La Provincia - Diario de Las Palmas

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Entrevista a José Ignacio Cestau Benito

"Los asesinatos de los abogados de Atocha marcaron la Transición"

"En esa época todo el que trabajaba en un despacho laboralista era de Comisiones Obreras y del PCE", afirma el abogado laboralista

José Ignacio Cestau Benito, ayer en el Colegio de Abogados.

¿Cómo recuerda aquel fatídico día? Trabajaba en el despacho laboralista de la hoy alcaldesa de Madrid, Manuela Carmela

Entré en el despacho de Atocha, en el que Manuela Carmena era entonces la máxima responsable, a finales del 74 hasta que vine a Tenerife, en julio del 76. Entonces no había ningún despacho laboralista en Tenerife, aunque sí en Las Palmas. Comisiones Obreras, de acuerdo con el Partido Comunista de España (PCE) de aquí; por eso del tema de la financiación, había ido a Atocha para ver si algún abogado estaba interesado en venir a trabajar, y me vine voluntario.

Entiendo que era de Comisiones Obreras y del PCE

Sí. En aquella época era todo una misma cosa. Prácticamente todo el mundo que trabajaba en los despachos laboralistas éramos del PCE y, al ser del PCE y trabajar en un despacho laboralista, éramos de Comisiones pesea ser ilegales.

El suceso le pilló aquí

Sí. Yo llevaba aquí seis meses. Me enteré de madrugada; fue un golpe brutal porque entonces estaba solo en Tenerife. No pude ir a Madrid, ni siquiera al entierro, hasta varios días después para no dejar a la gente tirada.

Aparte de la relación laboral ¿tenía una relación más estrecha con alguno de los fallecidos?

De los muertos conocía mucho a Javier Benavides, que había coincidido con él en el despacho, y era muy amigo de Javier Sauquillo, que casualmente estaba en aquella reunión, aunque no era de ese despacho sino del de Cristina Almeida. En aquel momento los tres grandes despachos laboralistas de Madrid estaban llevados por mujeres. Manuela y Cristina, en el ámbito del PCE y CCOO, y en una orientación más vinculada con el cristianismo progresista, el de Paca Sauquillo. De los heridos, conocía también a Alejandro Ruiz-Huerta, que es el que vive, que también era del despacho, y a Dolores González Ruiz, mujer de Sauquillo, por la relación que tenía con Javier.

¿Pudo ponerse en contacto con alguien del despacho en cuanto conoció la noticia?

Sí, con Lola; fundamentalmente, y con una administrativa.

¿Cómo encajaron aquello?

Puedes imaginar, fue un horror.

¿Entendieron en esas primeras horas lo que había pasado?

Sí. Entonces había grupos ultras vinculados sobre todo al Sindicato Vertical que querían dar un escarmiento, por un lado, a los sindicalistas que dirigían huelgas ilegales, y, por otro, a los despachos laboralistas que eran el soporte, por así decirlo, de estos activistas sindicales. Lo que no sabíamos es si se iba a producir, ni cuándo, ni cómo. Una cosa como esta siempre sorprende; mentiria si dijera lo contrario, pero estaba dentro de lo posible teniendo en cuenta los momentos que se vivían.

Fue una semana especialmente trágica como otras tantas de la Transición española

Sí, pero especialmente esos días. El día anterior habían matado a un joven en una manifestación; a otro ese mismo día. Ese 24 de enero, el Grapo secuestró al general Villaescusa. Desde diciembre estaba secuestrado el presidente del Consejo de Estado, casualmente también por el Grapo. Todos los que estábamos alrededor de todo esto sabemos que lo que ocurrió fue algo deliberado. Ni accidental, ni fortuito. Los tres matones iban a buscar a Joaquín Navarro, un sindicalista del Transporte; no lo encontraron y se cargaron a los que estaban allí. Esperaban que ese crimen desatara una reacción de contestación desordenada y descontrolada que colocara al país en una situación insostenible que provocara la paralización del proceso democrático y la intervención del Ejército. Pero les salió el tiro por la culata por fortuna.

¿El asesinato fue un antes y un después para el país?

Sin duda. Los asesinatos y lo que ocurre a continuación, la respuesta ejemplar, sin límites y sin precedentes en España de miles de ciudadanos en el entierro; cuyo orden lo mantiene el propio PCE porque la Policía Armada se pone a su servicio. Esa demostración de fuerza y de civismo es lo que determinó que el proceso democrático fuera imparable y para ello había que legalizar a los sindicatos y al PCE. De hecho, a los pocos meses ocurrió. Luego se aprobó el reglamento electoral y las primeras elecciones. Fue determinante.Estos días se habla mucho de todo lo que ocurrió; en un programa de La Sexta, Ramón Tamames, llamaba a las víctimas: mártires de la democracia. Creo que lo hacia con toda su buena fe, incluso haciendo un homenaje a las víctimas. A mi este lenguaje canónico-religiosa no me gusta, pero pensando estos días en ellos me acordaba de Bertolt Bretch, de su frase: Hay hombres que luchan un día y son buenos...pues yo creo que las víctimas de Atocha fueron imprescindibles en la Transición democrática.

¿Cómo marcó a la profesión?

Desde el punto de vista profesional hay que destacar dos cosas. El primero, la conducta ejemplar del Colegio de Abogados de Madrid, presidido entonces por Pedro Rius, y cuyo vicedecano era Antonio Garriges Walker; que no eran precisamente de izquierdas. Y que dijeron: estos abogados muertos son nuestros, pusieron la capilla ardiente en el colegio y asumieron su protección. Y, en segundo lugar, tras este hecho, la actividad de los despachos laboralistas comenzó una nueva etapa. Durante la lucha sindical, los despachos laboralistas eran todo porque los sindicatos eran ilegales. En la medida en que estos se legalizaron, con la llegada de la Democracia entraron en una fase: la democrática. Y, en esa nueva fase, hubo de todo. Unos siguieron haciendo lo mismo; otros se íntegraron en los servicios jurídicos de los sindicatos, y otros se buscaron la vida fuera porque pensaron que su papel había terminado. También por desencanto, pero esa es otra historia. Una de las cosas que contaré esta noche en el Colegio [la entrevista se hizo horas antes] es que la policía, que me tenía controlado desde que había llegado a Tenerife, había ido a la Magistratura de Trabajo a hablar conmigo al día siguiente de la matanza. Me dijeron que no me preocupara que solo querían hablar conmigo y que fuera al Gobierno Civil que querían hablar conmigo. En ese momento, que estaba bajo el impacto emocional de lo que había sucedido fui. Llamé primero al decano de abogados y a otros colegas que tenían que ver con sindicatos para que me acompañaran. No te cuento todo, pero me contaron una milonga para decir que había un comando en la Isla que había venido para matarme. Era mentira, por supuesto. Me dijeron que ellos tenían localizados al comando, que había desembarcado en la Isla, y que me ofrecían protección. Me explicaron tres modelos de protección, pero cada vez que me explicaban uno al final me decían que no era seguro. Por mucha protección que te demos, te pueden matar; me decían, lo mejor es que cierres el despacho y que desaparezcas una temporada. Al principio, con el impacto emocional, no lo coges. Yo les dije que les avisaría si fuera así, pero cuando salí de allí pensé que lo que realmente querían es que cerrara el despacho. Por supuesto no lo hice.

¿Recibió apoyo de los colegas canarios?

Sí, aunque yo con los que tenía contacto era con los de Madrid. Pero sí, principalmente de los laboralistas, incluidos los del Sindicato Vertical. Me dieron todo su apoyo, acudieron al despacho para ver si necesitaba algo, a ofrecerse.

¿Se trabajó después con mucho miedo o al revés?

Se trabajó con mucho coraje. Probablemente hubiera mucho miedo, pero la gente no se achantó, no se echó para atrás. Al contrario, aunque eso no excluye el miedo. Yo no lo sentí porque en Tenerife no había la tensión ni la violencia que se vivía entonces en Madrid. Lo único que viví fue lo que te conté, que fue toda una gran mentira para que cerrara el despacho. Pero de ahí no pasó.

¿Cree que se dejaron algunos cabos sueltos durante el juicio ?

Estoy convencido. Todo lo que estaba por encima de Francisco Albadalejo Corredora, secretario provincial del Sindicato Vertical de Transportes; y que estoy seguro que hay mucho, se impidió seguir investigando durante la instrucción del caso. Y no solo eso; esta mañana me preguntaban en una radio cómo no era posible localizar a uno de los implicados, Lerdo de Tejada, que huyó en un permiso y que ya puede volver [el caso está prescrito]. Es muy sencillo; es perfectamente posible localizarlo, pero estoy convencido de que las fuerzas que están aún incrustradas, o que estuvieron en su momento y que no les convenía que se supiera, no han trabajado para localizarlo, sino para no hacerlo.

¿Se le podría buscar si el suceso fuese catalogado como terrorista, tal y como se ha calificado en muchas ocasiones?

Se podría estudiar. Sería jurídicamente complicado pero se debería.

¿Cree que ha sido suficientemente reconocido el papel de los abogados laboralistas en la Transición y lo que supuso la muerte de estos cinco abogados para la Democracia, en concreto?

La sociedad española y los políticos no han reconocido suficientemente el papel que jugaron en la lucha democrática y en la Transición los despachos laboralistas, que fueron fundamentales; todavía está por hacer su historia.

¿Ha cambiado mucho el trabajo que se realizaba en esos despachos laboralistas a hoy?

Mucho. Entonces el trabajo que se hacia no era clandestino pero se trabajaba desde la ilegalidad. Aunque a cara descubierta; nos jugábamos la vida. Defendiendo los derechos de los trabajadores como se podía, con la legislación que había, dando cobertura jurídica a los sindicalistas clandestinos y pantalla para que pudieran ejercer su actividad. En aquella época, además los despachos laboralistas no solo se dedicaban a los temas laborales, también daban cobertura a los movimientos vecinales, atendían la falta de equipamiento de los barrios, sus necesidades. Por ejemplo, el despacho de Atocha asesoraba en Vallecas, Manoteras.

¿Cómo ve actualmente la defensa laboral?

Está muy relacionado con lo que hagan los sindicatos, y este momento es muy complicado. Los sindicatos desde la Transición han desempeñado un papel muy importante en la conquista de derechos de los trabajadores. En convertirlos en ciudadanos y no en esclavos. Pero en los últimos tiempos han adoptado unas medidas organizativas muy centralizadas y toda centralización lleva emparejada una burocratización, y creo que están en una deriva muy preocupante.

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