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Aquí la Tierra Escala definitiva

Balada del viejo marinero

El cuerpo de Henry Robert Angel, capitán del célebre clipper 'Torrens', a cuyas órdenes sirvió como primer oficial el escritor Joseph Conrad, yace enterrado en una tumba del Cementerio Inglés

Balada del viejo marinero

Es más que probable que lápidas como la de la tumba de Henry Joseph Horatio aventen ensueños oceánicos en el curioso que deambula por el Cementerio Inglés de Las Palmas. Si quiera porque, como indica su inscripción, su huésped es el séptimo conde de Nelson, aunque no consten en su biografía hazañas navales como las de su antecesor, el célebre vicealmirante de la Marina Real Británica, ni su losa acredite, siquiera, que sabía navegar. Previsiblemente, en cambio, la que resguarda en este camposanto los restos de Henry Robert Angel pasará más desapercibida, aunque su lápida no obvie su condición de hombre de mar. Ésta dice así: "En memoria afectuosa de Henry Robert Angel, capitán durante muchos años del Torrens. Entró en el cielo a los 93 años el 7 de abril de 1923. Aquellos que entran en barco en el mar son los que ven las obras del Señor (Salmos, cv 11.13.24)."

Capitán del Torrens. Es posible que a la mayoría de los lectores el nombre de este barco no les diga nada. Pero en la historia naval británica este clipper ocupa un lugar destacado. Construido según las instrucciones del propio Angel, que compartiría su propiedad, como accionista mayoritario, con la naviera Elder & Smith, el Torrens transportaba pasajeros y carga entre Gran Bretaña y Australia. Con 222 pies de eslora, 38 de manga y 1.276 toneladas de peso, llegó a ser el buque más veloz que hacía este recorrido. En una ocasión lo culminó en 65 días.

Proveniente de Londres, el Torrens recalaba en Las Palmas, ciudad por la que el capitán Angel sentía gran aprecio, y proseguía hasta Puerto Adelaida, con escalas en las islas de Ascensión y Santa Elena y en Ciudad del Cabo. Entre sus pasajeros célebres figura el novelista y dramaturgo inglés John Galsworthy, galardonado con el Nobel de Literatura en 1932, que compró billete en el Torrens en 1892 para conocer a Robert Louis Stevenson en Samoa. Pero, además de en el pasaje, entre la tripulación del Torrens hubo también quien adquiriría gloria literaria, más incluso que el propio Galsworthy, aunque la Academia Sueca nunca reconociese su valía: entre noviembre de 1891 y junio de 1893, el primer oficial del buque fue Joseph Conrad, autor entonces en ciernes, consagrado posteriormente en el Olimpo de las letras por novelas como El corazón de las tinieblas. Conrad no dejó, al menos fácilmente reconocible, retrato alguno de su capitán, el hombre cuyos restos reposan en el Cementerio Inglés de Las Palmas -aunque hay quien cree ver rasgos de Henry Robert Angel en el capitán MacWhirr, el protagonista de su novela Tifón-. En cualquier caso el autor de Nostromo dejó una semblanza del Torrens: "Un barco de brillantes cualidades, que transmitía buenas energías por su modo de dejar que los grandes mares surcaran debajo de él. Parecía una gran exhibición de gracia inteligente y habilidad infalible, capaz de maravillar hasta al menos amante del mar de nuestros pasajeros".

No sabemos si W. H. Jacques fue un pasajero poco o muy amante del mar. Lo que sí se sabemos es que embarcó, tuberculoso y próximo a la muerte, en el clipper del capitán Angel, y que, hombre culto y refinado, leyó durante la misma travesía que Galsworthy, el manuscrito incompleto de La locura de Almayer. Vivamente impresionado por esta novela ambientada en Malasia, durante el viaje animó al primer oficial del Torrens a culminarla y mandarla a la editorial Unwin. Ésta publicó finalmente el libro y con ello puso en marcha la carrera literaria de Józef Teodor Konrad Korzeniowski, quien tras adoptar la nacionalidad británica se hizo llamar Joseph Conrad.

Cada vez más superado por la navegación a vapor, más segura, con más capacidad de carga y sobre todo más veloz, el Torrens existiría todavía algunos años más, transportando mercancías y pasajeros y quizá también más literatura. Finalmente, en 1910 fue desguazado en Génova. No obstante, en 1973 volvió a ser noticia porque una expedición australiana a la Antártida descubrió en una de las islas Macquaire, al sudoeste de Nueva Zelanda, una cabeza de mujer tallada en madera que resultó ser parte del mascarón de proa perdido por el Torrens en 1899.

En cuanto al capitán Angel, cuya tumba ha desencadenado estas digresiones, se retiró en 1890 de la vida marinera para montar una fundición, y, como tantos británicos, pasó temporadas de vacaciones en Las Palmas. En 1923, en una de sus travesías hacia esta ciudad, el Highland Piper, el barco en que viajaba ya solo como pasajero, atravesó una tormenta. La tripulación indicó entonces a sus huéspedes que permaneciesen en sus camarotes hasta que amainara, pero, pese a sus 93 años, el capitán Angel, acostumbrado a vérselas con tempestades más hostiles, hizo caso omiso y salió a cubierta a contemplar el espectáculo de los elementos desatados. De resultas sufrió una caída y permaneció hospitalizado varias semanas en Las Palmas. Su hijo mayor, el capitán Falkland Angel, tuvo tiempo de llegar en otro barco para estar a su lado en el momento de su muerte, provocada por una neumonía, el 7 de abril de aquel año. Su cuerpo quedó encallado definitivamente bajo la lápida del Cementerio Inglés, que contiene la hermosa inscripción citada al principio a modo de balada del viejo marinero.

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