lo que se hace normalmente para ir más tranquilos y seguros", dice.

Los navegantes recuerdan que ya habían pasado situaciones feas en otras ocasiones pero nunca habían atravesado por tales circunstancias: estaban en medio de la borrasca. Al mal tiempo se añadía el cansancio físico que acompaña a esos momentos de temporal, en donde el barco bandea a la tripulación y esta tiene que trabajar duro para recoger velas, cabos y estar en alerta por lo que pueda suceder. "La noche anterior el tiempo estaba feo y malo pero la vida no iba en ello", cuenta Gustavo, que ha llegado hasta la Antártida en barco.

Pero la meteorología es imprevisible, y todo cambia en poco tiempo. "Las olas eran barrenadas y llegaban como si surfearas", explica Begoña, que añade que eran de siete u ocho metros y hacían subir al Gandul hacia la cresta para luego dejarlo caer descontrolado, mientras daban cuenta de la situación del barco para advertir a otros de su posición para no chocar. Esa inestabilidad de subir y bajar en el mar provocó la rotura del timón.

Perdida del timón

Gustavo aclara que las olas de varios metros se dan en muchas tormentas, la circunstancia atípica, según él, fue que se juntaron varias olas que elevaron la embarcación para dejarla caer a gran velocidad. "Nuestra situación cambió radicalmente. De estar en una situación de mal tiempo pero todo controlado, estábamos sin gobierno", rememora el marino que, curiosamente, la noche anterior vivía con entusiasmo la velocidad a la que iba el barco a pesar del tiempo. "Para los que les gusta navegar aquello era la plenitud".

La pareja intentó hacer un nuevo timón de fortuna con algunas tablas de la escalera y mesa del salón del barco para poder controlar de nuevo la embarcación, que ahora sí estaba a favor del mar. Pero el proyecto se vino abajo porque el soporte de hierro del timón también se había dañado.

Hubieran necesitado unos días y estaban dispuestos a construirlo porque el aviso meteorológico anunciaba que el tiempo mejoraría pero al ver un helicóptero de las fuerzas armadas lusas, que había salido al rescate de otros barcos, solicitaron un remolque. Su objetivo, no perder el barco. "Nuestro temor era que llegara una ola y nos volcase porque estábamos atravesados; parecíamos una pluma en el mar", puntualiza Begoña.

Pero las fuerzas lusas les avisaron de que el tiempo empeoraría y les solicitaron que pidieran rescate a otro barco antes de que oscureciera. No quedó otra. Lo más cercano fue un mercante turco que pasaba por allí y ahí descubrieron lo difícil que es un salvamento desde un barco que no está preparado para ello.

El buque les dio un golpe con el vaivén de las olas al tratar de tirarles unos cabos. Ellos fueron al mar y el Gandul se partió. La tabla de surf salvó a Begoña de hundirse con tanta ropa que se había puesto para no perderla. La subida por la escala que les tiraron a cada uno no fue nada fácil para unos cuerpos ya mojados y heridos. El oleaje hacia subir y bajar la escala como si fuera un tobogán con el peligro de que los náufragos cayesen de nuevo al mar por el cansancio. Finalmente, subieron al mercante sanos y salvos. Atrás dejaban al Gandul, que se hundía en el Atlántico.

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