"Nací en un barrio muy humilde, en Schamann; al final de Pedro Infinito, y en una familia también muy humilde. Allí había una zona que la conocían como los albergues porque aquello era como un gueto, un Brooklyn; era terrible. Me enfadaba muchísimo cuando me decían que era de allí, aunque yo vivía en los alrededores ".

Demetrio González González, casado y padre de dos hijos, comienza así su historia personal para hacer comprender al interlocutor el impacto que le supuso entrar a trabajar en los años 60 en el Real Club Náutico, donde entonces se movía la gente más adinerada e influyente de la sociedad grancanaria. Tenía tan solo 13 años y reconoce que si no hubiera sido porque su madre era muy estricta y por un problema de vista que le surgió después y que le impidió entregarse a su afición -arreglar radios y televisores- no hubiera continuado en la sociedad.

"Al día siguiente de ir le dije a mi madre que no quería volver, aquel mundo me impresionó, me impactó; yo nunca había visto a tanta gente tan educada". Pero en ella ha logrado cumplir 50 años de vida laboral, primero como chico de los recados y después formando parte de la plantilla.

Su historia es también la de de la entidad.

González recibe aún las muestras de cariño de los socios y empleados del Club, ya que tan solo hace unos días que se acaba de jubilar de su "casa". Entró en la plantilla gracias a la carta de recomendación de un tío del hoy edil de Turismo, Pedro Quevedo, cuando acudía a la tienda de su abuela en Triana para ver como un vecino suyo, técnico en comunicaciones, arreglaba y vendía transistores, magnetofones y teles.

"Los socios entonces no traían toallas y mi tarea consistía en llevarlas a La Isleta, donde la madre del conserje mayor las lavaba ; con un olor en la guagua que echaba para atrás, y traerme las que ya estaban secas", cuenta. También el ir al parque de Santa Catalina y esperar a que la quiosquera le preparase la prensa y las revistas que llegaban al Club y recoger el correo de los socios que repartía casa por casa "con acuse de recibo" para saber que hacía bien la entrega.

"Comenzaba casi en La Isleta y terminaba en Vegueta; todo ello caminando", rememora el exconserje.

En aquellos primeros años había un equipo de botones y otro de ordenanzas. Todos iban vestidos de marinero; los primeros de blanco y, los segundos, de azul. Su primera paga fueron 760 pesetas -poco menos que cinco euros-. A los 16 años le metieron en nómina y a los 18 años "todos me felicitaron porque la junta general había aprobado que fuera conserje".

A partir de entonces comenzó a controlar el acceso, atender a los socios que le requerían o a cualquier necesidad que hubiera en el Club "Nunca quise tener a gente a mi cargo, aunque me lo propusieron".

Llegó con Fernando Jiménez Navarro como presidente y se jubila con Fernando del Castillo al frente. De los diez con los que ha trabajado guarda algún recuerdo. "Manuel de la Cueva era una persona muy entrañable; Marrero Portugués muy duro a la hora de negociar el convenio".

Entre su anecdotario figura la de tener que pedir auxilio al Tamarán -prácticos del Puerto- cuando una noche de velada de 1968 se levantó un temporal y vio a dos mercantes embestir hacia el Club porque entonces no existía la prolongación del dique León y Castillo.

No llegaron a tiempo y el Kallipateira encalló frente al Náutico y el Dumbo acabó varado en Las Alcaravaneras. También la de acompañar en 1994 a un agente de la Policía Nacional durante una semana enseñándole todos los recovecos del Club y los alrededores para que no hubiera problemas durante la celebración de la onomástica del hoy emérito rey Juan Carlos I. Y, por supuesto, la fiesta que se celebró cuando Luis Doreste y Roberto Molina consiguieron en 1984 la medalla de oro olímpica de vela. "Cuando venía alguna personalidad eran días de ir de aquí para allá; mucho trabajo, todo tenía que salir perfecto", rememora.

El ex trabajador reconoce que los socios del Club son ahora más abiertos y más sociables con los empleados que en los años 60 y 70. "Era todo muy estricto; había mucha educación y mucho respeto. Era tanto el respeto que las bromas no existían; ahora hay de todo". Tanto es así que cuando se formalizó la relación con su mujer, ésta dejó de trabajar en el Club para que nadie tuviera que decirle nada de ella en caso de que hubiera algún problema laboral. "Hoy me arrepiento", reconoce. A ella espera dedicarle los próximos años, también a sus hijos - Christian y Cathaysa- y a su nieto Agoney, que le enseñara a pescar. Lleva el Club en el corazón pero no se ve jubilado entrando en la entidad, aunque pudiera, "No estaría cómodo sentado en la terraza, todavía hay clasismo".