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Aquí la Tierra

Noche y día

El pintor Jorge Oramas y el poeta Leopoldo María Panero residieron en el Hospital Psiquiátrico de Gran Canaria, un edificio de Miguel Martín Fernández de la Torre

Noche y día

A Segundo Manchado

Dicen quienes de esto entienden que el antiguo Hospital Psiquiátrico de Gran Canaria es como una ciudad, una urbe hecha de pabellones, que Miguel Martín-Fernández de la Torre ideó con un patrón racionalista para acoger a quienes perdieron la razón. Emblema de la arquitectura moderna, tal ciudad dentro de esta otra ciudad que es Las Palmas, tiene, por si fuera poco, una significación cultural añadida por la estancia en él de dos destacados exponentes de la pintura y la poesía españolas de los últimos cien años: Jorge Oramas y Leopoldo María Panero.

Si la presencia de Oramas se inscribe en la etapa auroral del frenopático de Marzagán, la de Panero pertenece a la crepuscular. El primero recaló en el recinto dos años después de su inauguración. El segundo vivió en él hasta que fue despojado de su uso como psiquiátrico. Por lo demás, los cuadros que Oramas pintó durante los meses de 1935 en que habitó uno de sus pabellones, los últimos de su vida, constituyen himnos al sol. En cambio los versos de Panero, que residió aquí desde 1997 hasta 2008, cuando fue trasladado con el resto de los internos al Hospital Juan Carlos I, transmiten la oscuridad de una mente que se creía instalada en el fin del mundo, lo que en su caso tuvo lugar en 2014.

Una de las manifestaciones capitales de la arquitectura moderna española, habitada por dos personajes que no compartieron tiempo -cuando Panero nació, Oramas llevaba trece años muerto. Sendos creadores cuyas obras, en tanto que polos opuestos, se atraen poderosamente. Sobre todo si se piensa en los fantasmas de sus autores paseando por este edificio que Miguel Martín ideó, justamente, para tener a los espectros bajo control. ¿Por qué será que no hay sitio en la Historia de Las Palmas para una confluencia tan extraña? ¿Quizá porque la Historia misma se usa para exorcizar la extrañeza?

Hay que aclarar que Oramas no recaló en el psiquiátrico en razón de la locura. La enfermedad que portaba no estaba alojada en su pensamiento sino en su respiración. Pobre y tuberculoso, tras haber sido paciente del Hospital San Martín, llegó, no se sabe bien cómo, al sanatorio mental para intentar recuperarse en su atmósfera montañosa. Rafael O'Shanahan, primer director del manicomio, sintió gran aprecio por la pintura de aquel chico huérfano desde la infancia que resumía el mundo en sus paisajes de Marzagán, en los que la luz de mediodía baña todo de plenitud. En los que el presente refulge como eternidad. En los que la sombra nunca es negra sino azul.

La de Panero en cambio no fue una trágica orfandad, de hecho su vida fue hasta el final un ajuste de cuentas con su padre, el poeta falangista Leopoldo Panero (fallecido en 1962), y su madre, la escritora Felicidad Blanc (desaparecida en 1990). Para cuando se estrenó El desencanto (1976), la película de Jaime Chávarri en la que Leopoldo María, sus hermanos y su madre se destripaban en público y denostaban al padre desaparecido, al poeta que nos cumple ya le habían diagnosticado su excentricidad psíquica y seis años atrás había pisado por primera vez un manicomio. Quizá, pese a todo, creyera en la existencia de la Isla del País de Nunca Jamás cuando trasladó su residencia última a Gran Canaria. Aquí daría a la imprenta, entre otros libros, Los señores del alma. Poemas del manicomio del Doctor Rafael Inglot (2002).

No se sabe mucho de la vida de Jorge Oramas, pero se cuenta que fue un individuo discreto y silencioso. A juzgar por los cuadros que regaló al doctor O'Shanahan -que tuvo en su momento la más nutrida colección de su obra-, su estancia en el psiquiátrico transcurrió en armonía con su anfitrión. De Panero en cambio, cuya mente era un inmenso campo de batalla, podría decirse lo que dijo Nietzsche del nihilismo: que fue "el más ingrato de los huéspedes". A cargo primero del doctor Inglott, y después del siguiente responsable del recinto de Marzagán, el doctor Segundo Manchado, decía en una entrevista a propósito del suicidio: "Me iré solito cuando yo quiera, no me interesa nada que me suicide esta partida de gánster del manicomio de Gran Canaria".

Tienta imaginar a los fantasmas de Oramas y Panero paseando juntos por las galerías del antiguo psiquiátrico mientras conversan sobre el doble. Excita representarse al pintor mientras le habla al poeta de Dos figuras, el más enigmático de sus cuadros, que representa a dos mujeres que se miran y que parecen ser la misma. Conmueve igualmente imaginarse a Panero en el momento en el que le explica a Oramas su teoría sobre los tres tipos de paranoia, entre ellas la que, decía en aquella entrevista, "[la de] el caso que yo llamo de Jacob Petrovich-Goliatkin, el personaje de El doble de Dostoievski, alguien enano, deforme y ridículo del que se ríe todo el mundo y que al final se inventa a los masones y a la CIA para sentirse importante".

La geografía, hoy es cada vez más claro, no puede aspirar a interpelar con fuerza la realidad, si obvia las vibraciones que le transmiten los imaginarios. Por eso, ya que no la historia, el día en que se reescriba la geografía cultural de Las Palmas habrá que auscultar las huellas de Jorge Oramas y Leopoldo María Panero en el antiguo manicomio y en los riscos. De lo primero ya se ha hablado. Sobre lo segundo baste con decir que, junto con Marzagán, los riscos son el otro gran referente de la pintura de Oramas, y que, interno en sus últimos días en el Hospital Juan Carlos I, Panero se despidió de la existencia desde el risco de San Nicolás.

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