La Provincia - Diario de Las Palmas

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Memorias (III)

"Operé de vesícula al padre de Carmen Laforet en la clínica San José sin anestesia"

"Matías Vega le dijo que era el momento de acabar con la carrera de Pildain y Franco se hizo el gallego", afirma Valeriano García Vilela

Valeriano García Vilela, en su depacho en el Paseo de Chil. JUAN CASTRO

Valeriano García Vilela (San Sebastián de La Gomera, 9 de septiembre de 1917), médico jubilado, dicta sus memorias con todo detalle. Vive solo en una casa de tres plantas . Fue presidente del Colegio de Médicos de Las Palmas desde 1970 a 1983; cirujano de la antigua Clínica de Lugo desde 1955 hasta 1964. Ese año se incorporó a la Clínica del Pino, donde se jubiló en 1993. De sus orígenes humildes y de sus estudios en Cadi trataron las dos entregas anteriores, ahora continúa el relato ya como médico.

"Don Francisco Pérez Trujillo era el médico del pueblo en La Gomera. Estaba casado y tenía un montón de hijos. Uno de sus sobrinos era don Francisco Pérez y Pérez, que fue senador y cirujano del sanatorio El Sabinal. Venía cabreado porque su familia era de izquierda, pero el abuelo era el gran oriente de las logias de los masones de Canarias. Y salía en la foto con el mandil. Don Francisco Pérez hizo las oposiciones al mismo tiempo que el marqués de Villaverde, el cirujano del tórax, pero cuando vino aquí no tenía ni quien le ayudara. Yo lo conocía de niño, con el cual me había trompeteado varias veces. Él era un año menor que yo pero éramos de la pandilla y nos pegábamos y jugábamos a la guerra".

"Vino para acá y me fue a ver a mí. Me dijo: oye, que no tengo quien me ayude arriba en el sanatorio. En el sanatorio no hay nadie, nada más que el director, don Vicente Navarro Marco, una excelente persona, un caballero, pero el pobre hombre no podía hacer otra cosa. Era del cuerpo de Sanidad y el único que hizo la oposición fui yo. La hice con el marqués de Villaverde, que sacó el número uno y yo el número dos, y ahora vengo aquí y no tengo quien me ayude a operar. Entonces le dije: voy a hacer una cosa. Los sábados voy a cerrar el despacho y me voy a ir al sanatorio del Sabinal porque allí habrá apendicitis, hemorroides, hernias? Si tú me ayudas a operarlas yo te ayudo a operar el tórax. Entonces así lo hicimos".

Plaza y calle

"A mí me han puesto una plaza que está allí enfrente al Corte Inglés, arriba. Y ahora resulta que le pusieron una calle a Agustín Bosch Millares, que me quiso enfrentar con Paco Pérez porque algunas veces Paco llegaba tarde. Lo que sí le gustaban eran las perras. Teníamos el despacho en la misma casa de Hernández Guerra, en Juan de Quesada. Después se marchó él de allí y vino un especialista de niños".

"Paco me decía: oye, empieza tú la operación, que yo vengo ahora, y yo no había operado nunca tórax y con él aprendí también a operar pulmón. Nosotros no hacíamos nada de eso en aquella época. Pero Bosch Millares le decía: mire, mire, el tío te va a quitar la plaza. Y Paco Pérez decía: le voy a pegar una hostia".

Carmen Laforet

"El otro día fui a que me viese el hijo de don Vicente Navarro, que es un gran dentista. Me dijo: pues Paco Pérez le creó unos problemas muy grandes a mi padre. Y dije yo: claro. Es que Paco Pérez llegó y no podía operar porque no había nadie, ni anestesistas siquiera. Y yo había operado al arquitecto que hizo el Gobierno Civil aquí, cuyo hijo o nieto es el cronista de la ciudad, Juan José Laforet. El arquitecto era hermano o tío de la escritora Carmen Laforet. Pues a ese señor lo operé yo en la clínica San José cuando no había anestesistas. La anestesia la hacía un practicante pero yo tenía que estar allí para ver cómo estaba el pulso. La operación era una tortura. Cuando terminé la operación de vesícula le dio al hombre un ataque de epilepsia en el posoperatorio. Creí que se nos moría, pero pudimos sacarlo adelante. Era el padre de Carmen Laforet".

"Mi primer trabajo como médico fue en la guerra civil. Cuando estalló la guerra me faltaban cuatro o cinco asignaturas. De una de ellas me pude examinar porque hubo un examen extraordinario, pero de las otras no había exámenes extraordinarios. Me quedaron tres asignaturas, las más tontas de la carrera las tres marías: la higiene, medicina legal y otra".

Valeriano García Vilela nunca se ha achicado ante nada. Siempre ha sido pequeño pero matón. En la época de personajes tan poderosos, como Matías Vega Guerra o el obispo Pildain, nuestro hombre no dudó de enfrentarse a ellos cara a cara, no sabemos si en un gesto propio de un valiente o de un temerario. En todo caso fue mueca de gallardía.

Conoce a su mujer

"Yo conocí a mi mujer en Gandía. Resulta que estaba en Tarragona, que fue el verano mejor de mi vida con la carrera terminada. Podía usar dos uniformes, el de Marina y el del Ejército, porque estaba en Infantería de Marina. En Tarragona nos pusimos de acuerdo para decir que éramos dos hermanos gemelos, de cachondeo con todo el mundo, uno que era de la Armada y otro que era del Ejército. El de la Armada era un golfo del carajo y el del Ejército era un tío muy serio. Las señoras decían: el militar es educadísimo pero el marino es un sinvergüenza pero muy simpático. Como yo estaba en Tarragona, mis padres pensaron ir a Levante para estar cerca de mí; las plazas que estaban vacantes eran Tarragona y Gandía. La de Tarragona se la dieron a uno que era más antiguo que mi padre y Gandía a mi padre, que cogió la plaza de jefe de Telégrafos de Gandía. Allí conocí yo a mi mujer de una forma curiosísima".

"Yo llegué a Gandía y había un casino que tenía bar y mesas de tertulias. Había una tertulia con todos los fascistas y todo el mundo esperaba que yo me fuera a esa, pero no, allí estaban los militares. En cambio me fui a la tertulia donde estaban todos los rojos, que la dirigía un abogado viejo".

"Un oculista de esa tertulia me regaló un bisturí que aun conservo, que era curiosísimo. Lo conservo como oro en paño porque era una pieza única. Parece un bolígrafo, se desenrosca y es un bisturí. Con esto operaban cataratas. Es una pieza de colección. Me lo regaló porque él tenía dos hijas y cuando yo llegué a Gandía era un bomboncito, un teniente médico y buen cirujano. Hizo amistad conmigo".

El dentista rojo

"Pero también a esa tertulia iba un médico dentista, que era más rojo que la pimienta. Fíjese si era rojo que llegó a ser concejal del ayuntamiento, y en Gandía, que se llama ciudad ducal porque allí nació el duque Carlos de Borja, quiso quitarlo. Él dijo que duque no, sino simplemente Carlos de Borja. Hubo un cachondeo en el pueblo. También tenía dos hijas y me las quería encasquetar a mí. Estuvo dándole la lata a mi padre y a mi madre, y a mí no me gustaban aquellas chicas. Yo nunca he sido un hombre que me haya atraído el dinero, no he hecho nunca nada por dinero. Uno de la tertulia se llamaba Jesús Soldevila, que fue tío de don Joaquín Soldevila, que vino aquí y destituyó a Benjumea, el que hizo el Club Náutico con un arquitecto que también quiso fastidiarme. Yo tenía el despacho en la calle Viera y Clavijo y me querían poner unos palos, unos puntales delante de la puerta porque estaba en ruina el edificio. Yo le dije: mire usted, la puerta la mantengo con la mano pero usted no me pone aquí ningún palo. Luego fui ahorrando poco a poco algún dinero y compré este solar en Paseo de Chil".

Tres parientas y misa

"Un día en la tertulia, donde iba un abogado llamado Joaquín Deuza, le dije que quería conocer a una chica porque estaba ya en edad de buscar novia. Entonces me dijo que me iba a presentar a tres chicas estupendas que no habían tenido novio en la vida y eran religiosas pero no beatonas. Una de ellas era novia de un ingeniero que estuvo durante toda la guerra metido en un sótano para que no lo mataran. La otra no tenía novio ninguno, era muy guapa, con buen tipo, se llamaba Carmen Bolta, prima hermana de la que luego sería mi mujer. La anécdota graciosa es que cuando se hicieron los documentos de identidad le preguntaron la edad y se quitó tres años. Entonces resultó ser más joven que mi mujer. Cuando le preguntaron que por qué se había quitado tres años, contestó: es que los tres años de la guerra yo no los he vivido. Esa mujer ha muerto ahora a los 110 años. Esas eran las tres mujeres, que las llamaban el MIC: Maruja, Isabel y Carmen. Isabel era la mía". Empecé a salir con ellas sin demostrar nada con ninguna. Paseaba con las tres porque las tres salían juntas por el paseo e iban a misa. Yo en aquella época iba con ellas a misa, pero ya no porque entonces era creyente y ya no lo soy. Yo soy científico. Nada de religión".

Un cuadro y diez duros

"Yo tuve una agarrada buena con el obispo Pildain. En cambio, Pildain le ayudó a un abogado llamado Martínez Carvajal, que estuvo condenado a muerte. Había sido diputado y estuvo en la cárcel condenado a muerte. Le fueron bajando la pena hasta treinta años y al final lo pusieron en la calle. Pildain le dio diez duros, y así empezó. Yo pinté un cuadro que se lo regalé a los hijos. Yo pinto de vez en cuando, ahí tengo un autorretrato. El retrato que hay en el Colegio de Médico cuando fui presidente también lo hice yo mismo. Cuando tuve la agarrada con el obispo ya era científico. Resulta que la plaza de cirujano del Pino salía a oposición y empezó a meterse- gente allí a querer hacer la oposición. La oposición del Pino salió con la de Puerta de Hierro y con la de otra clínica importante de Madrid, y otra en Barcelona. Los tres eran catedráticos. El catedrático de cirugía sacó la oposición de Puerta de Hierro en Madrid, otro catedrático de cirugía sacó otra plaza en Madrid y otro sacó la de Barcelona. Al principio los catalanes no le habían puesto desagüe al edificio y tuvieron el hospital cerrado durante tres años. Estuvo destinado allí todo ese tiempo sin poder operar con un cabreo impresionante. Yo conseguí la plaza del Pino en Las Palmas. Por Las Palmas fueron varios a las oposiciones pero se los cargaron a todos. Por eso vine a Las Palmas y puse en orden el hospital. Distribuí las camas cuando empezó. Era un hospital fantástico, buenísimo. Fui el primer jefe de cirugía. Primero era por zonas y a mí me tocó la zona de La Isleta. Al principio no tenía yo plaza de cirugía sino de medicina general, incluso de digestivo, pero yo no quise porque en digestivo había que hacer las cosas muy bien hechas y yo no me he prestado nunca a porquerías".

Todo menos traumatología

"En El Pino, como jefe de departamento, me dieron todas las plazas de cirugía, menos traumatología, que la llevaba López Urrutia, que era un magnífico traumatólogo. A pesar de ser de cirugía, los oculistas y los otorrinos dependían de mí y apareció un neurocirujano de Tenerife, me llevó al despacho y me dijo: oye, yo no tengo con el número de camas que tú me has dado. Y yo le dije: pues yo he dado el número de camas a cada especialidad con arreglo a las consultas de manera proporcional. Me dijo: pues yo no tengo con esas camas. Al final lo mandaron al carajo y tuvo que volverse a Tenerife. Y era un buen neurocirujano. Sin embargo, fracasó en Tenerife debido a su carácter".

El obispo y Franco

"La diferencia que tuve con el obispo Pildain fue por la plaza que iba a salir de jefe de cirugía, que se llamaba la jerarquización. Nosotros teníamos las plazas por barrios y a mí me tocó sustituir a don Pablo León, que tenía La Isleta con muy pocos enfermos y muy poco dinero además. Teníamos lo justo. Fueron incluso a hablar con el obispo para que no me dieran la plaza a mí, y el obispo les hizo caso". Pildain no recibió a Franco y Matías Vega dijo que era el momento de acabar con la carrera del obispo, pero Franco se hizo el gallego, tipo Rajoy, con el que no estoy de acuerdo pero veo que hay cosas que las lleva con tranquilidad, como lo de Cataluña. No provoca los follones. Cuando Franco vino aquí el obispo cerró la catedral y se marchó a Teror. No hubo palio. Como gallego estuvo muy inteligente porque, si no, se arma un follón del demonio. Pildain era un separatista vasco tremendo".

El bocadillo

"Pues a Pildain le hablaron mal de mí e informó mal de mí. Yo me entero y me voy al obispado. Allí estaba un cura delgado, que me dijo que el obispo no me podía recibir. Entonces abrí el bolsillo y le enseñé un bocadillo. Le dije: mire usted, me siento en este sillón y aunque el obispo no me reciba tengo comida para aguantar los días que sean necesarios. Al final el obispo me recibió, no tuvo más cojones. No levantaba la cabeza de la mesa y yo de pie. Me dijo que me sentara y le contesté que no, que no venía a sentarme sino a hablar con él. Le dije: usted... Y entonces me contestó: usted me dice señor obispo. Y yo le le respondí: pues usted me dice a mí señor doctor porque tengo el doctorado con sobresaliente por la Universidad de Valencia. Hablé yo y el obispo se dio cuenta y me empezó a dar explicaciones. Al final le dije: no, señor obispo, usted me ha demostrado lo que es. Ahora rectifica y me alegro mucho, pero yo no soy amigo de usted".

El Club Universitario

"Lo mismo le pasó con Manuel Paradas, que tampoco lo podía ver. Por eso nosotros hicimos el Club Universitario, que lo ideé. Era muy joven y tenía que buscar a alguno mayor y busqué a don Manuel Paradas, que se había enfrentado a don Matías Vega. Don Manuel tenía dos hijas y un hijo y las dos hijas tenían novios para casarse. El hombre se vistió muy elegantemente porque don Manuel tenía su querida, pero no tenía coche. Todas las tardes había una tertulia de señoras en la casa de don Manuel, donde estaba su mujer y mi madre y otras señoras. Los hijos eran alféreces de milicias y tenía el uniforme de gala, que llevaba un espadín y un cordón morado. Cuando llegó don Manuel a la puerta del casino el portero le dijo que no podía pasar porque no venían con el uniforme de gala del ejército, esmoquin o frac. Total, pidió que fuera el vocal de turno, un tal Padrón, abogado y un adulón de Matías Vega, que le dijo lo mismo. Al final vino Matías Vega y casi se pegan. Matías Vega no cedió, entonces Manuel Paradas rompió el carné y se lo tiró a la cara".

Pelotilleros asquerosos

"Claro, cuando me enteré de eso, le planteé hacer un club de universitarios nada más. Entonces me dediqué a visitar a todos los universitarios de aquí. Los maestros y los militares no eran. Los de artillería sí eran, pero los de infantería y caballería no eran universitarios. El edificio del Club Universitario empezó a construirse en la esquina de Pilarillo Seco y Triana. Allí había un bar alemán. Cuando me entero que lo llevaba un tal Echevarría fui a verlo y le dije: mire, quiero alquilarlo. Me dijo que la planta baja era del banco. Le pedí entonces la segunda y la tercera planta y el derecho a usar la azotea, aunque fue un fracaso del carajo porque se celebró la inauguración del club en la azotea con las mesas puestas. Vino el viento y se lo llevó todo. Lo pasamos cojonudamente. Matías Vega quería dominar todos los clubes, también el nuestro pero conmigo no pudo. Le dije abiertamente que no. Había un médico que se llamaba Camilo Rodrigo Gavilanes, que era comunista, su mujer también, y sin embargo había ganado las oposiciones y venía de director de los dispensarios de tuberculosos Y siguiendo el ejemplo de Cerviá en Tenerife, se le vendió el Club Universitario a Matías Vega. Nos cansamos después de unos años. Matías Vega era un cacique. Horrible. Estaba rodeado de pelotilleros asquerosos".

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