Platero observa el entorno desde su posición, en paralelo al muro del terreno en donde se encuentra. Es gris y blanco. En su lomo se dibujan dos rayas negras que se atraviesan perpendicularmente, como una cruz. Quizá tenga sentido con respecto al sacrificoo de la vida en el campo, pero lo que es seguro es que la marca que identifica el burro de raza autóctona. Se mantiene recto, con las orejas erguidas y el pecho firme. Sus ojos negros como los escarabajos que describió Juan Ramón Jiménez en la obra que le da su nombre, brillan al ver aparecer a su dueño, Andrés Rodríguez. Él se acerca y le acaricia el lomo, le da unas palmaditas y el burro rebuzna, a modo de saludo. "Esto es la cosa más noble...", dice Andrés, describiendo a su animal.

Son la nueve de la mañana y arranca la feria de ganadería de San Lorenzo. Tras el cielo oscuro, adornado con centenares de luces de todos los colores y formas de los fuegos, se da paso a la polvareda y al sol, que bañan el pueblo de un matiz amarillento. Poco a poco se ve llegar a los animales al terreno que yace enfrente del Centro de Salud. Toros, novillas y terneros por un lado. Cabras y ovejas por otro. Y cerca de la fachada izquierda del centro, se ven los burros y los caballos.

Platero y su madre Carmela, una burra blanca y pequeñita, descansan acompañados de otros animales de la familia de los equinos. "Son puros, de raza autóctona. Burros majoreros de los pies a la cabeza", cuenta orgulloso Andrés, ganadero desde hace más de cincuenta años. "Mucha gente me ofrece dinero para sacarle crías, pero todavía no quiero", confiesa el ganadero. Andrés tiene una granja llena de animales de todas las razas, pero su mayor orgullo son sus dos burros canarios cien por cien. "Dicen que son animales violentos, y los castran para que pierdan esa agresividad." Andrés niega con la cabeza, molesto, "¡antes me castran a mí que al burro!"

Andrés relata cómo Platero juega con él y con los niños que se le acercan, y con ese dato parece que cobra todo el sentido su nombre. "A los animales hay que cuidarlos. Se tienen o no se tienen. Yo vivo en Las Canteras y voy todos los días a Firgas, de siete a dos de la tarde, para cuidarles." Y se nota que los animales de la feria son felices y están cuidados.

Marta Quintana cepilla a Mariposa, su novilla. El animal se mantiene tranquilo e impasible, ya está acostumbrado al ajetreo que supone una feria de ganado. Es una vaca ganadora. "¡Qué mimada la tienes!", le grita alguien desde el barullo a la ganadera. "Mimadas están todas", responde Marta. Junto a su marido tiene una granja en Ingenio de 225 cabras y ovejas, y unas 16 vacas de la tierra. " Chos", murmura otro ganadero.

Llevan tres años dedicándose juntos a la ganadería, pero por separado Marta lleva toda una vida. Su familia se ha dedicado desde siempre al sector primario. Cría para carne y leche, y aunque el negocio no ande muy bien últimamente "da para vivir", confiesa Marta con una sonrisa tímida. Los animales esperan ansiosos la llegada de los visitantes. Algunos están tranquilos y miran con dulzura cómo se les acercan. Otros, un poco más nerviosos, se retuercen sobre sí mismos sin saber muy bien qué hacer ni cómo actuar.

Al otro lado, Rosario Medina cuida de sus dos novillas y sus dos terneros. "Continuamos en esto por no perder la raza canaria", cuenta sobre la labor del ganadero. Ella y su marido han participado varias veces en la feria de San Lorenzo. ¿Gáldar, Arucas, Valleseco, Firgas, Lomo Blanco? Usualmente los ganaderos se inscriben en todas las ferias posibles que ofrece la Isla.

"Buscamos el duro para dar de comer", bromea el marido de Rosario, mientras se lía un cigarrillo. Sin embargo, se nota la ausencia de varios ganaderos recurrentes. "Suelen venir muchos, pero este año se están retrasando", asevera Andrés García, encargado junto con Davinia Pérez de hacer las inscripciones. En ediciones pasadas era habitual hacer la inscripción de entre 200 y 300 animales, este año hay unos menos.

A medida que el sol va subiendo, el calor va aumentando lentamente hasta sofocar a todos los presentes, visitantes, ganaderos y animales. "Lorenzo sale y asfixia", dice, entre risas, Davinia. A partir de las 11.00 horas, la inscripción queda cerrada y los jueces deliberarán en busca de una decisión. "Este es mi primer año concursando. Tengo una granja pequeña con cabras y vengo a pasarlo bien. Si gano genial, si no me habré divertido igual", afirma Juan Pablo Pérez, de 19 años.

Mientras se espera la deliberación de los jueces, se celebra la eucaristía en honor al patrón y se sigue la procesión de las imágenes de los patrones y copatrones de San Lorenzo. Bajo los arboles, que sujetan los banderines de la bandera canaria y aportan sombra para aliviar del calor abrasador, se encuentran los feligreses pidiendo y haciéndole promesas al patrón de su pueblo.

Tras los ojos negros del burro Platero, termina una jornada de bailes, procesiones, espectáculos pirotécnicos, mucho calor y diversión. Las fiestas de San Lorenzo empiezan a ver su fin, pero su éxito dará de que hablar.