La Provincia - Diario de Las Palmas

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La rueda de los navegantes Anécdotas y vivencias de un radioaficionado y navegante

Regreso accidentado

El retorno de los yates que vienen del Caribe hacia las Azores y el continente ha sido muy movido

Regata ARC.

Desde el año de esta historia, 2002, y hasta el momento de redactar estas líneas, mes de junio, el retorno de los yates que están viniendo del Caribe hacia Azores y Continente ha sido bastante accidentado.

Hay que destacar en este viaje que ahora rememoro la invalorable colaboración y ayuda del yate Boreal que al mando de una tripulación generosa y solidaria fue solucionando problemas por toda la ruta desde el Caribe al Estrecho de Gibraltar. Vaya para ellos nuestra felicitación y reconocimiento por tan impagable labor, así como al Etesian, que sin motor, por rotura del mismo, maniobraron muy bien a vela en todo momento para las aproximaciones y rescates de los accidentados. Y no digamos nada de la competente, eficaz y callada actuación de Salvamento Marítimo de España, que nunca me cansaré de elogiar por lo muy bien que lo hacen en estos y otros casos poco conocidos por el gran público.

Nuestra censura para los que, presumiendo de solidarios, a la hora de la verdad empiezan a dar disculpas: "que no tienen bastante combustible", "que ya están un poco lejos", "que tienen prisa por otros compromisos previamente adquiridos"... y mil objeciones más.

Las historias son varias: comienzan con el yate francés Theorhum. Recibí la llamada del yate italiano Etesian en la que me comunicaba que la citada embarcación había perdido el palo y les era imposible arribar a las Azores a motor solamente por falta de suficiente combustible. Inmediatamente avisé al Boreal, yate de unos 20 metros y con unos cinco mil litros de gasoil en sus tanques. Sin dudarlo se ofreció a suministrarles dando para ello la vuelta y tardando un día en llegar a su costado. Allí se reunió con el Etesian, que facilitó los envases vacíos, y el Boreal, el combustible. En total les pasaron unos 600 litros. De esta forma los tres franceses que tripulaban su mutilado barco pudieron llegar sin novedad al puerto de Horta en la isla de Faial.

Pero por si era poco, otra llamada del Etesian me alerta de que el yate alemán Medusa, con cinco personas abordo, estaba a la deriva por habérsele caído totalmente el timón. Le dije al Etesian que fuera en su busca a ver lo que se podía hacer. Recogió a todos los nerviosos pasajeros, algo mayorcitos ya, menos al patrón que no quería abandonarlo. Este había contactado con una empresa naviera en San Martín que se dedica a embarcar yates en mercantes para su traslado a Europa. El mercante les había dicho que lo recogería en alta mar si el tiempo estaba muy bueno. Pero no pudo ser y algunos días después le comunica que ya estaba a tope, no había sitio. El patrón a los pocos días de estar solo y sin solución en su incierta deriva optó por volver a pedir ayuda.

Acudió a su llamada un megayate de motor, de esos que van a 30 nudos, que iba rumbo a Inglaterra. Recogió al patrón y se dispuso a remolcarlo. Pero claro, querían hacerlo a la misma velocidad y eso no era posible, como mucho lo podían hacer a seis nudos o de lo contrario arrancarían todos los arraigos de la cubierta del remolcado. En vista de tal imposibilidad, el capitán le planteó al patrón la siguiente disyuntiva: "o te quedas en el barco o se queda el barco a la deriva y te vienes con nosotros. No podemos demorarnos, tenemos contratos que cumplir y hay que llegar a tiempo". Ante tales inconvenientes el patrón optó por abandonar un hermoso yate de 15 metros y largarse en el confortable y rápido barco que lo pondría en tierra en cinco días. Meses más tarde el Medusa apareció por las costas de los Estados Unidos y fue rescatado.

Otra circunstancia que hizo imposible este remolque era que lo querían hacer por la proa, y un barco sin timón se remolca siempre por la popa, así se evitan las tremendas guiñadas. De todas formas, era inviable hacer esto por la escasez de combustible que empezaban a padecer ya los posibles rescatadores tras haber sufrido muy largas y tediosas calmas, y por la enorme distancia que se había establecido con el Medusa al quedar por propia voluntad a la espera del posible transporte comentado.

El Boreal tuvo que ir, también en este caso, en ayuda de los evacuados por el Etesian. Este yate iba a tope de tripulantes y las camas, así como la comida, no sobraban precisamente. Por ello, y dado que en el primero iban solamente dos personas, les pedí a estos generosos muchachos que fueran a por ellos a trasbordarlos. Nuevo encuentro en alta mar y cuatro alemanes cambiaron de barco a uno más espacioso y confortable.

Las muestras de gratitud de los franceses, en su forzada navegación a motor y protegidos por el Boreal, y las de los alemanes, al llegar ambos a la isla de Faial sanos y salvos, eran indescriptibles. Sobre todo las de los alemanes por lo muy bien que se lo pasaron, con un tiempo estupendo; por lo bien que comieron y porque había espacio suficiente para dormir. Fue una despedida emocionante que nunca olvidarán los protagonistas de estos lances y de este viaje.

Pero parece que ese principio de verano nos iba a deparar más sorpresas. A los pocos días de esos sucesos me llamaron unos colaboradores dominicanos de la Rueda de los Navegantes para comunicarme que habían escuchado una llamada de auxilio de unos cubanos que se habían fugado de su isla en un pequeño bote de remos con toda la familia a bordo.

Me da miedo cuando los radioaficionados no expertos en estas lides, en su muy generosa y loable intención de ayudar, intervienen en un salvamento. Ya me ha pasado más de una vez y se volvió a repetir la historia. Pueden causar una verdadera tragedia.

Empiezan por pedirles nombres, de dónde vienen, cómo están, "¿qué tú quieres chico?", cómo está el tiempo... Y así mil preguntas inútiles que solo conducen a que la precaria batería se agote rápidamente. No se dan cuenta de que mientras ellos están enchufados a la red eléctrica de sus casas, estos cubanitos solo lo están a una vieja y agotada batería muy difícil de conseguir en Cuba, como todo por aquel país.

A los pocos minutos ya no se les podía escuchar. Todos los fugados eran radioaficionados. Habían montado un viejo equipo en el bote, un pedazo de cable como antena y la comentada batería que murió ante tanta exigente e inútil información.

Solo hay que pedir la posición aproximada y el número de personas, avisar al servicio de Guarda Costas más próximo y estar en atenta escucha por si vuelven a llamar con alguna novedad o los llaman los rescatadores. ¡Nada más!

Cuando me avisaron ya no pude contactar con ellos, pero una paciente, eficaz y callada radioaficionada venezolana, a la que nunca agradeceré bastante su sensatez, me informó de todo. Pudo tomar nota en el último momento, a pesar de la muy débil señal, de por dónde andaban, más o menos, y del número de personas en el bote. Eran siete en total. Lo que más insistentemente pidieron era que no avisaran a las autoridades cubanas por nada del mundo. Decían con manifiesta vehemencia que preferían morir a volver a Cuba.

Con estas referencias, milagrosamente escuchadas como un suspiro antes de perderse todo contacto, empecé a actuar. Se encontraban, después de tres días a la deriva, próximos a las islas Caimán, al sur de Cuba.

Avisé a Salvamento Marítimo de Madrid quienes, como siempre, con gran diligencia, llamaron a sus compañeros del Servicio de Guardacostas americano en San Juan de Puerto Rico. También llamé a otro yate cuyo nombre no recuerdo pero sí que era de Brasil y que estaba muy cerca del suceso. Pero como algunos tienen la muy mala y censurable costumbre de apagar la radio una vez que han recibido su parte meteorológico, lo que demuestra un tremendo egoísmo e insolidaridad, no pude por tanto encaminarlo hacia los evadidos cubanos.

Esa misma noche un avisado mercante, creo recordar que turco, que se dirigía hacia Méjico, los recogió y se los llevó para aquel país.

Ruego una vez más a todos los yates que dejen encendida la radio de VHF en el canal 16 y en la frecuencia de la Rueda también, durante las 24 horas. Así como, en las horas establecidas, la de llamada y socorro, 2.182 kilohertzios. Algún día ellos necesitarán esa ayuda y no les gustaría no poder recibirla por tal negligencia. El gasto eléctrico en escucha es menos de un amperio por hora.

Pocos días después me llama el yate italiano Viento del norte que se dirigía desde República Dominicana hacia Trinidad. Al sur de Puerto Rico avistaron una lancha a la deriva, de unos seis metros, de Santa Lucía, con un cadáver y otro vivo. Por lo visto se les había parado el motor cerca de aquella isla y durante varios días, no sé cuántos, fueron derivando hasta el lugar indicado.

Avisamos también al Servicio de Guardacostas, como siempre a través de Salvamento Marítimo de Madrid, que le pidió al citado yate que lo remolcaran hasta aproximarlos más a la costa, hacia Cabo Rojo, en donde una patrullera portorriqueña que ya se estaba preparando los encontraría.

Lo curioso de este encuentro es que los italianos no subieron a bordo al que estaba vivo, ni comprobaron la muerte del otro tripulante, le suministraron agua y comida, pero siempre a distancia. No tenían claro si el muerto estaba bien muerto o era algo simulado para posteriormente atacarles en acto de imprevista piratería, no infrecuente. Toda precaución es poca. Entiendo la postura y suspicacia de la tripulación y más aún cuando después de ese encuentro no he vuelto a tener noticias del Viento del norte a pesar de las insistentes llamadas que les he hecho a diario. No sé como terminó el asunto y qué fue de ambas embarcaciones.

Como verán, ha empezado la temporada de regreso de forma muy accidentada y movida, espero que termine con mejores noticias o ninguna. No news good news.

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