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Reencuentro de la Escuela de Hostelería tras más de 50 años

El Cabildo abrió en 1962 el primer centro de formación de camareros y cocineros de las Islas para dar respuesta al boom turístico

La promoción de 1965 contó con 320 alumnos, el máximo en la historia de la Escuela.

Han pasado 52 años sin verse, pero han conseguido reunirse algunos de los antiguos alumnos de la Escuela de Hostelería que se instaló en el barrio capitalino de San Cristóbal en abril de 1962 gracias al Cabildo de Gran Canaria.

Cinco exestudiantes de la segunda promoción de la Escuela, Hortensia Díaz, secretaria en la década de los sesenta, y Juan Espino, profesor de cocina, cenaron juntos para recordar viejos tiempos y comparar las experiencias que les ha deparado la vida después de ser unos pioneros en esto de la restauración en los tiempos en los que comenzaba el boom turístico.

A comienzos de la década de los sesenta empezaron a construirse los primeros hoteles y restaurantes en la playa de San Agustín y otras zonas del sur grancanario. Los nuevos establecimientos necesitaron mano de obra urgente para dar servicio en un negocio más que floreciente. Los alumnos egresados pasaban a trabajar en su mayoría en el extinto restaurante La Rotonda; incluso, ofrecieron el servicio de inauguración del recinto de Infecar como parte de sus prácticas.

El edificio que acogió la institución se conoce actualmente como La Granja y está situado junto al Hospital Materno Infantil. Hoy aloja oficinas de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.

Los chicos entraban a estudiar en esta escuela desde muy jóvenes, algunos con la pubertad recién estrenada eran internados. "Con nueve años comencé a trabajar de camarero en el restaurante Balcón de Zamora y con 12 entré en la Escuela de Hostelería" comenta José Félix. El alcalde de Valleseco le dijo un día que valía mucho y le animó a estudiar en la nueva escuela que abría el Cabildo. Dio el servicio en la Feria del Atlántico donde conoció a un joven Carmelo Vega, quien fue jefe de barra; también conoció allí a Agustín Artiles, fundador de Las Grutas de Artiles. José, años después, fundaría en la capital con éxito una empresa familiar de restauración

Hortensia Díaz conserva muy buenos recuerdos de sus cinco años como secretaria de la Escuela de Hostelería. Era casi la única mujer en un mundo de hombres, la otra excepción era Elisa González Araña, profesora de inglés.

"Recuerdo con especial interés el viaje que hicimos a Madrid para ver a Franco", cuenta Díaz. Cien de los mejores alumnos, varios profesores y personalidades del Cabildo acudieron a ver al dictador a su residencia en El Pardo para entregarle una bandeja de plata con gofio. "Llegamos a las nueve de la mañana y no nos atendió hasta la hora de comer", continúa. No obstante, para ella y los otros chicos suponía la primera vez que ponían un pie fuera de tierra canaria.

"La experiencia como secretaria fue muy buena, era la primera vez que trabajaba. Por desgracia me casé y me fui a vivir a Madrid" comenta Díaz muy entusiasmada al recordar aquellos felices tiempos en los que el director de la Escuela, Manuel Moret, tenía que protegerla de tantos adolescentes.

Juan Espino también trabajó en la instalaciones de San Cristóbal. Fue profesor de cocina durante más de 40 años, desde la inauguración hasta que se jubiló. A lo largo de su carrera logró varios galardones y reconocimientos a una carrera brillante. "Para mí la escuela fue un hobbie, me divertía, era mi pasión" cuenta con una enorme sonrisa en la cara al recordar esos tiempos ya lejanos.

Espino consiguió ser profesor con solo 23 años, pero su verdadero sueño era otro, "ser cocinero en el Hotel Sheraton de Boston" cuenta. No obstante, antes de la enseñanza se puso el delantal en el parlamento belga, en Madrid y en Francia. Se formó a muy temprana edad en Lausana, Suiza, y desde allí recorrió mundo. Al volver a Las Palmas de Gran Canaria trabajó en los fogones del Hotel Santa Catalina, hasta que encontró su hueco definitivo poco después. Hoy afirma tener contacto con algunos de sus antiguos alumnos.

No obstante, algunos de los que aquí estudiaron también se fueron muy lejos. Hasta Toronto llegó Santiago Reyes, ciudad canadiense en la que reside desde hace años. "Después de terminar los estudios trabajé de camarero en Inglaterra y Escocia. En 1974 ya me fui casado a Canadá donde me retiré de la hostelería", comenta Reyes. Con solo 15 años entró a la Escuela sin saber nada de hostelería, ninguna experiencia, lo que tenía eran verdaderas ganas.

Por tierras inglesas también acabó la experiencia de Oscar Falcón. Reconoce que no se acuerda de nada de su paso por San Cristóbal, su verdadero sueño era dar clases en la lengua de Shakespeare. "Ya sabía un poco de inglés, por lo que busqué unos estudios que me sirvieran de algo y me abrieran puertas", comenta Falcón. Luego, se dispuso a viajar a Inglaterra. "Marché a Londres para estudiar allí filología inglesa; mis estudios los pagaba haciendo horas como camarero" continúa.

Uno nunca sabe donde tiene la vocación. El padre de Manuel Rodríguez le obligó a estudiar hostelería, pero él sentía que su lugar estaba junto a Dios y los más necesitados, por lo que con solo 18 años entró de fraile franciscano en Sevilla, para después pasar por monasterios destacados como Guadalupe, en Cáceres.

"Mi padre era el dueño del restaurante Eloito, en El Pagador", comenta Rodríguez. El lugar fue parada obligada para todos los que se dirigían al Norte hace ya más de 50 años. Por tanto, el chico creció entre fogones y cubiertos, es decir, ya conocía la profesión cuando ingresó en la Escuela. "Los profesores me decían que acabaría en el bochinche de mi padre, pero mis intenciones eran otras", aclara.

Quien sí ha dedicado su vida al mundo de la hostelería y el turismo es Salvador Armas. Con 11 años fue botones en el Hotel Reina Isabel de la playa de Las Canteras. Su padre era guardia jurado en las antiguas plantaciones del Conde de la Vega Grande en los tiempos en los que la pala empezó a remover tierra en las inmediaciones de San Agustín. "Como se empezaron a construir hoteles en aquella zona me animaron a estudiar hostelería", cuenta Armas. Entro por la rama de servicio y realizó prácticas en La Rotonda, el Reina Isabel, entre otros hoteles. Después, y tras unos años por Europa, tuvo un restaurante en Marbella y otro en Puerto Rico, ambos fracasaron. Esta aventura empresarial no le defraudó y a finales de los setenta decidió crear Bazar Anie, una agencia de espectáculos y animación en hoteles que hoy está en manos de sus hijos.

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