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Adiós a un hombre risueño

José María Peñate, murguero y músico profesional, muere a los 46 años

Adiós a un hombre risueño

"Un auténtico espectáculo." Esa era la sensación que desprendía José María Peñate, recientemente fallecido. Nunca dejó de impresionar y fascinar a los demás, desde el momento de su nacimiento, el 5 de octubre de 1971, hace ya 46 años.

Músico y showman. Reía, gritaba y cantaba. Tocaba todo tipo de instrumentos: órgano, guitarra, percusión... Y desde pequeñito ya sabía imitar a los mejores cantantes de la esfera nacional e internacional. "Tenía un gran don", cuentan de él. Su madre le apuntó al conservatorio, pero "de oídas" supo aprender a tocar canciones de cualquier artista y de cualquier género musical. Desde la samba al rocanrol de Elvis, nada le impedía posar sus manos sobre el teclado del piano y crear magia.

Criado en el barrio de Arenales, en Las Palmas de Gran Canaria, empezó su trayectoria musical formando parte de la murga infantil Los Totorotitas primero, y de los Los Totorotas más tarde, llegando a ser el director de esta durante el 25 aniversario.

En esos tiempos hacía de todo, tocaba el piano y la percusión, hacía arreglos musicales y voces, y aconsejaba y enseñaba a los más jóvenes músicos. Todos le apreciaban y se entretenían con él. Pero los objetivos de José María residían en el sur. "Algún día viviré allí y me dedicaré a la música", le decía, con ojos de soñador y tan sólo 16 años, a su amigo Damián.

Y entre conciertos de bodas, bautizos y comuniones, escaló poco a poco, con esfuerzo y dedicación, los peldaños hasta cumplir su sueño.

Tuvo un recorrido por los mejores hoteles y bares, donde no dejaba indiferente a nadie. Los turistas se ponían de pie y vociferaban. José María les respondía haciendo muecas y provocando las risas de todo el local.

El éxito de este pianista y cómico se propagó hasta llegar incluso a sobrepasar el país cuando le llamaron desde Noruega para animar durante un tiempo el gélido país. Poseía un grandísimo talento y lo demostró durante toda su trayectoria personal y profesional.

Camisa hawaiana, sombrero y sus patitas de gallo de los ojos escondidas tras las gafas de montura negra. Así era la imagen que se encontraba cantando y tecleando el piano tras los flashes azules y verdes, todas las noches en el sur de Gran Canaria.

"A veces tocaba en tres bares distintos en una noche, y después tenía que tocar en alguna fiesta al mediodía. No paraba", cuenta su amigo Carmelo. "Siempre se quedaba ronco".

Este murguero, hermano de cuatro hermanos, padre de una hija y amigo de todo el mundo abría sus brazos a la vida y predicaba con la comedia. "Tenía un sentido del humor maravilloso, pero sobre todo se preocupaba por la gente." Y no hay malas palabras para José María, que buscaba siempre el tiempo para dedicarse a los demás, conocidos y por conocer.

"Era un gran consejero, aunque luego no supiera aplicarse sus consejos", dice nostálgico Damián. Porque José María no buscaba otra cosa que reír y hacer reír, disfrutar de la vida, de la gente y de su gran pasión, la música. Y así fue. Vivió si vida como quiso y disfrutó al máximo.

"Nunca fue del todo consciente de la gravedad de su enfermedad", confiesa su hermana, Sandra Peñate. Su ambición e inquietud por todo le impedían ver un fin que frenase sus proyectos. Desde el hospital sus amigos y su familia le acompañaron en los últimos momentos, sin dejar nunca de proponer planes y sonreírles.

"Vámonos a Fuerteventura", le dijo a su hermana, con una sonrisa en los labios y una mirada de satisfacción por todos los momentos vividos.

"Alegría, humor y cariño", son las tres palabras que definen a la perfección el carácter de este "gran artista" que se fue demasiado pronto. "Lo que le sucedió fue muy inesperado", cuentan sus amigos y allegados. Y su ida también estuvo cargada de emoción, con el tanatorio lleno y las palmas de las personas que le echarán de menos. Tuvo la despedida que merecía.

Parece que siempre se van los más grandes, pero sus risas y canciones permanecerán en el corazón de todos.

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