"No es una ruta de senderismo, sino un paseo para disfrutar, caminar con tranquilidad y empaparse del entorno". Con estas palabras Matías Ramos Trujillo, ingeniero de caminos, exfuncionario de Medio Ambiente del Ayuntamiento y guía por un día por el barranco de Guiniguada animaba a los caminantes a punto de emprender el sendero verde de que abrieran sus sentidos porque el cauce natural iba a despertar más de una sorpresa. Y así fue pese a la lluvia que cayó durante el paseo al casi centenar de vecinos que participaron en la ruta, promovida por Amirisco (Amigas y Amigos de El Risco), que no achantó a nadie y que ayudó a ver otra imagen del camino.

La actividad, programada dentro de las jornadas que durante todo marzo se están desarrollando en el barrio de San Nicolás bajo el título Risqueando, para conocer el ayer, el hoy y el futuro de una de las zonas más singulares de la capital y en las que colabora también el Ayuntamiento y otras instituciones públicas y privadas, permitió descubrir a los paseantes la importancia histórica del barranco para la ciudad como acequia de agua para la población y por su uso industrial y agrícola, así como por el potencial que tiene como espacio para el ocio ciudadano y para conocer la flora de la Isla y su estructura geológica; entre otros muchos aspectos aún por descubrir.

El barranco del Guiniguada es uno de los más importantes de la Isla, que parte desde la misma Cumbre hasta la costa- desde el Pico de Las Nieves a Las Palmas de Gran Canaria- a lo largo de 25 kilómetros y con una pendiente de 1.800 metros.

Un impresionante embudo a escasos metros del corazón de Las Palmas de Gran Canaria y una vía de comunicación entre el centro de Gran Canaria y la capital. Y también de suministro de agua desde los tiempos de la Conquista para la ciudad; tal es así que los mismos Reyes Católicos dieron licencia al municipio para encauzar y traer el agua que caía en la Cumbre lo que obligó al ayuntamiento a hacerse con numerosas fincas a lo largo del camino por donde el agua bajaba.

El punto de partida para emprender los 6,7 kilómetros de paseo por el sendero fue la ermita de San Nicolás, uno de los sitios históricos del barrio, mandada construir en 1897 por María González, esposa del capitán Juan Matos. Junto a la calle Real del Castillo, antiguo camino real que unía a la capital con Teror. Para continuar por el Centro medioambiental del Pambasso y adentrarse en el mismo barranco hasta Lomo Verdejo y llegar a la altura de la antigua fábrica de tabacos, conocida como La Floridita y hoy depósito municipal, para subir por el camino real de Capellanía hasta llegar al barrio de Lugarejo y adentrarse de nuevo en la ciudad hasta el mismo barrio de San Nicolás.

Durante el camino, Matías Ramos se encargó de dar a conocer aspectos del barranco relacionados con la canalización del agua y su uso agrícola e industrial, mientras que la bióloga Mari Fe Rivero Suárez descubrió a los vecinos la flora de la zona. Agustín Suárez Ruano, por su parte, uno de los organizadores de las jornadas y experto en medio ambiente, aportó una visión más urbana y social sobre cómo se había ido construyendo la ciudad a espaldas del barranco, convertido durante años en un vertedero y dejado de la mano de las administraciones.

El barranco ha sido recientemente rehabilitado y limpiado por el Ayuntamiento hasta el mismo Jardín Botánico lo que permite ser accesible a todo tipo de personas con sillas adaptadas para senderismo, como le ocurrió a Jorge, vecino del barrio y con discapacidad motórica, que disfrutó del paseo con la ayuda de otros vecinos.

El paseo descubrió a los caminantes que el vocablo Guiniguada tiene origen aborigen y que significa "el que trae agua". Y eso se descubre nada más entrar en el Callejón del Molino donde se puede ver uno de los depósitos de agua de hormigón armado, un tanto descuidado, que se construyeron en la década de los 40 y 50.

La calle ya dio pistas para conocer que a lo largo del cauce había 22 molinos de agua que se utilizaban para amasar el gofio. En el propio Risco de San Nicolás había dos que se han perdido.

Los restos de uno de ellos pueden verse a lo largo del camino. También las ruinas de las viviendas de los obreros que trabajaban en una de las canteras de la ciudad: Cuevas de Niz. Y las paredes de las numerosas fincas agrícolas que, aprovechando el agua del barranco, se instalaron en sus bordes.

Dos de ellas - Los Traviesos y La Gloria- aún siguen activas y abrieron sus puertas para que los caminantes conocieran el pasado agrícola de la ciudad y cómo pueden coexistir pese al cosmopolitismo de Las Palmas de Gran Canaria. En la de Los Traviesos se conservan dos araucairas centenarias, convertidas ya en enseña del cauce y que todos confían en que se incluya en el catálogo de árboles singulares de la ciudad por su belleza.