Dice el tópico que, cuando un amigo se va, algo se muere en el alma. Y no deja de ser cierto. Se nos ha ido José Antonio Rivero Gómez -que era como siempre él mismo señalaba ya fuera en persona o por teléfono, al presentarse-, al que todos llamábamos Pepe Rivero. Y se queda, sí, un vacío en el alma con la partida de este tafireño de pro y de porte británico.

Diferencias, que las tuvimos, aparte, Pepe Rivero fue no sólo un amigo, sino también un maestro. Desde mis inicios en esto del periodismo -hace unos cuantos años ya-, coincidí con Pepe en muchas y diversas situaciones. En especial en aquella época primigenia en la que las circunstancias me hicieron acercarme a los terreros de lucha canaria para llevar a las páginas las informaciones de las luchadas a las que asistía. Y él, experto en este deporte autóctono, no sólo por su condición de expresidente del Adargoma, sino por sus artículos en Diario de Las Palmas bajo el seudónimo de Pardelera, se esforzaba por hacerme entender lo que era una burra o un cango o un toque p'atrás. Algo aprendí, desde luego, aunque quizá no tan proporcionalmente como el esfuerzo y empeño que él ponía en que lo hiciera.

Allí, en los terreros, conocí a Pepe. Allí y en la vieja redacción de la calle Murga, donde acudía a llevar mis colaboraciones de primerizo en La Provincia. Luego, la vida profesional nos juntó en Canarias 7, primero; y en Diario de Las Palmas y La Provincia, después. Ahí aprendí mucho de él. No sólo como insigne periodista que fue, sino también de su bonhomía como persona. De buen carácter, era el idóneo con el que compartir problemas o al que pedir consejos. Y fueron muchas, hasta la pasada semana por último, las veces en las que a él acudí en busca de esa socarrona sapiencia que le llevaba a acertar de lleno en su consejo, en su palabra de veterano, de amigo.

Erudito, estudioso e investigador empedernido -sacó adelante una de las dos grandes historias en las que tanto empeño puso, como fue la de encontrar la tumba de José Padrón El Sueco y dar a conocer los últimos años de su vida; mientras la otra, la de Timimi, un grancanario que ganó una liga con el Real Betis, se quedó en el tintero, aunque me consta que esbozó algún que otro capítulo-, entendido del deporte, ya no podremos seguir siendo partícipes de su prestancia y elegancia inglesa, porque ayer fallecía, casi repentinamente, después de haber ganado múltiples batallas a la muerte en los últimos años. Pero no pudo ganar la última. Sin embargo, el legado que deja es tan importante, que le seguiremos teniendo en nuestra memoria por siempre.

Adiós Pepe Rivero, un fuerte abrazo allá dónde estés. Buen viaje, amigo y compañero. Y muchos ánimos para tu esposa, Luisa Estévez, y tus queridísimos hijos, Domingo y Ana Isabel.