La Provincia - Diario de Las Palmas

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Aquí la Tierra Resonancias arcanas

Todo viaja

Un músico callejero gitano, que recala en la ciudad en tránsito por Europa, hace vibrar con su címbalo zonas remotas de la memoria

Todo viaja

La cultura es movimiento. Imágenes, palabras, ideas, objetos inanimados y seres vivientes participan de la interminable circulación propiciada por los humanos desde que habitan la Tierra. El comercio, la guerra, la exploración, la colonización, la investigación y el regalo son algunas de las vías que activan este proceso desde tiempos inmemoriales, a las que la modernidad ha incorporado otras como el turismo y las comunicaciones radioeléctricas. En el mundo contemporáneo el tránsito ha adquirido tal grado de paroxismo que estructuras culturales que se tenían por inmutables se ven desestabilizadas o, simplemente, se disuelven. Causa embeleso, por ello, por la memoria cultural que porta, escuchar y ver a este músico callejero gitano en la Avenida de Las Canteras, que toca toscamente un címbalo con la expectativa de que le obsequien con unas monedas.

Si hay un pueblo que encarne como ningún otro la movilidad de la cultura este es, justamente, el gitano. Salido del norte de la India en torno al siglo XI, se desplazó a través del tiempo al norte de Persia, donde se ganó el sustento, según cuenta una epopeya del país, dedicado al baile, el cante y la interpretación de instrumentos musicales. Cuando el rey persa lo quiso obligar a dedicarse a la agricultura, el pueblo gitano, reacio, se desplazó más a poniente, y atravesó Bizancio, Armenia, Grecia, Serbia, Alemania y Francia para, ya en el siglo XV, entrar en España. ¿Cuándo llegaron al Archipiélago los pocos gitanos que residen en él? (En la actualidad, según parece, hay unos 2.500). En las páginas aparentemente fiables de internet donde ha dado con interesantísimos datos como los anteriores, este reportero no ha encontrado nada sobre el particular. En cualquier caso el gitano del que se ocupa este reportaje no es un sedentario, sino un nómada que, según le cuenta al periodista, tiene nacionalidad rumana pero recorre cíclicamente Europa con su címbalo. ¿Habrá ciudadano más genuinamente europeo que éste?

Larga duración de las históricas migraciones gitanas y corta estancia en Las Palmas del músico romaní. Sin la industria del viaje, que hace fácil y económicamente accesible el desplazamiento aéreo a las Islas, habrían sido menos las probabilidades de que este músico y otros miembros de su etnia -españoles en su mayoría, asentados en la ciudad- hubiesen recalado aquí. De este modo, el nuevo orden mundial de movilidad que comporta el vértigo moderno se conjuga con la memoria de tránsito lento que sustenta la cultura de este intérprete de címbalo.

Por lo demás, como se sabe, el acervo gitano constituye un aporte fundamental a la identidad española, sea ésta lo que quiera que sea, y, sin embargo, en Canarias, y más concretamente en Las Palmas, el lugar al que le cumple este reportaje, y en la que han dejado su impronta múltiples pueblos, la huella gitana es ínfima. Ello, naturalmente, hace más atrayente la figura de este músico que está en lo suyo, en obtener alguna moneda con su actuación, ajeno a las migraciones que su presencia desencadena en la mente del reportero.

Claro que lo que reduplica el magnetismo de la estampa de este músico gitano es el instrumento que toca. No habría sido lo mismo si lo que tocase fuese un violín, una guitarra o un acordeón. El címbalo fascina hasta por la sonoridad de su nombre. Y, por supuesto, el reportero solo tiene oportunidad de ver un címbalo portátil tañido en directo cuando los músicos gitanos, conocidos como lautari en la variante romaní de Rumanía y Hungría, hacen su cíclica escala en Las Palmas. En esta especie de salterio, bajo cuyas cuerdas metálicas ha metido un folleto comercial que le resta porte, el lautari, ayudado de dos mazos, interpreta canciones de radiofórmula y otras melodías banales que migran velozmente por la Tierra a lomos de la globalización. Ni su repertorio es pues una invitación a entrar en trance, ni el lautari mismo es un intérprete excelso (más bien lo contrario). Y pese a todo, pese a la trivialidad empalagosa de los temas que desgrana y de su manifiesta torpeza para manejarse con el címbalo, que sus antepasados introdujeron en Europa, el músico, inconscientemente, convoca algo poderoso. Algo que percute y resuena largamente en zonas remotas de la memoria del reportero, en zonas en las que la conciencia del yo se disgrega en la migración de todo en todo.

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