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La rueda del navegante

Salvado por los pelos

Esta es la historia del rescate de un navegante uruguayo que a punto estuvo de morir a finales del siglo pasado afectado por una fuerte salmonelosis, a bordo de un yate de bandera inglesa

Vista aérea de las costas de Madeira.

Como he dicho reiteradamente, mi mala memoria y el no tomar notas de los sucesos que he ido narrando, hacen que una vez más no mencione el nombre del barco ni de los actores que aquí aparecerán; pero para el caso creo que da lo mismo, lo que interesa es la substancia del relato.

Este caso sucedió en 1995. Una noche me llama el patrón de un yate de bandera inglesa; él era uruguayo así como su compañero; estaban haciendo el transporte de dicho barco con destino a un puerto inglés. Me notifica vivamente angustiado, que su amigo tenía unos fortísimos vómitos, diarrea continua, fiebre de 40º, calambres, escalofríos, convulsiones, etc. El cuadro era aterrador.

Empezamos a movernos para ver las posibilidades de una evacuación urgente hacia una isla de las Azores, pues se encontraban a una 600 millas de las más próxima, Flores. Contactamos con nuestro corresponsal en Faial, Altino Costa, para que notificara el suceso a las autoridades de Salvamento Marítimo. Hecho esto, nos encontramos con el problema de que el helicóptero solo tenía un alcance de 300 millas, 150 de ida y las mismas de vuelta. Imposible el usar este medio. Barcos no había en las proximidades, el rescate además seria poco menos que imposible por la fuerte marejada que había y por otro lado tardarían muchos días en llegar a puerto. Aquí hago un alto y engarzo esta historia con otra que fue la que me iluminó.

Un año antes de este suceso, el Hospital Insular de Las Palmas de Gran Canaria requirió nuestra ayuda para localizar una rara medicina, que había sido retirada del mercado por sus contraindicaciones cardiovasculares descubiertas con posterioridad. Se trataba de la Hemetina, empleada para combatir la amibiasis intestinal y que ya hemos relatado en anterior artículo.

Aprovechando este desgraciado suceso, que le recordamos al médico que nos atendió, contactamos con el citado hospital y con un internista del mismo, a quien explicamos el caso de estos chicos. Los puse en contacto para que directamente le pasaran los detalles de la enfermedad. El perspicaz, generoso y muy atento médico, y por los síntomas expuestos por el que estaba sano, detectó que aquello era una salmonelosis, bastante grave, por ingerir comida en mal estado. Este alegó con cierto asombro, que él había comido lo mismo que su compañero enfermo y se preguntaba cómo era posible que él estuviera sano. El médico le contestó de forma tajante que su organismo se había defendido contra la infección pero no el de su compañero de viaje. Así de simple.

Como las pocas medicinas que tenían abordo venían en inglés, idioma que no entendían, hubo que preparar, por consejo del citado galeno, una medicina de campaña para tratar de rehidratarlo urgentemente o se le moriría en pocas horas. Esta pócima consistía en añadir a una botella de agua, una cucharada de bicarbonato y otra de azúcar y dársela a beber continuamente, así como una aspirina cada ocho horas. De esta forma se pudo recuperarlo un poco y conseguir que la fiebre bajara de 40º a 38,5ºC. Cesaron los convulsivos vómitos y las diarreas fueron más espaciadas.

Mientras, el barco seguía su rumbo a la isla más cercana, Flores, a donde lo habíamos encaminado y a la que habíamos avisado por medio de Altino, para su hospitalización inmediata nada más atracar. Llegaron al cabo de cuatro días muy agotados por tanto sobresalto, sobre todo el que estaba sano que durmió lo que pudo. Los bomberos, que allí son los encargados de estos menesteres lo evacuaron al hospital local. Pero la anécdota simpática, era que, como otros muchos navegantes, estos no tenían un duro para pagar nada y menos un hospital. Total, como en esas islas poco habitadas todos se conocen y son buenos amigos cuando no parientes, figuraba como internado y enfermo, nuestro corresponsal, Altino. Así, la seguridad social curaba al verdadero paciente con el nombre, número y a cargo, de nuestro generoso y eficaz compañero de la Rueda. Una vez repuesto de su dolencia y con nuevos víveres, siguió viaje sin novedad. Varios años después lo conocí personalmente en este puerto camino nuevamente del Caribe. Nos dimos un fuerte abrazo el mismo día de su llegada y posterior partida.

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