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Aquí la Tierra Afección crónica

Nada especial

Contemplar desde una ventana como pasan los coches por la calle Galicia es una forma como otra cualquiera de confrontar el aburrimiento

Nada especial

Pasa uno gris, uno rojo, uno blanco, otros dos grises, otro blanco, uno azul... Dedicar horas acodado en una ventana a observar los coches que circulan por la calle Galicia es una experiencia realmente tediosa. Pero, en este momento, al reportero le resultan más soporíferos aún los proyectos que tiene entre manos -cortarse las uñas, reordenar sus souvenir-bolitas de agua, revisar la filmografía completa de Warhol, aplicarse en las sesiones de meditación budista-. La sola idea de coger un libro multiplica torrencialmente su aburrimiento. No digamos ya la de hacer zapping en la televisión o la de navegar por internet.

Uno negro, uno blanco, otro negro, uno verde, uno azul? El reportero podría salir a dar un paseo, pero ya solo con pensarlo siente una suspensión abisal del ánimo. Las Palmas: publicidad redundante y prisas febriles, máquinas tragaperras, gentes que hablan por el móvil sin parar? El reportero se imagina parado ante el cristal de un escaparate contemplando cómo lo que refleja es rutina, hastío y sinsentido. O sea, su propio rostro.

Mortalmente aburrido, el periodista siente la opresión del tiempo, vivido como una continuidad homogénea y vacía que prefigura su futuro como difunto. Acodado en esta ventana de su casa, en esta habitación que prefigura un ataúd, acepta pues, mal que bien, esa sensación inhóspita y, sin meta, sin aspiraciones, contempla el incesante y previsible flujo de automóviles: Ahora viene uno rojo, detrás uno azul, le sigue uno gris, a continuación otro azul?

Ciertamente, el aburrimiento del reportero no puede detener el curso de la realidad, o, lo que es lo mismo, la marcha inexorable del tiempo, por más que en su estado de tedio crónico le parezca que el tiempo se ha coagulado. Podría cambiar de corte de pelo, apuntarse a un curso de puenting, ir a ver una exposición cualquiera en un centro de arte contemporáneo cualquiera, rellenar crucigramas o encargar por teléfono comida de fusión. Pero, por experiencia, sabe que cuando el aburrimiento sale por la puerta, más pronto que tarde, regresa por la ventana. Mejor pues seguir con esto de observar los coches que desfilan siempre en dirección Puerto por la calle Galicia: uno gris, uno azul, otros dos grises, uno rojo, otro azul, uno marrón, otro azul?

Entre coche y coche que pasa, la mente pierde una y otra vez la atención y se escapa mediante la evocación del pasado o través de la imaginación del porvenir. Todo con tal de huir de la conciencia de este presente pálido, aplastante, indiferente, que, sin embargo, es lo único real. Recuerdos de viajes a países lejanos, que, cuando se prolongaban demasiado, convocaban igualmente el hastío y alentaban el deseo de regresar. Prefiguraciones de un futuro, quizá próximo, en el que todo el trabajo humano será realizado por robots y, en el que entonces, tal vez, los propios humanos se aburrirán hasta la extenuación. Pero toca estar en el aquí y el ahora, lo único que cumple es mirarse mientras se mira: detrás del coche negro pasa uno gris, seguido de otro negro, tres grises más, uno blanco, uno rojo?

Desestimada toda espera, abierto sin resistencia al vacío del tedio, los coches siguen su incesante goteo, ahora uno gris, luego uno negro, después uno rojo, a continuación otro gris y detrás uno azul. Y a base de persistir en esta observación, hay un momento en que el ánimo comienza a mutar y el reportero atisba levemente cuán extraordinario puede resultar esto de ponerse a observar coches, que es como decir, a hacer nada. Nada especial.

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