Juan Ignacio nació en El Zardo, en San Lorenzo, y sus recuerdos de infancia estarán por siempre anudados al Guiniguada, un barranco en el que solía hacer algunas incursiones con sus amigos cuando era chico, tras bajar por la ladera de Almatriche. Hacía muchísimo tiempo que quería volver al escenario de su infancia para enseñárselo a su mujer, Natalia, y a su hijo más pequeño Jorge. Ayer cumplió su deseo. "Venía a robar plátanos y también a casa de mis primos", confiesa risueño Juan Ignacio. "Me gusta el barranco. Hacemos senderismo y hoy hemos venido porque nos han hablado del sendero que habían hecho y queríamos ver como ha quedado. Dejamos el coche en el Maipés, vamos a bajar hasta el Pambaso y después nos vamos", comenta Juan Ignacio, quien se muestra asombrado de la gran cantidad de gente con la que se ha tropezado en escasos metros. "He contado hasta 60 ciclistas. Otro día nos vamos a pasar el día aquí".

La que más le gusta es la zona del Maipés, aquella en la que los riscos que rodean el barranco se retuercen y dan idea de las terribles explosiones volcánicas que se produjeron en la zona hace 2.400 años. La visita le sirve para tener otra visión del barranco. "Yo antes veía el barranco desde Almatriche y ahora, desde el otro lado. Es bastante diferente", una perspectiva que le brinda otro paisaje, donde reinan los acebuches, la salvia morisca, los relinchones, algún que otro pino y donde todavia sobreviven los cercados de plataneras que se plantaron a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Juan Ignacio y su familia forman parte de los centenares de visitantes que ayer disfrutaron del espacio recreativo del Guiniguada.

Los agricultores, lavanderas, cantoneros, cabuqueros, canteros, poceros y otros habitantes que recorrían el barranco en otros tiempos para buscarse la vida son sustitudos ahora por ciclistas, corredores y caminantes, con los que a veces se mezclan los escasos agricultores y ganaderos que aún sobreviven a lo largo del cauce. Muchos de los paseantes proceden de los barrios que han ido surgiendo a la sombra del barranco, con nombres tan sugerentes como Barahona, Lugarejo, Salvago o Albiturría. Siempre allá en lo alto, para evitar el peligro de inundaciones en un barranco que cuando corre siempre viene -como le gusta decir a los viejos de lugar- con sus escrituras de propiedad debajo del brazo y arrambla con todo lo que se le ponga por delante.

Esa manera de llover

Juan Luis, un ciclista granadino que coge su bicicleta muchos domingos para recorrerse el barranco desde su casa en Santa Brígida hasta el Pambaso, da fe de ello. "La lluvia última que ha caído ha sido tremenda. Hace dos fines de semana o por ahí llovió de esa manera que cae de vez en cuando y destrozó bastante el sendero. Es una pena, pero hay que mantener todo esto de manera periódica", sostiene.

Hacía muchísimo tiempo que no transitaba tanta gente por el Guiniguada, un barranco por el que ya sólo se escucha el agua cuando llueve, pero cuya huella permanece tanto en los caminos que ha ido labrando a lo largo de miles y miles de años como en los ingenios hidráulicos que construyeron sus habitantes para sobrevivir a su sombra. Restos de cantoneras, acequias, lavaderos y molinos de agua aparecen diseminados a lo largo del cauce, desde el Jardín Canario hasta el Pambaso, el último tramo del barranco por el que discurre el agua poco antes de acabar en el Atlántico y muchísimo después de haber saltado por un tortuoso camino que arranca en Tejeda.

No hace tanto se podía hacer la ruta desde el Pambaso al Maipés sin encontrar un alma por el camino, pero desde hace pocos meses han vuelto a asomarse los vecinos de la capital, atraídos por el nuevo sendero ciclista y peatonal que ha acondicionado la Concejalía de Urbanismo del Ayuntamiento con el dinero del Fondo de Cooperación del Cabildo de Gran Canaria. No es el caso de Juan Luis, a quien el Guiniguada siempre llamó la atención. LLeva 27 años viviendo en Gran Canaria. "Desde que hicieron el sendero, ha aumentado muchísimo la afluencia. Al principio veníamos diez o veinte ciclistas como mucho. Ahora te encuentras un montón. Y también ves a mucha gente caminando, más los sábados que los domingos, curiosamente. Y eso que esta es una época mala porque la gente está con las comuniones", se ríe este ciclista granadino que sale de su casa poco después de las nueve de la mañana; se toma su café en Las Palmas y luego vuelve sobre la una y media, después de tragarse unos 32 kilómetros. "Bajando voy fantástico, pero luego tengo que subir; pero bien. Yo voy a mi ritmo. Para mí el barranco auténtico es éste, el del entorno de Fuente Morales. Me encanta. Tiene una enorme importancia desde el punto de vista geológico. Sólo hace falta mirar las paredes que lo enmarcan.Y también desde el punto de vista de la flora".

Yazmina García vive en El Fondillo y ayer se llevó a su amiga Eloísa, una catalana del Ampurdán. a correr. "Utilizamos el barranco para pasear con el niño como si fuera un parque y también para correr. Venimos sábados y domingos, que es cuando el trabajo nos lo permite. El camino está espectacular y lo bueno es que si quieres estar sola puedes hacerlo, pero sabes que siempre hay gente si ocurre algo", aclara.

Un poco más arriba, cerca del Aula de la Naturaleza, aparecen felices como perdices a bordo de sus bicicletas Carlos, Mónica y David, del Grupo Montañero de Gran Canaria. Carlos enseña a Mónica a circular en moutainbike y ambos se topan con David, un argentino afincado en la isla, que exclama: "¡Esto es un lujo y la gente no lo conoce!. Aunque yo creo que es mejor que no lo conozca. Ahora que comienza a circular más gente comenzamos a tener problemas porque hay ciclistas que bajan muy rápido". Un poco más arriba del gran viaducto que sobrevuela el barranco, a a la altura de Albiturría, aparecen en el suelo los restos de sangre de un ciclista que acabó abruptamente su bajada desenfrenada. Todos se quejan de lo lanzados que van algunos ciclista sin respetar esta zona de esparcimiento. Echan pestes de los ciclistas que se embalan y, sobre todo, de la gente que deja sus basuras en los merenderos. "Esto es una maravilla, pero hay gente que no respeta", se queja Carlos. "Es lamentable la falta de educación de la gente. La administración no puede hacer más que adecuar los senderos, pero no puede evitar que la gente ensucie".