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Los domingos a San Telmo

Comer un helado o ver las olas fueron dos grandes motivos para ir a pasear por el parque San Telmo o por el antiguo Muelle de Las Palmas

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La ciudad de ayer | Los domingos a San Telmo

Los domingos eran del Parque San Telmo. Las multitudes se agolpaban en el muro del malecón de Triana a ver la fuerza del mar. "Jugábamos a ver si nos mojaban las olas o no", le recuerda Ana Teresa a su amiga Joaquina Roldán. Mientras, un enjambre de chiquillos se lanzaban desde la punta del Muelle de Las Palmas para bañarse en aquellas aguas turbias. Al rato, lo mejor era ir hasta el pequeño local de Los Alicantinos a comer un buen helado de turrón o vainilla. Sin olvidar, claro está, a los intrépidos que preferían practicar el tiro al plato en plena ciudad. "No había otra diversión", dicen tajantes estas dos amigas antes de ir a misa. Curiosamente, en la iglesia del parque de su juventud.

La ermita de San Telmo es una de las más antiguas de la capital. Existe constancia de su existencia desde el siglo XVI, con la advocación a San Pedro González Telmo. El ataque y saqueo del holandés Pieter Van der Does a la capital grancanaria en 1599 destruyó el templo, como tantos otros de la ciudad; pocos años después comenzó su reforma, otorgándole su aspecto actual. Muy cerca existió la ermita de San Sebastián; y en la siguiente centuria se construyó, entre medias, otra dedicada a Nuestra Señora de las Angustias, ambas han desaparecido.

Desde tiempos inmemoriales, la iglesia se dedicó a los mareantes y marineros, donde tienen estos aún su Cofradía. Pequeños barcos de madera surcan sus paredes hoy día. La explicación se debe a un modesto embarcadero en la playa de callaos de Triana. Un espacio delimitado por la muralla norte de la ciudad, que discurría paralela a la actual calle Bravo Murillo.

En 1811 se iniciaron allí las obras del Muelle de Las Palmas, para intentar satisfacer las necesidades marítimas de la capital. Fue en 1852 cuando se declaró de interés general el puerto de Las Palmas de Gran Canaria, por lo que su construcción la costearía el Estado. El ingeniero de caminos Juan León y Castillo se encargaría después de elaborar un nuevo proyecto.

Un nuevo parque

Desde entonces, la marina de Triana pasó a aglutinar astilleros y talleres de reparaciones navales. En 1894 concluyó la construcción del Gobierno Militar y la ciudad ya contaba entonces con un parque propiamente dicho: San Telmo. Su superficie se amplió en la década de los veinte, pues se le ganó terreno al mar. Comenzaba así la transformación del frente marítimo de la capital.

El Puerto de La Luz, que se desarrolló en La Isleta desde finales del siglo XIX, supuso la muerte del pequeño embarcadero de Las Palmas, el cual era muy peligroso con los temporales de mar. Es más, en 1931 se inauguró una escultura dedicada al escritor Benito Pérez Galdós en mitad del mismo, quedaba así reforzado su aspecto de espacio lúdico frente al uso industrial para el que se ideó. Esta misma estatua se encuentra ahora frente al mercado de Vegueta.

No obstante, más de uno aún recuerda la existencia de pequeños talleres navales hasta los años sesenta en la calle Venegas. "Habían barquillas de aficionados, pillaban poca cosa, alguna sardina y poco más", relata Adolfo Martín junto a su esposa, María Cabrera, en un banco de la calle Triana.

Martín nació en Tejeda hace ahora 81 años, pero las necesidades de estudio le llevaron a trasladarse a la capital en su juventud. Los coches de hora eran el único transporte para subir a la Cumbre en aquella época. Se podían coger en Bravo Murillo y desde allí se tardaba "una eternidad" en llegar al destino deseado. Fueron muchas las cervezas y churros que ambos tomaron en los locales de las calles Canalejas y Perojo.

El edificio del Banco Santander, esquina León y Castillo con Bravo Murillo, cambió el perfil de la zona; con sus quince plantas y la publicidad de la entidad cántabra en la azotea. La torre se ideó para albergar apartamentos y oficinas. Aunque, junto al mismo, ya existía desde 1943 el emblemático Hotel Parque, obra racionalista de Miguel Martín Fernández de la Torre.

Modernismo

San Telmo, además de la iglesia, ha tenido desde principios del siglo XX hasta tres quioscos modernistas: el de la música, el de la prensa y el del café. Obra de Rafael Massanet, sus guirnaldas de frutos y azulejos coloridos han sido testigo de miles de aperitivos de nativos y foráneos durante décadas. Además, una fuente, hoy desaparecida, remataba el espacio verde.

A finales de los cincuenta comenzó el relleno del mar entre San Telmo y la desembocadura del Guiniguada. Entre las autoridades grancanarias existió esta idea durante muchas décadas, pero las penurias económicas no lo hicieron posible antes. De esta manera quedaba sepultado el antiguo muelle de Las Palmas, además de la antigua playa de Triana.

Las paradas de guagua y del transporte al interior de la Isla se trasladaron a los nuevos terrenos ganados al Atlántico. Nacía así el embrión de la futura estación de guaguas de San Telmo, también conocida como El Hoyo. Este nombre se debe a la particular superficie de los solares. Con fuertes temporales de mar se formaban grandes charcas, un fenómeno que ocurrió hasta los ochenta.

Este espacio también sirvió para la instalación del circo ruso cada vez que venía a Gran Canaria. Allí actuaron el domador de leones Ángel Cristo y la trapecista isleña Pinito del Oro. "Menudas vueltas daba esa mujer, daba gusto verla", recuerda Adolfo Martín, quien asistió de público al espectáculo en más de una ocasión.

La actual estación de guaguas llegó en los ochenta. También en ese entonces cerró en la calle Venegas Los Alicantinos y sus helados, esos que tanto recuerdan Ana Teresa y Joaquina Roldán; ya ni hablar de las lapas que esta última recogía en la mar de joven. La misma suerte que el malecón, "desde allí se tiraban todos los chicos a buscar las monedas que les tiraban", señala Roldán. Todo ello ha quedado, simplemente, en el recuerdo de sus memorias.

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