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La ciudad de ayer Las antiguas huertas del Cono Sur

Entre plátanos en el Cono Sur

Las zonas residenciales de la Vega de San José eran hace sesenta años un mar de fruta donde los niños iban a comer y beber leche fresca

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La ciudad de ayer: Entre plátanos en el Cono Sur

Eran las cuatro y media de la tarde, en un domingo de diciembre de 1973, cuando un incendio devastador arrasó unas 60 chabolas en el Risco de San Nicolás. Casi 300 personas que vivían allí hacinadas se quedaron de golpe y porrazo sin nada. Al menos lograron salvar sus vidas por los pelos, gracias a la labor exhaustiva de bomberos y vecinos. Ante tal crisis humanitaria, el gobernador civil de Las Palmas decidió entregar esa misma noche un grupo de viviendas a estas familias desahuciadas en el entonces aún por adjudicar Polígono Residencial de San Cristóbal.

"Los quemados de San Nicolás", como todavía los conocen hoy en el barrio, fueron los primeros que colonizaron la Vega de San José, antaño fértiles fincas de plataneras. Esta urbanización de protección oficial fue una de las tantas que se crearon en Las Palmas de Gran Canaria durante el franquismo. El hacinamiento de las familias en casas de autoconstrucción y en barriadas de chabolas obligó a las autoridades del régimen a crear parques de viviendas sociales por toda la ciudad.

Décadas antes de urbanizarse el Cono Sur de la capital, aquellas tierras eran un mar de plataneras, vaquerizas y estanques. "Íbamos de pequeños a jugar a las fincas, nos llevábamos plátanos, papayos y otras frutas", relata Matías Sánchez Santana, vecino del risco de San José. Los chiquillos de la ladera también bajaban a la vega en busca de agua o leche con cacharros. Eran tiempos en los que no había agua corriente en sus casas y había carestía de muchos alimentos.

Durante varias centurias se fueron aglutinando, poco a poco, pequeñas casas terreras en la ladera de San José. Jornaleros pobres que huían del hambre que se vivía en otras partes del Archipiélago. Este vecindario tomó un gran impulso a finales del siglo XIX. El comercio internacional y el nuevo puerto de La Luz motivaron una mayor explotación de las fincas y huertas al sur de Vegueta.

Además, el barrio creció a los pies de la carretera general con dirección Telde, Agüimes y las Tirajanas. "Detrás de la iglesia estaban todos los bebederos para los burros, llenaban toda la calle de moñigas y porquería", explica Sánchez, al recordar porque llaman aún a una zona del paseo de San José El Moñigal.

Aunque, es cierto que estos parajes también tuvieron visitas de ilustres. En 1834 se inició la construcción del Cementerio de los Ingleses en la misma ladera, en lo que era en ese entonces el extramuros de la capital. Allí se dio sepultura a insignes personalidades de la sociedad británica que vivió en la Isla durante el boom del comercio de la fruta.

Pero, mientras los vecinos de San José rodeaban con sus casas el campo santo inglés, estos tenían que bajar hasta el Cementerio de Las Palmas, a orillas del mar, para enterrar a sus muertos. "La comitiva bajaba por el callejón de La Horca hasta el árbol del responso, allí hacíamos un descanso, el cura se echaba un rezao y luego seguíamos hasta la tumba", comenta Matías. Este árbol fue durante mucho tiempo un símbolo. Por eso, los vecinos lucharon para evitar su derribo, de tal manera que hoy preside una rotonda en la avenida Eufemiano Jurado.

Este antiguo camino del patíbulo, hoy Eufemiano Jurado, se conocía como "de La Horca". Aquí se ajusticiaron a numerosos reos mediante este tipo de pena capital. Manuel Marrero, zapatero de la localidad de Arucas, fue la última persona que murió ahorcada en Las Palmas de Gran Canaria. La ejecución se produjo en la mañana del 24 de diciembre de 1877. Miquelo, como lo conocían todos, asesinó a su hijo un año antes y escondió el cadáver en una cueva.

Nuevas urbanizaciones

En los márgenes de la fértil vega crecieron pequeñas barriadas en precario a mitad del siglo pasado. Las Tenerías era una continuación de San Cristóbal, unas casas que sucumbieron a la construcción de la avenida marítima en los años setenta. Mientras, en las inmediaciones del campo santo de Vegueta creció el poblado del Picadero, otro grupo de chabolas y viviendas.

En El Picadero se crió María del Pino Macías. A temprana edad llegó desde Gáldar, pues su padre trabajó en las obras de restauración de la iglesia de Santo Domingo. Aún recuerda con nitidez aquellos años en los que entraba a corretear en las plataneras o iba a buscar "lechita recién ordeñada" a las distintas granjas. "Aquello era muy bonito, sacaban agua de los pozos para regar y comíamos de lo que daban las huertas", señala Macías. Incluso, su abuelo fue bueyero en una de las fincas.

Cuando su casa sucumbió bajo la pala, se mudó a la Hoya de la Plata, pero no corrió mejor suerte. Las obras de ampliación de la actual avenida marítima la desahuciaron a principios de los setenta. A cambio, el Estado le entregó una vivienda en 1974 en la primera fase del Polígono de San Cristóbal. Junto a ella llegó su amiga Carmen Rodríguez, quien vivía en San Nicolás.

"El barrio es bueno, pero vivir en un quinto sin ascensor es criminal", apunta Encarna Tavares. En su caso, ella llegó al Polígono desde La Isleta en 1981, cuando se entregó la segunda fase de la urbanización. La Vega se completó después con los pisos de la Guardia Civil, a principios de los noventa, y la Ciudad de la Justicia, en 2014.

"Los juzgados y los hospitales han dado mucha vida al barrio, ahora ves los bares llenos de gente trajeada", indica Antonio del Rosario. Junto a él, están sentados José Peña y Oscar Yáñez, quienes viven entre las calles Córdoba y Palma de Mallorca, en la zona que se conoce como El Chaparral. "Aquello viene la serie de televisión que había en los setenta, que fue cuando dieron los pisos", explica Yáñez. Precisamente, él es quien más tiempo lleva en el barrio de este grupo de amigos. Al fin y al cabo, vivió el incendio del Risco hace 44 años.

En el nuevo polígono residencial se juntaron a personas de diferentes barrios de la capital. Gentes de los riscos, de la Marina, empleados de Salcai, antiguas vecinos de la Vega, entre otras zonas de la capital. El Cono Sur se llenó de bloques de protección oficial desde la década de los cincuenta. Primero fue Zárate, le siguieron El Lasso, Casablanca I , II y Tres Palmas.

José Peña vivió su infancia a orillas del Atlántico, en el barrio marinero de San Cristóbal. "Abajo nos dedicábamos a la pesca y arriba, en San José, a la agricultura", añade. Durante años vendió de forma ambulante pescado fresco con una carrete en las calles de la Vega. A su lado, creció, por desgracia, otro tipo de negocio, el trapicheo de estupefacientes. "Fue una desgracia para toda la juventud, iban a los colegios a vendérsela a los pibes", recuerda el grupo de amigos.

Como en tantos otros lugares de la capital, las drogas y la delincuencia fueron el pan de cada día en la década de los ochenta. Una tentación que estigmatizó al barrio, con incidencia en zonas como El Chaparral. "Al final todo eso es la fama que le dieron los taxistas, sobretodo, porque es una zona tranquila", añade Antonio del Rosario. Por suerte, tanto la Ciudad de la Justicia, como el Complejo Hospitalario Insular Materno Infantil han cambiado la imagen de la Vega.

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