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La Rueda del Navegante

El caso del yate 'Kastor'

El caso del yate 'Kastor'

Esta historia es preocupante y debe servir de atención para todos aquellos que, de buena fe, tratan de ayudar a otros de la forma y manera que honradamente cree más conveniente. También es advertencia para los que se dedican a traer y llevar barcos como medio de ganarse la vida. La cosa es muy seria y debe prestarse especial cuidado cuando alguien es contratado para estos menesteres. Nunca me cansaré de aconsejar una exquisita prudencia en estos viajes y traslados de América hacia Europa, de barcos donde no se conoce con total garantía la propiedad o la solvencia de todo tipo de su dueño.

Unos radioaficionados venezolanos que habían conocido en Puerto de La Cruz a un navegante madrileño próximo a salir para España en su yate, le habían comentado la existencia y utilidad de la Rueda. Avisado por estos compañeros de la próxima partida del yate Kastor, que así se llamaba, estuve atento a su llamada en demanda de información meteorológica.

De este suceso hace unos siete años, pero no recuerdo la fecha ni el nombre del sujeto de este lance que nos trae a estas páginas. Lo que sí creo recordar es que el viaje era en invierno, época poco adecuada para un viaje transatlántico de regreso hacia Europa.

A los pocos días recibo la primera llamada y le aconsejo seguir determinada derrota en relación con los vientos predominantes en esa estación del año. Charlamos animadamente sobre su incomodo e inapropiado retorno que emprendía con más voluntad y extraña prisa que responsabilidad.

Varios días después me dice que tiene serias dificultades con el motor y que con el viento reinante debe de continuar a vela hacia África. Le digo que dada las características de su barcos, que me había descrito como un motor-sailer, en consecuencia poco ceñidor, le aconsejaba que hiciera rumbo hacia el norte para, aprovechando las bajas presiones del Atlántico norte por el lado sur de las mismas, hacer rumbo a las Azores; de otra forma iría a para al golfo de Guinea y ahí se quedaría clavado a causa de sus encalmadas.

Así estuvimos hablando varios días y por las situaciones que me pasaba iba viendo sus progresos que me parecían muy rápidos para tal barco y viento reinante.

Un buen día me dice que piensa arribar hacia Canarias para hacer combustible, pues había podido arreglar el motor. Me pareció bien y prudente la medida. Otro día me cuenta que ya está a unas trescientas millas de Tenerife y al día siguiente me advierte de que está próximo a entrar en dicho puerto.

Todo aquel lío de posiciones, avería del motor y arribadas fuera de tiempo, etc, me dejaron escéptico y extrañado, pero no le di mayor importancia, no quise importunarlo con preguntas sobre su sorpresivo, rápido y final viaje, pero si pensé que debía ser un novato sin idea alguna de lo que hacía ni por donde andaba. Hay tantos así que uno más no me sorprendía.

Dos días después me encontraba almorzando en casa y con la TV puesta para ver el telediario. En una de las noticias daban cuenta de la captura por parte de la policía nacional, en Radazul, pequeña marina a unas cinco millas al sur del puerto de Santa Cruz de Tenerife del yate Kastor con 350 kilos de cocaína. Se me cayó la cuchara de las manos. Mi mujer asombrada al verme lívido me preguntó qué me pasaba: le dije que había ayudado inconscientemente a un traficante de drogas a traerla hasta Tenerife. Le conté la rocambolesca historia, no pudo continuar, ni yo, con la pitanza.

Llamé en el acto a un amigo coronel de la Guardia Civil retirado y le conté esta historia difícil de creer y entender, pues ignoraba la labor que hago en la Rueda y lo que esta significa para los navegantes deportivos y pescadores. Con su experto consejo y veteranía, me tranquilizó y me dijo que no me preocupara, que había sido sorprendido en mi buena fe, pero me recomendaba ir a la Policía en el acto para ver a determinada persona y contarle lo sucedido. Así lo hice, al momento estaba en la comisaría central de policía que está muy cerca de casa. Expliqué a un asombrado alto cargo de la misma quién era, lo que hacia en la Rueda, de parte de quién venía, lo que había pasado, etc. Le invité a venir a casa y vino a ver la estación y demás montaje radioeléctrico que tenía, le di toda clase de explicaciones y los casi veinte años que llevaba en esta labor.

Le conté que era la primera vez en mi vida que me pasaba tal cosa y que por ello estaba deshecho y aturdido. Con una elegancia y comprensión a mi estado, este leonés encantador y caballero, me tranquilizó totalmente. "Usted ha sido víctima de un tremendo engaño, no se preocupe". Fui con él al grupo antidrogas, donde firmé una declaración de todo lo sucedido ante otro muy amable policía que también me dio ánimos y tranquilidad ante mi estado de manifiesta consternación.

Uno no sabe quién navega, ni con qué intenciones, y como además he sido siempre bastante ingenuo, me la pega, como así ha sido, cualquier desalmado.

Me fui más tranquilo a casa, pero durante un mes no dormí bien, ante la ansiedad producida por todo este lío. A causa de este suceso nació una entrañable amistad con varios miembros del cuerpo nacional de nuestra Policía, de la que me honro extraordinariamente, sobre todo al conocer más a fondo su impagable labor; pero es que, además, se dio la casualidad que uno de los componentes de este glorioso cuerpo, su padre, prestigioso general del Ejército de Tierra, fue hace años mi profesor en un cursillo de cristiandad.

No solo es por este suceso en el que me vi afectado, sino por desconocimiento hacia la actual Policía, debo decir con orgullo que tenemos un cuerpo extraordinario; gente amable, eficaz, educada, cordial, comprensiva y, sobre todo, humana.

Ya sé que cuando se escapan algunos porrazos en una manifestación, le caen todos los improperios encima, pero no es el sentir ni mucho menos de la gente sencilla y honesta que los ven como defensores de la sociedad; no puede ser de otra forma. La soledad y anonimato de su trabajo es muy duro de llevar. No salen en la prensa, lógicamente por razones de seguridad, quienes son los que nos cuidan, protegen y se juegan la vida por nosotros; solo y ante la indiferencia general, salen los muertos caídos en nuestra protección y seguridad. ¡Gracias infinitos amigos!

Pero no hay una sin dos. Años después pasó otra cosa parecida con un yate que iba para Galicia.

Un compañero que se hundió en medio del Atlántico por una abundante e inesperada vía de agua en la popa y por la zona del arbotante, me avisó de lo que pasaba y de que organizara su rescate.

Inmediatamente le pedí la posición, lo comuniqué a Salvamento Marítimo y se empezó a buscar los barcos más próximos. Mientras, yo por mi parte, buscaba los yates más cercanos, localizando al que iba para Galicia, que inmediatamente dio la vuelta en demanda del náufrago a unos dos días de distancia.

Pero, por otras vías localicé un catamarán francés que fue en su demanda y los rescató de la balsa salvavidas y que más tarde sería transbordado a un enorme carguero de la India que iba al norte de Francia.

Al yate gallego le avisé de este feliz rescate y que podía poner nuevamente rumbo a su destino. Cerca de las costas de Galicia se quedó en la calma más absoluta y con el motor averiado. Me avisa del enorme tedio y desesperación al estar parado a unas diez millas de la costa. Pero mientras me comentaba esto, saltó de alegría al ver que una patrullera se dirigía hacia ellos y que esperaba les dieran remolque.

Estaban exultantes de esa providencial aparición. Me olvidé del tema, pero al no tener noticias de su arribada segura, que siempre pido que se me comunique por radio o por teléfono, llamé a un buen amigo y navegante de Coruña, explicándole todo lo acontecido. Mi amigo me dijo que efectivamente los habían remolcado a puerto, pero era la patrullera de aduanas que hacía días los estaban esperando. Esta captura salió abundantemente explicada en la prensa de toda España.

Total, los trincaron con mil kilos de cocaína. Me imagino que aún deben estar en el trullo. Estos chicos, al parecer jóvenes, querían dar un pelotazo creyendo que las autoridades son tontas. Ahora tienen tiempo de pensar y comprobar que los tontos fueron ellos, arruinando toda su vida para siempre.

Lo peligroso de esta situación, es que, de haber rescatado al náufrago y llevarle a Galicia, también lo hubieran condenado, pues a ver quién se cree esa historia del naufragio.

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