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La ciudad del ayer ¿Nos vemos una película? (II)

Cines de memoria

En las primeras décadas del siglo XX la ciudad llegó a contar con más de 40 monosalas de las que ninguna ha llegado a la actualidad

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La ciudad de ayer: Cines de memoria

Teresa Rodríguez Padrón todavía recuerda el sonido que hacía el proyector del antiguo cine Teatro Hermanos Millares. "Era lo único que se oía cuando empezaba la película ya que la gente, que además era muy respetuosa, se quedaba fascinada y nadie hablaba". Tampoco se comían roscas o golosinas dentro del patio de butacas en el que un acomodador se encargaba de mantener el orden a golpe de linterna y los censores del régimen franquista vigilaban la decencia de los contenidos que llegaban a los espectadores. Aún así, el grupo de empresarios propietarios del enclave, entre los que se encontraba Juan Rodríguez Domínguez, el abuelo de Rodríguez Padrón, "fueron excomulgados por proyectar Gilda", cuenta divertida quien creció delante de una gran pantalla en la que llegó a ver dos y tres películas seguidas varias veces en semana. "En mi época lo que había para entretenerse era el cine". Eran otros tiempos en los que en la capital había para elegir entre más de 40 monosalas.

Cuesta imaginarse una ciudad repleta de estos lugares "mágicos" ya que en la actualidad han quedado relegados a grandes espacios comerciales. Pero a principios del pasado siglo XX se inició un periodo de varias décadas en las que se podían ver películas prácticamente en cada barrio y el Puerto y Ciudad Alta no fueron menos. Nombres como Sol, Plaza, Astoria o Teatro Hermanos Millares todavía resuenan entre la ciudadanía que vio como poco a poco estos espacios fueron cerrando uno a uno en pos de la tecnología que primero se arraigó en forma de VHS desde finales de los 70. Muchos se transformaron en otros negocios, otros simplemente desaparecieron o están abandonados. No obstante, la mayoría de ellos todavía sobreviven en memorias como la de Teresa Rodríguez.

El cine Teatro Hermanos Millares abrió sus puertas el 1 de septiembre de 1930 según el libro La Sofía Loren de Arenales que recoge las memorias del ya fallecido proyeccionista, Rafael Hernández Marrero. Contaba con un total de 906 localidades y "tenía unas galerías en su parte superior con un piso que parecía un tablero de ajedrez". Al igual que en muchos otros, los inicios fueron mudos, aunque apenas un año después se proyectó la primera película sonora bajo el título De frente, marchen. La última sería Brigada 21 antes de que el 30 de noviembre de 1967 cerrase sus puertas el enclave donde ahora se erige el Hotel NH Imperial Playa.

A pesar de ello, el Hermanos Millares es recordado como uno de los cines más famosos de la zona en el que también se representaban obras de teatro y alguna que otra noche con orquesta. Antes que esta sala, el Teatro Cine del Puerto, situado en el número 1 de la calle Albareda y conocido con anterioridad como Teatro Circo, era el epicentro del entretenimiento en el barrio donde en julio del 87 también finalizaría la actividad artística en el edificio que a día de hoy alberga oficinas, viviendas y comercios. Tal y como ocurrió más de cinco lustros antes con el Cine Doramas, que arrancó en 1946.

El mismo destino corrió el Pabellón Santa Catalina, si bien el inmueble que abrió en 1926 en General Vives fue destruido tras su clausura en 1968. En la misma calle, en 1930 ,el Cine Ideal comenzó con su actividad que apenas duró tres años. Al igual que en los anteriores casos, este espacio se transformó en un bloque de pisos que perviven en la actualidad.

También en el comienzo de la tercera década del pasado siglo, un 23 de octubre, empezaron a proyectarse películas mudas en el Cine Goya, que se encontraba en la calle Manuel González Martín (antes Manuel Becerra), siendo la primera de ellas Amor de hermano. El sonoro llegó tres años después bajo el título de El precio de un beso, según recogió el proyeccionista en sus memorias. Casas, oficinas y un centro social ocupan ahora este lugar que encendió por última vez su pantalla en diciembre de 1966.

La confluencia de Princesa Guayarmina esquina con Saucillo era la ubicación que durante casi media centuria tuvo el Cine Victoria. El ladrón de Bagdad, de Michael Powell, fue el primer filme que pudieron disfrutar sus espectadores el 20 de julio de 1945. Una inauguración que se repitió por segunda vez a principios de los 70 tras pasar por una reforma que culminó con una sala atenta al El presidente de Barry Shear. Casi 24 años después echó el cierre y así se mantiene hasta la actualidad.

El Cine Bahía, sin embargo, acabó convertido en una sala de recreativos. Si bien desde 1947 rozó en Secretario Artiles las cuatro décadas inmerso en el entretenimiento ciudadano del momento. No muy lejos en tiempo y distancia, en la calle Fernando Guanarteme, se instalaría uno de los referentes de la ciudad en monosalas: el Cine Astoria. Con un total de 1.080 localidades, se inauguró con precios que oscilaban entre las seis y las tres pesetas para poder disfrutar de El hijo de Robin de los Bosques. El inmueble se estrenaron las dos partes finales de la primera trilogía de La guerra de las galaxias: El Imperio contraataca y El retorno del Jedi, según el post Los cines monosala de Las Palmas de Gran Canaria del blog Tiempos de fuga. Tras su cierre en 1984 acogió una discoteca que también terminó por cesar su actividad. En la misma vía, el Cine Guanarteme vería sus días de gloria con el séptimo arte, desde 1960 hasta 1986, transformados en jornadas de culto como el centro evangelístico que aún hoy se mantiene.

En ese intervalo temporal, el Cine Rialto comenzó su andadura con Pecado de amor un 22 de abril de 1962. El espacio que ocupaba Presidente Alvear con Néstor de la Torre se convirtió así en un punto de reclamo para quienes querían disfrutar de los filmes que encontraron su broche final con la proyección de Furiosamente enamorada en noviembre del 85. El Cine Universal, por su parte, clausuró su cartelera con Comando en 1987, siete años después de que El truhán y su prenda, de Jennings Lang inaugurara la temporada.

La zona portuaria por antonomasia, La Isleta, tampoco estuvo exenta de estas salas. De este modo, el Cine La Luz arrancaba en 1952 con la película El espadachín en un inmueble que, localizado en la calle Benartemi, pasó a transformarse en un almacén de materiales para la construcción a partir de 1973. Una década después, se sumaría a la oferta de ocio el Cine Litoral donde, en Benagache esquina con Blas de Lezo, Maciste el coloso dio el pistoletazo de salida a una actividad que no superó la veintena.

Asimismo, la parte alta de la ciudad fue epicentro para aquellos empresarios que encontraron en la industria cinematográfica un negocio en alza. De todos ellos, el Cine Sol es el que más resuena en la memoria de quienes vivían por la zona de Schamann. Fue el tío del propio proyeccionista, Manuel Marrero, quien compró el solar en la calle Gerona con Agustina de Aragón para construir un refugio contra el aburrimiento en el que se inició en la profesión un joven Rafael Hernández Marrero. Muchos reconocerán el edificio en el que ahora se encuentra el Bingo del Grupo AC y que en su día contó con estructuras para el techo que "llegaron desde Bruselas". La inauguración del Sol data del 7 de agosto de 1947, cuando Los majos de Cádiz iniciaron la primer etapa de una era que llegó hasta 1986, reforma y reapertura bajo el nombre de Sol Cinema incluida.

En el mismo barrio, harían también las Américas el Cine Plaza y el Cine Apolo. El primero, en la calle Inesilla, abrió en 1959 con 710 butacas y Primavera en el corazón como título atractor. El segundo lo haría 11 años después con El profeta en la calle Pedro Infinito en cuyo inmueble también se halla ahora un bingo. Por último, un supermercado ocupa actualmente el que fuera el Cine Scala que arrancó en marzo de 1968 con Guardamarinas.

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