Miles de ramas de olivo y acebuche, y cada vez menos palmitos, se arremolinan en la procesión de La Burrita, una masa arbórea para festejar la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, que se mezcla con centenares de móviles en alto, incluidos sus correspondientes palos selfies. Fueron más de 2.000 personas, según los cálculos de la Policía Local, las que ayer acudieron al acto religioso, que arrancó en la ermita de San Telmo, y dio comienzo a los actos de esta Semana Santa. El intenso olor a incienso y la especie de remolino de ramas de olivo y acebuche fue la señal de que el Señor en la Burrita estaba a punto de iniciar su recorrido por las calles de Triana.

La principal novedad, ajena al ritual religioso, estuvo protagonizada por el inusitado despliegue policial y los camiones de bomberos atravesados en las bocacalles del recorrido de la procesión, que forman parte del protocolo de seguridad en estos tiempos de alerta terrorista.

Ajena al despliegue de seguridad está Eugenia, de 71 años, tan absorta en sacarle una foto al Señor en la Burrita, que a punto está de dar un traspie, tras perder el equilibrio en un desnivel del suelo. "Parece que estás mayor", la busca con mala idea su nieto, un pibe de 19 años, que la agarra por el aire justo antes del instante fatal. Cada Domingo de Ramos, desde que era un crío acude con ella a la procesión. La promesa se la hizo al Cristo su abuela un domingo, desesperada porque su nieto a punto estuvo de irse al otro mundo, pero el joven nunca falta a la cita. "Estuvo muy malito cuando tenía cuatro años. El primer año que vinimos a cumplir la promesa le dije: no te vas a arrepentir nunca. Y sigue viniendo y casi va a cumplir 20 años. Y yo no le digo nada", destaca Eugenia que bromea con un "la procesión va por dentro", cuando una señora resalta lo estupendamente que lleva su largo rosario de años.

Más joven, Ana Monzón, acude puntual a su cita con el Cristo jubiloso desde hace casi 50 años. Acaba de comprar un ramo de olivo y un palmito. "Ya están bendecidos", resalta. Sus primeros recuerdos de La Burrita se remontan a su niñez. "Para mí significa la entrada del Señor en Jerusalén, representa la sencillez y la humildad de Jesús. Algún año habré fallado, pero a mí me gusta esta algarabía. Que La Burrita la bendiga", se despide Ana, mientras unos metros más allá espera impaciente Margarita Bello. Ha vuelto, no sabe por qué, después de muchos años ajena a la procesión, en un intento de recordar y revivir la explosión de emociones que la invadían cuando niña. "Mi madre nos compraba de todo ese día. Íbamos de estreno. Todo lo que llevábamos, desde los zapatos hasta las bragas. No podíamos llevar nada usado. Tengo unos recuerdos tan lindos", exclama muerta de risa. Para Nicole y Leire, dos proyectos de mujer de siete años, es su primera Burrita. No pierden detalle del rebumbio a su alrededor. Han venido arrastradas por Agustina y Loly, bisabuela y abuela de ambas. Sus hijos dejaron de venir un día, pero ellas nunca faltaron y ahora tiran de las niñas. Agustina siempre llora cuando pasa La Burrita. Por la tarde le irá a rezar al Cristo de la Salud. "Tengo mucho que pedirle", exclama emocionada. "No lo puedo remediar", se disculpa con los ojos rayados en lágrimas y la sonrisa en la boca. Mientras los fieles aplauden al Señor, Antonio intenta vender algún que otro palmito. Se ha pasado la semana trenzándolos. "Cada vez hay menos", se queja.