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La hazaña del bergantín 'San José'

La primera referencia al Puerto de La Luz en el BOE cuenta la historia de una nave corsaria española que tuvo que recalar en la Isla en 1781 para ser reparada tras varios combates

Grabado de J.J. Williams con varios barcos fondeados en la bahía de Las Palmas de Gran Canaria. LP / DLP

Veleros armados en corso y mercancía, refriegas en alta mar con buques ingleses y puertos amigos en los que por fin reparar las heridas de la batalla. En manos de un buen escritor estas podrían ser las raíces de una gran historia de aventuras, aunque en realidad ya está publicada: apareció el 14 de agosto de 1781 en las páginas de la Gaceta de Madrid, precursora de la prensa española y antecesora del Boletín Oficial del Estado desde el siglo XVII. El barco dañado era el San José y el lugar al que arribó, el Puerto de La Luz en la que fue la primera mención histórica que consta de él bajo esa denominación en el diario oficial, incluso un siglo antes de que en esas mismas páginas fueran publicados los anuncios informando de las primeras licitaciones para construir los diques del muelle.

Mediaba el mes de junio, incluso algo más, cuando durante una tarde apareció por la bahía de las Isletas un bergantín que no pasaba por sus mejores momentos. El cronista de la Gaceta enumera sus quejidos: "Tenía 5 cañones desmontados, el mastelero de gavia caído, los parapetos maltratados, dos juegos de velamen destruidos" y la popa arruinada. Penosa imagen para un barco que, en cualquier caso, tuvo la buena fortuna de haber arribado a la isla en vez de acabar capturado o incluso peor, hundido.

Al mando del San José, que así se llamaba este bergantín "armado en corso y mercancías, con 2 cañones de a 8, y ocho obuses" que zozobraba en La Luz, se encontraba José Aldecoa. Navegaba junto a 40 hombres con carga a cuenta del rey y al llegar contó que conducía a Miguel Ampura de Bilbao a La Habana con algunos pliegos del real servicio.

Naves bostonesas

La Gaceta recoge el relato que hizo el capitán de los combates que habían dejado tan maltrecha la nave. El San José había partido de Bilbao el 10 de mayo junto a cuatro fragatas y un bergantín de Boston -faltaban aún algunos años para que Estados Unidos se independizara de Inglaterra- y al principio la navegación fue tranquila, aunque todo cambió tres días más tarde, al cruzar el cabo coruñés de Ortegal que separa las aguas cantábricas de las atlánticas. En ese punto se quedó solo y así continuó con su derrota sur hasta el día 21, cuando se encontraron con tres embarcaciones, uno de los cuales les pareció sospechoso.

Trataron de separarse de él, pero acabó por alcanzarles horas más tarde. "Reconocieron ser una goleta armada con 20 cañones y muchos pedreros, su bandera y gallardete ingleses", cuenta la Gaceta. El bergantín español mostró su enseña y "acercándose a tiro de fusil se rompió el fuego con la mayor viveza". La refriega continuó al menos tres horas, hasta que cayó la noche. En la oscuridad Aldecoa comprobó que la goleta no cesaba en su persecución y en cuanto salió el sol comenzaron de nuevo los cañonazos.

La lucha duró toda la jornada con fuego cruzado hasta que a las nueve de la noche el buque inglés se puso al costado del San José y a tiro de pistola su capitán mandó arriar. En ese instante los españoles "contestaron a una voz que perecerían antes de entregarse: descargaron todos sus fuegos y el enemigo ejecutó lo propio con la mayor actividad".

La situación no era halagüeña para los tripulantes del bergantín. El capitán había sido herido y el hombre encargado de los reales pliegos, gravemente quemado. Ambos oficiales permanecieron en cubierta animando a su tropa, aunque la imagen de un guardián muerto y el continuo fuego de día y noche comenzaban a minar la moral. Hubo, sin embargo, dos circunstancias que les devolvieron la fuerza. Por un lado, cuenta la Gaceta, "el ejemplo de sus principales". Por otro, el interés pecuniario: Aldecoa había ofrecido a la gente "recompensa si se portaba con valor hasta llegar a su destino".

Azuzados por la referencia de sus superiores y la promesa de una gratificación, los españoles volvieron en sí y se enfrascaron de nuevo en los cañonazos durante toda la noche, hasta que al llegar la madrugada, al ver que la tripulación del San José había logrado arreglar su aparejo ("destrozado en términos de próximo desarbolo"), los ingleses decidieron orzar y tomar otro rumbo. En cualquier caso, no salieron indemnes: mientras se alejaban, los españoles vieron que la goleta "iba desarbolada de los dos masteleros".

Los hombres al mando de Aldecoa pudieron por fin continuar solos, pero sus batallas no terminaron aquí. Una semana más tarde, el primero de junio, el bergantín avistó a proa otro bastimento que se le acercó con bandera realista. El San José mostró una igual, pero en vez de alejarse el otro buque "dio en disparar cañonazos a fin de que se le esperase".

A partir de entonces comenzó un peligroso 'juego de la bandera': comoquiera que los españoles seguían adelante con toda fuerza de vela, el otro buque puso la enseña bostonesa y consiguió acercarse hasta preguntar de dónde habían salido y hacia dónde iban. La respuesta de los tripulantes del San José no pudo estar más cargada de sarcasmo: "De la mar y a la mar", les espetaron.

Ni muertos ni apresados

Ante esa respuesta el otro buque cambió de bandera por tercera vez. Ahora ondeaba por fin la inglesa, mientras reclamaban a los españoles que arriasen el pabellón, pero la respuesta fue la misma que a la goleta de unos días antes: antes muertos que apresados. Con tal contestación no cabía duda: el siguiente combate estaba a punto de empezar.

Guerrearon durante varias horas, hasta la caída de la noche, y ambos barcos quedaron maltratados como consecuencia de los combates. En la mañana del siguiente día los ingleses renovaron su fuego por el costado del San José, pero acabaron recibiendo tanto como ellos mismos dispararon y con tal acierto que en torno a las tres de la tarde acabaron por retirarse. Los españoles repararon entonces el aparejo, que había vuelto a quedarse destrozado, pero los daños no solo habían sido materiales. Como consecuencia de la última acción "tuvieron la desgracia de quemarse considerablemente el contramaestre y dos marineros", y otro más se rompió una pierna. El primero, a pesar de las heridas, "volvió sobre la cubierta a continuar en la función con el mismo esfuerzo que al principio", pero el San José seguía necesitando ayuda.

Los daños en el mastelero, los parapetos, los dos juegos de velamen y la popa destruida necesitaban una reparación urgente y el de Gran Canaria era el primer puerto amigo que tenían en su camino. Las reparaciones navales -sector en el que La Luz se ha especializado con el paso no ya de los años, sino de los siglos- le trajeron hasta la Isla. Además, la falta de tripulación hacía necesario reclutar a nuevas personas que pudieran continuar el camino hacia La Habana.

La Gaceta no cuenta lo que ocurrió con el San José una vez fue reparado y partió de Las Palmas de Gran Canaria, aunque sí hay constancia de algunas de las otras hazañas en las que se vio envuelto el bergantín. La más destacada de ellas es la que vincula al barco con la fundación del primer asentamiento español en Luisiana, territorio que en 1764 había sido comprado a los franceses por el reino ibérico.

Aquel asentamiento estaba compuesto por 16 familias malagueñas que habían decidido embarcarse hacia el nuevo mundo en busca de mayores fortunas. Fue el San José el barco que trasladó a aquellos colonos andaluces de un lado al otro del Atlántico, primero hasta Cádiz y después de allí a La Habana.

A finales de 1778 el recién nombrado gobernador de Luisiana, el también malagueño Bernardo de Gálvez, los envió en otra embarcación en la que también había algunos canarios desde Cuba hasta la costa norte del golfo de México, donde el 11 de noviembre crearon Nueva Iberia, una localidad en la que en 2017 residen más de 30.000 personas y que aún recuerda a sus primeros habitantes. De una posible escala en Gran Canaria durante este otro viaje no constan, sin embargo, registros en la Gaceta.

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