La Provincia - Diario de Las Palmas

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La rueda de los navegantes Anécdotas y vivencias de un radioaficionado y navegante

De Ugarte, una mentira piadosa

El seguimiento a través de la radio de la vuelta al mundo en solitario del navegante vasco fue una lucha contra las adversidades tanto suya como de los que intentábamos desde España cuidarlo y no perder su derrota

Autógrafo de agradecimiento de José Luis de Ugarte a Rafael del Castillo. LP/DLP

Uno de los recuerdos más imborrables que tengo de ésta gran persona y personaje que es José Luis de Ugarte son sus dos vueltas al mundo en solitario y en regata. La primera salida es en septiembre de 1990 desde Newport, Rhode Island (USA) y escalas en Ciudad del Cabo, Sydney, Punta del Este y otra vez Newport. La segunda es desde el puerto francés de Les Sables d'Olonnes un 22 de noviembre de 1993 y sin escala alguna regresar al mismo puerto. En ambos casos se trata de circunvalar el globo terráqueo por el único sitio posible, rodear la Antártida. Como siempre, la despedida y la llegada se hace entre la admiración y el aplauso de más de 50.000 personas que dicen adiós a la flota de los navegantes.

La participación en este tipo de eventos es algo impensable por varias consideraciones: su costo por barco es de un promedio de 400 millones de pesetas, su recorrido y dureza es infernal por los helados Cuarenta Rugientes, Cincuenta Bramadores o Sesenta Aullantes del Índico y Pacífico Sur; o las tórridas desesperantes y agotadoras calmas tropicales y ecuatoriales que derriten las voluntades más fuertes. En ambos casos, el trayecto es de unas 27.000 millas más o menos. En la primera regata, conocida como la BOC Challenge, se tarda unos ocho meses, por las escalas de aproximadamente un mes en cada puerto, en donde se pueden hacer reparaciones. En la segunda, llamada Vendée Globe, unos cuatro, en la más espantosa y desvalida soledad, en que no vale parada alguna pues supone la descalificación inmediata.

Como es lógico hay que tener una madera especial para afrontar esta que más que una competición, es un desafío deportivo. Aquí ganan todos, pero vence el primero que llega.

Esta titánica lucha diaria con el mar tiene un precio. La mitad no llega, bien por averías, enfermedad o accidente imprevisto y, más tristemente, algunos por muerte.

En este cuadro desolador se enmarca nuestro navegante. Un vasco que a sus 62 años decide participar en ambos eventos, en el primer caso con el apoyo del Banco de Bilbao-Vizcaya. Su barco se llamará BBV-Expo 92 y en el segundo, con el de la diputación y Cajas de Ahorro del País Vasco, que llevará por nombre Euskadi Europa 93. Ambos de aluminio, un solo palo y unos dieciocho metros de eslora por cinco de manga. En ésta segunda ya tenía 65 años nuestro amigo J. L. Ugarte.

Ugarte nace en Bilbao, concretamente en Guecho y desde niño su meta fue siempre todo lo relacionado con el mar. Estudia náutica y sale capitán de la marina mercante. Curiosamente, parte de su vida profesional transcurre en barcos ingleses, y es en este país donde contrae matrimonio con Edith, encantadora inglesa. Poseedor de una fortaleza física increíble, toda su vida ha hecho mucha gimnasia y corre doce kilómetros diarios antes de tirarse al mar con el tiempo, la temperatura, la época y en el lugar que sea. Recuerdo estar en Londres, llamarlo a su hotel y decirme su esposa que estaba en Hyde Park haciendo sus carreras, esto era en enero y a las ocho de la mañana. Nada más mirar hacia la calle a través de las ventanas de mi calentita habitación y ver la nieve ya me daba tembleque.

Nos conocimos por fax. A requerimiento de un amigo común, conocedor de La Rueda, contacté con él por este medio ofreciéndole nuestra ayuda antes de su partida de Newport en la primera regata. Pasaron los días, y unos quince después de la salida saltaron sus llamadas en medio de otras de navegantes dispersos por varios puntos de los siete mares. Charlamos largamente y me dijo que nos había llamado porque no podía hacerlo con Madrid Radio, que ya había pasado el Ecuador, y que era importante informar a su familia y a la organización de su posición y novedades. No había entonces teléfonos vía satélites. A partir de aquí los contactos fueron diarios. Una semana más tarde, se le reventó uno de los tanques de lastre y así, renqueando, llegó a Ciudad del Cabo con un diente menos que había perdido en un golpe fortuito.

Un mes después, salió de aquel puerto rumbo a Sydney, Australia. A los pocos días me comunica que había chocado con una ballena en las inmediaciones del Cabo de Buena Esperanza, que por aquellas latitudes y en esa época se están apareando. El impacto lo cogió, afortunadamente, dentro del barco y fue dando volteretas hasta la proa, pero la ballena, que estaba dormida, al sentirse golpeada sacudió con todas sus fuerzas su imponente cola y le dio tal tortazo que le hizo girar 180 grados. Un mes después, al llegar a su destino y varar por seguridad e inspección de posible daño, allí estaba la marca indeleble y perfecta del coletazo del cetáceo. Le hizo una foto, pues no negaba que costaría creerlo si no se aportaba tal prueba.

Ese trayecto, como se esperaba, fue tormentoso y accidentado, pero al pasar por el sur de las islas Kerguelen le di la buena noticia de que era "bisabuelo" y de que había pasado a la venerable tercera edad. Se alegró infinito, pero el barco requería su máxima atención y guardar esas emociones para la llegada segura, ahora más que nunca a casa.

Tuvo que subir a la mitad del palo para deshacer un enredo y cayó desde siete metros de altura sobre la cubierta. Creyó que se había roto la columna, por lo que en un principio se palpó, luego se arrastró hasta la cabina y al fin comprobó que sólo estaba magullado y sin aire. Repuesto de este susto, más adelante le esperaría otro muy grave. Una imprevista vía de agua producida por la corrosión de un sensor de temperatura del mar lo traía loco pues no sabía por dónde era, hasta que descubrió que estaba debajo de un tanque de agua dulce. Tuvo que vaciarlo para poder sacarlo y acceder a la fuente privada de su yate que ya le había embarcado unos 10.000 litros de agua mientras dormía. Las enormes olas le pasaban por la cubierta como si fuera una playa. Con graves y largas dificultadas para achicar, pues por la ley de Murfy se le averió la bomba de achique, un simple espiche de madera acabó con lo que parecía un drama final.

Pasado ese susto comentábamos que era mejor acortar camino metiéndose por el estrecho de Bass, entre Tasmania y Australia, Sabía que era peligroso por la cantidad de bajos, pero era la única manera de ganarle ventaja a aquellos que no se habían atrevido y estaban rodeando aquella isla. Era de la misma opinión y puso rumbo a aquel comprometedor paso que requería una muy exquisita y exacta navegación.

Estuve un par de días sin saber nada de él. Mis temores se hicieron angustias ante su silencio y más tarde pánico cuando la organización me llamó desde Australia por si sabía algo, pues la radiobaliza estaba emitiendo la señal de socorro en el estrecho citado.

¿Qué hacer? Llamé al lehendakari, que era José Antonio Ardanza. Tenía su teléfono y él el mío pues una vez por semana me llamaba para hablar con Ugarte y darle ánimos. Me pidió consejo sobre cómo enfocar la situación y le comenté que lo mejor era llamar a nuestra embajada en Sydney para que contactaran con la marina australiana y fuera un buque de guerra al cercano estrecho de Bass a buscarlo. "Ya sé, voy a llamar ahora mismo al ministro de Asuntos Exteriores, [que era Solana, hombre encantador], para que haga lo que tu dices". A todo esto eran las 11 de la noche en España y casi las cinco del día siguiente en Australia. Se armó tremenda carajera internacional a unas horas muy intempestivas, con un montón de autoridades de muy alto rango sacados de sus camas. Pero se aprestó un buque de la Armada y un avión para su localización y rescate inmediato.

Mis llamadas eran constantes y a toda hora hasta que por fin respondió. Me dijo que había volcado en Bass perdiendo las palas del generador eólico. Había unas olas piramidales, gigantescas, por el choque de dos mares que el bajísimo fondo las hacía crecer aún más. Tenía un completo desorden a bordo, pero había logrado pasarlo y todo iba bien. Le pregunté por qué había activado la baliza de socorro, pues había despegado un avión de Australia en su búsqueda y si podía anular la alarma en la próxima llamada que esperaba desde Sydney. Se quedó estupefacto: "Espera un momento. ¡Joder! He perdido la radiobaliza en la volcada y no me he enterado hasta ahora que me lo has comentado". Como este aparato se pone en marcha nada más tocar agua o desprenderse de su soporte, tras la volcada quedó a la deriva cumpliendo su cometido, afortunadamente, innecesario. Avisé al lehendakari, a su familia, organización y Sydney, y anulé la búsqueda.

La llegada a este puerto fue por la noche como así habrían de ser todas las demás de esta larguísima regata, pero le había ganado tres puestos a otros barcos que no pasaron por el conflictivo estrecho. Fue el único en hacerlo.

Larga estadía, nuevas reparaciones y nueva largada rumbo a Punta del Este en Uruguay vía el temible Cabo de Hornos. Salieron todos menos el japonés que se retrasaba inexplicablemente. Las comunicaciones volvieron a su ritmo diario, con el correspondiente contacto con la familia que le daba ánimos y se tranquilizaban por el frecuente parlamento.

La organización me comunicó la triste suerte que había corrido el japonés Yukoh Tada, patrón del Koden VIII. Un magnífico saxofonista que mataba el tedio de las grandes calmas con este instrumento. Consideró que su actuación no era todo lo buena que debía ser y esto en la cultura japonesa era un deshonor para su país, para su empresa y para él. Cuando salieron los demás barcos de Sydney se quitó la vida haciéndose el harakiri en su hotel. No comuniqué nada de esto a nadie a pesar de la insistencia de José Luis por saber qué pasaba y cuál era la causa de su retraso tan considerable. No era momento de pasar noticias terribles, pues los patrones le tenían mucho afecto y simpatía al nipón. En realidad todos formaban una gran familia y se ayudaban mutuamente, pasándose la información del tiempo que se iban encontrando en las diferentes posiciones, así como los temibles témpanos a la deriva.. Ya se enteraría al llegar a Uruguay.

Pero se mascaba otra tragedia. Me avisa de que en la comunicación por radio entre ellos, que era permanente por el posible auxilio mutuo, John Martins del Allied Bank que iba el primero, había colisionado con un growler (hielo pequeño y plano). El barco se estaba flexando por la mitad, entraba agua y presumía que se hundiría. Se encontraba a unas 1.800 millas de Cabo de Hornos. Detrás, a un día, iba el sudafricano Bertie Reed en su Grinaker y otro tanto Ugarte en su BBV. Los dos se aprestaron rápidamente al auxilio del compañero en peligro, poniendo rumbo a su encuentro, forzando los barcos al límite, con vientos de 60 nudos y olas de 15 metros que les daban unas planeadas de 20 nudos. Sabían que, de no ponerse el traje polar, el frío acabaría con él en 15 minutos incluso en la balsa salvavidas especial para aquellas aguas. Fue lo primero que le recordaron. No podían dormir atentos como estaban a los hielos, al radar, que muy difícilmente los podía detectar y a la radio para conocer la situación de su, hasta entonces, competidor. El enorme frío, el vendaval disparado, los témpanos, la tensión nerviosa y la vigilia, agotaban las fuerzas de los rescatadores. Era un infierno insoportable y desmadrado. Había que 'cazarlo' a la primera intentona. Si fallaba Bertie, John tendría su última oportunidad en Ugarte. Era imposible dar la vuelta, estos barcos no llevan motor, sólo un generador diesel para la luz y cargar baterías y otro eólico. El viento y las olas los destrozarían a la primera intentona de cualquier virada; John era consciente de ello, se lo habían dicho por radio pero era innecesario.

Es sorprendente la paz y serenidad con que ésta gente fuera de lo normal tienen asumida su posible, y muy probable, muerte en este tipo de navegación.

Mientras tanto, intentaba hacer algo por mi cuenta, pero sabía que cualquier ayuda ajena a los actores de este drama era un milagro. No obstante siempre hay que intentar lo inverosímil, lo disparatado o si se quiere lo inviable, pero hay que intentarlo todo cueste lo que cueste.

Tenía conocimiento, por compañeros que habían navegado por aguas chilenas del tormentoso sur, que la marina de guerra de éste país goza de un renombrado prestigio. Son magníficos navegantes que están acostumbrados a los temporales terribles del Cabo de Hornos, Antártida y otras bases chilenas en esos mares sureños, conflictivos e inhóspitos.

Nada perdía con poner en práctica una idea disparatada. Por aquellos años las relaciones entre Chile y Argentina estaban al rojo vivo por motivos fronterizos en el Canal del Beagle, casi llegan a las manos hasta que decidieron someterlo a arbitraje, detalle en el que no entro ni es el caso. Lo cierto es que valiéndome de ese conflicto, se me ocurre llamar a la Embajada de Chile en Madrid. Pregunté por el agregado naval. Como no estaba me pusieron con su ayudante, un marino cuya categoría militar era la de capitán de corbeta. Le conté lo que pasaba y si había la posibilidad de que algún buque de guerra veloz pudiera ir al rescate del navegante en peligro. Me escuchó con mucha atención y cortesía, pero no estaba por la labor. Me dijo que el trámite era largo, que había que llamar a Santiago a las autoridades navales, luego a una base, al comandante? Finalmente preparar un barco, etc. Yo también lo escuché muy reposadamente, aunque daba botes en mi sillón. Como veía que aquello no prosperaba le dije como despedida lo siguiente: "Es una pena que sean los argentinos que están más lejos los que hagan este rescate, por eso los llamaba a ustedes, porque están más cerca y aquí un día o una hora es vital". "¿Cómo?", inquirió. "Sí, ya están preparando un destructor para salir de inmediato. Por lo visto la organización también ha tenido problemas con ustedes y no con sus vecinos. Seguro que el que hizo la gestión en su país no dio con la persona adecuada y presumo que también habrá tenido inconvenientes con el idioma para explicar con claridad de que se trata. Esta regata tiene resonancia mundial y la siguen muy de cerca nada menos que los primeros ministros de Estados Unidos, de donde sale, Sudáfrica, Australia, Argentina, Uruguay y toda Europa. De todas formas muchas gracias por su tiempo".

"Señor un momento. Larguísimo silencio. Señor nuestro país tendrá el honor de rescatar a ese navegante, déjeme sus datos y detalles subsiguientes, le llamaré como mucho cada dos horas para informarle de los progresos y preparativos. En estos momentos estoy comunicando con el Comando Naval de Santiago. Hasta luego señor." ¡Al fin!, ¡al fin picó! ¡Viva Chile y que me perdonen!

Mientras esta piadosa mentira iba dando resultado, Bertie y Ugarte seguían su desenfrenada carrera contra la muerte de su compañero a la deriva. El palo se le iba clavando en una cubierta que se hundía y doblaba. El agua entraba por todos lados. Las bombas de achique no aminoraban lo que entraba por arriba y por el fondo. La situación era límite. Había que vaciar todos los tanques de lastre para darle algo más de flotabilidad y que aguantara un poco más. Unos, quizás, decisivos minutos era lo que lo separaba de la muerte.

Seguía la comunicación con la embajada de Chile dándole cuenta de la posición y de que estos navegantes se aprestaban a su rescate, pero era un milagro que un solo hombre recuperara a otro en aquellas condiciones. La Armada chilena había dado los pasos rápidos y necesarios para que zarpara un buque. Fue el patrullero Galvarino. No sabía si llegaría a tiempo en el caso de que fallaran los dos compañeros, pero de ser así, era la esperanza de la desesperanza, no había otra cosa y había que agarrarse a este último y definitivo recurso.

Por fin, Bertie Reed llega a su proximidad. Martins se encuentra en la balsa salvavidas amarrado con un cabo muy largo a su embarcación, que ya se estaba hundiendo lentamente. Apunta a la mitad, le lanza otro cabo más, se lo amarra el mismo náufrago a su cuerpo a la vez que larga el que a modo de cordón umbilical le unía a su barco. Primero consigue acercarlo arrastrándolo por el mar y después subirlo a bordo colgado como si fuera un pescado, empleándose a fondo con el winche más grande de que disponía. ¡Al final se produjo el milagro! ¡Increíble! Hay que ver lo que hace la desesperación y el instinto de supervivencia.

No obstante esta perfecta maniobra, Martins no se había puesto el traje polar, solo el térmico, y la mojadura de no más de diez minuto lo hizo estar en la cama de su rescatador durante dos días completamente abrigado y a tope de calefacción para que pudiera recuperar la temperatura normal. Ugarte los felicitó a ambos y continuó su derrota más descansado.

Se comunicó inmediatamente la noticia a la Embajada de Chile para cancelar la salida del patrullero, que no obstante quedó a la expectativa en las proximidades de Puerto Williams y que luego saldría a alta mar a transbordar el náufrago y llevarlo a puerto. Mientras, Bertie Reed continuaba su regata y se aprestaba a doblar Cabo de Hornos ya a la vista.

Salieron 27 barcos de Newport, sólo llegaron nueve. Esto da idea de la dureza de los elementos y de los materiales que se deben emplear en estas y otras embarcaciones futuras. Es evidente que estas durísimas competiciones cuestan mucho y se han cobrado varias vidas, pero las conclusiones y experiencias que se extraen salvan muchas más y son irreproducibles en canales de experimentación y laboratorios por una razón muy sencilla, falta el factor humano, impredecible y por tanto no cuantificable.

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