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Historia de un desencuentro

Los debates sobre la relación entre el puerto y la ciudad vienen de lejos, como demuestra un texto de Miranda Guerra publicado en 1940

Historia de un desencuentro

El seis de agosto del año pasado el alcalde de Las Palmas de Gran Canaria, Augusto Hidalgo, desveló junto al ingeniero industrial Rafael Cabrera y al presidente de la Autoridad Portuaria, Luis Ibarra, el proyecto de un teleférico que debería unir Santa Catalina con La Isleta. El ingenio, del que se poca noticia se ha tenido tras aquella primera presentación, es el último de una larga lista de iniciativas con las que las autoridades han querido cerrar una herida urbana que en realidad se abrió hace más de un siglo, cuando los hermanos León y Castillo impulsaron la construcción de La Luz.

Cuando el Puerto inició su actividad la ciudad aún quedaba lejos, pero a partir de entonces Las Palmas de Gran Canaria fue extendiéndose hacia el norte mientras el Puerto crecía a naciente. Fue un proceso paulatino que duró décadas, aunque desde el principio hubo quien se preguntó cuál podría ser la fórmula más adecuada para que estos dos siameses no siempre bien avenidos pudieran convivir.

Para muestra, un botón: el que supuso el octavo número de la Revista Geográfica Española, una publicación creada en 1938 que "aspiró a convertirse en una suerte de versión española del National Geographic Magazine", según los investigadores Jacobo García y Daniel Marías, de la Universidad Carlos III de Madrid. Aunque los textos de aquel ejemplar destilaban la habitual retórica falangista sobre la patria y la raza (fue publicado en 1940), también recogían algunas de las primeras reflexiones sobre la necesidad de vertebrar un discurso urbano unitario para el binomio Puerto-ciudad. Las firmaba un nombre fundamental en el desarrollo de La Luz, Rafael Miranda Guerra.

Entregado a la equiparación de urbanización y progreso, Miranda Guerra despreciaba en su artículo -inequívocamente titulado Integración urbana del Puerto de La Luz- los terrenos del istmo que en tiempos estuvieron ocupados por una "naturaleza desprovista de la más insignificante aptitud física". Lo hacía porque, en un discurso que se ha mantenido constante a lo largo de las décadas, vinculaba el avance de la ciudad con el del Puerto. Eso sí, alertaba sobre la necesidad de buscar nuevos nichos para el negocio portuario "en relación con la vida industrial" como forma de crear "la próxima futura etapa del desarrollo de nuestra vida urbana".

"Debemos considerar cuán sutiles y frágiles son los cimientos de nuestra obra", advertía al constatar la incertidumbre de las rutas de las que aún vive el Puerto y que en aquellos tiempos evolucionaban, como ahora, "bajo la influencia del petróleo". Como moraleja recomendaba mirar hacia "las ruinas de tantas ciudades que fueron creadas por el tráfico comercial" para de este modo "iluminar los caminos" por los que habrían de discurrir la ciudad y el Puerto. Casi 80 años después, con o sin teleférico, la reflexión continúa abierta.

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