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Huellas ínfimas

Las marcas dejadas en un escalón por gentes que entraban y salían por una entrada del lateral del Palacio Episcopal evocan una temporalidad ínfima, distinta de la que representa el monumento

Huellas ínfimas

Un monumento histórico es una construcción que generaciones sucesivas deciden heredar y legar conforme a sus valores simbólicos. Como estos mutan en el tiempo, el monumento histórico no entraña idénticos valores para los habitantes de distintas épocas, y hasta puede ser objeto de diferentes proyecciones de valor en un mismo periodo. Piénsese en los palacios antiguos: lo que significaron para las gentes de la primera mitad del siglo XIX -cuando nació el concepto de patrimonio histórico-, no es exactamente lo mismo que lo que representan para los humanos de lo que va de siglo XXI. La marcha vertiginosa de la modernidad ha cambiado la mirada de estos últimos y ha transformado también la arquitectura del poder: la mayor parte de los mandamases del mundo actual ya no residen en palacios, sino en mansiones de trazas contemporáneas o rabiosamente kitsch o en pisos lujosos y descomunales, que a veces ocupan las últimas plantas de imponentes rascacielos. Por lo demás, en este tiempo muchos viejos palacios han sido transformados en museos, en sedes parlamentarias y hasta en recintos para el consumo turístico.

Para ir estrechando este círculo de divagaciones y llegar en algún momento al objeto de este reportaje: pensemos en el Palacio Episcopal de Las Palmas. Éste no es exactamente lo mismo para un residente que convive cotidianamente con él, que para un crucerista que pasea unas horas por Las Palmas, contempla brevemente la residencia del más alto dignatario de la diócesis y algún monumento más y regresa a su barco, convencido de llevarse una visión esencial de la ciudad. También para los vecinos de la ciudad los significados del Palacio Episcopal han evolucionado con el tiempo. Para alguien de principios del siglo XX, este lugar de memoria, junto con la Catedral, la Plaza de Santa Ana y las Casas Consistoriales, constituía uno de los hitos señalizadores del centro de la ciudad. Hoy, en cambio, Las Palmas es una ciudad policéntrica y muchos de sus habitantes tienen sus principales puntos de referencia espaciales en otros edificios, como los centros comerciales.

Después de estas idas y venidas a las que cuesta poner fin, intentemos entonces de una vez confrontar el objeto de este reportaje: el Palacio Episcopal, sí, su espesor temporal, su impronta en la memoria de Las Palmas. Pero en vez de apabullarnos con su grave poder de representación, en vez de enunciar tópicos iconográficos que, a fuerza de repetidos, suenan huecos, detengámonos en una marca ínfima en él: en el desgaste del escalón de una entrada lateral, a la izquierda de la fachada principal, en la erosión provocada por los pies de gente que ha transitado durante mucho tiempo por este acceso secundario.

Así pues, no por obvio conviene recordarlo, dado que los libros de historia de la arquitectura no lo hacen, este palacio que ha sido un centro de poder, en distinto grado según las épocas, también ha sido un lugar de intimidad, de cotidianeidad. Sirvientes y otras personas de menor rango que el obispo -que presumiblemente entraría siempre por la puerta principal- pisarían diariamente este escalón y acumularían sus huellas en él. Huellas redondeadas, suaves, como las que lucen las pilas de agua bendita después de siglos de ser tocadas por manos devotas. Pero huellas sin solemnidad, puesto que no son marcas de fervor religioso sino de gestos sin más propósito que el de transitar entre el palacio y la calle.

Al tiempo histórico del monumento, grandioso, quintaesenciado de las épocas en que fue construido y remodelado, hay que agregar entonces una temporalidad íntima, latente, la de miles de vivencias personales extinguidas. Un rumor suave pero persistente que emana de los desgastes de este escalón en los que se desgastaron miles de suelas y que a la representación monumental, única, de la Historia agregan, como una fisura en lo continuo, la evocación de memorias incontables.

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