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La ciudad de ayer La cultura del agua

La arteria del Guiniguada

La escasez de lluvias obligó a crear en torno al barranco capitalino toda una cultura del agua, desde lavaderías hasta galerías, pozos y presas

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La ciudad de ayer | La arteria del Guiniguada

Pastillas de jabón Lagarto, esparto, baldes de agua y un par de manos. Hasta bien entrada la década de los sesenta las lavadoras no irrumpieron con fuerza en las viviendas canarias. Las mujeres tenían que ir en masa a lavar a las distintas fuentes, pilas y acequias que se repartían por multitud de lugares de Las Palmas de Gran Canaria. Y la escasez de este electrodoméstico no era el único problema, incluso el abastecimiento de agua en las viviendas fue un lujo hasta bien entrado el siglo XX. Ante esta carestía, el Guiniguada supuso la salvación de los capitalinos, esa "arteria fundamental", tal y como define al barranco José Imar Chirivella, profesor de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y técnico hidráulico.

Al poco de nacer la capital, a finales del siglo XV, la necesidad de obtener agua se convirtió en vital. La solución se encontró en las abruptas cumbres de la Isla. La Heredad de Aguas de Las Palmas, Dragonal, Bucio y Bribiesca propone a los Reyes Católicos en 1501 perforar un túnel que llevara el líquido desde unos nacientes de la cuenca de Tejeda hasta Las Lagunetas. "Los caudales aportados por el Guiniguada, muy mermados en verano, no daban para regar los cañaverales de las vegas y expandir los cultivos, ni para mover con eficiencia los molinos e ingenios azucareros", aseguran desde la entidad.

Entorno a esta brecha que une la capital con la misma Cumbre se desarrolló toda una cultura del agua. Acequias, acueductos, presas y perforaciones de todo tipo. Además del abastecimiento, en las cercanías de la ciudad se desarrollaron grandes plantaciones; primero de caña de azúcar y después de plátanos, entre otros cultivos.

En la actualidad se conservan dos de las minas que existieron en el barranco dentro del término municipal capitalino. Una de ellas, la de Albiturría, estuvo a punto de ser sepultada por las obras de la circunvalación; su entrada se encuentra a escasos metros de los pilares que sustentan los viaductos sobre el Guiniguada. Curso abajo se encuentra la otra galería abierta en la pared rocosa, se trata de la Fuente Rosa, a la altura del barrio del Lomo Blanco. Según Chirivella, ambas están inutilizables.

La salinización es uno de los grandes problemas a la hora de explotar estas fuentes. "La intrusión marina se diluye en el agua y la inutiliza", especifica el técnico. Esta situación se repite en numerosos puntos que han quedado obsoletos. Como solución se ha buscado la implantación de hasta cuatro pequeñas desaladoras que permiten regar las pocas fincas de plátanos que quedan en el lecho del Guiniguada.

La agricultura fue hasta la explotación masiva del turismo la principal actividad económica del Archipiélago. Los diferentes barrios que fueron creciendo como hongos en las márgenes del Guiniguada se poblaron principalmente de jornaleros que empleaban sus manos en el cultivo de esta fruta. De esta manera, nacieron desde finales del siglo XIX lugares como Lomo de la Cruz, Lomo Blanco, Lomo Verdejo o Lomo Apolinario.

Este último recibe el nombre de la familia que tuvo en propiedad las tierras de aquellas lomas. Según Humberto Pérez, autor del blog Mi Gran Canaria, dicha ladera se llamó De Albiturría hasta la primera mitad del siglo XIX. Será Joaquín Apolinario quien compre estas parcelas y les imponga su apellido. Desde su casona contemplaba las plantaciones en el barranco y en la zona de Las Rehoyas. La parroquia del pago se fundó en 1916 y un año después Pino Apolinario decide crear una escuela para atajar el alto grado de analfabetismo, se calcularon cifras de hasta el 90%, entre los hijos de los jornaleros. Así nació el colegio Padres Paúles.

Muchos de estos barrios se abastecían de las aguas de Fuente Morales. El naciente suministró las cocinas de miles de capitalinos durante décadas. Fue a mitad del siglo pasado, aproximadamente, cuando este se secó para siempre. Pero no solo las poblaciones del margen del barranco se beneficiaron de su caudal. La presas de El Pintor y La Umbría se abastecen aún de aguas del Guiniguada mediante túneles. Por contra, el embalse de Hoya de Ponce, en El Zardo, se rellenó y ahora es un campo de beisbol.

Un mundo de acequias

En la actualidad quedan apenas pequeños vestigios de aquel entorno cultural del agua. Precipalmente se conservan acequias, estanques, piletas y cantoneras. Estas últimas servían para repartir la gruesa del agua, es decir, la cantidad de líquido que se repartía a cada uno de los herederos en cada uno de sus compartimentos.

Junto a la antigua Carretera del Centro se conservan un grupo de piletas en fila. Se encuentran bajo la calzada, junto al Colegio San Juan Bosco, a la sombra del Árbol Bonito. La zona está abandonada a pesar de ciertos proyectos de recuperación que nunca han prosperado, salvo la reparación del cercano puente del Batán, del siglo XVII. Pero, hace cincuenta años este rincón, entre la carretera y las plataneras, rebosaba vida. Las mujeres traían a sus hijas desde pequeñas para que las ayudaran en la tarea de sacar manchas a sus propias ropas y a las de terratenientes y militares a cambio de unas pocas pesetas. Si no había hueco en este grupo de piletas siempre era buena opción ir hasta la acequia cercana. Al pie de la carretera, hoy sepultada por una acera y los muros que sustentan el parque de la Finca de Dominguito.

Las aguas del Guiniguada también se desviaron hasta la orilla de Triana. En El Risco de San Nicolás la calle Acequia recuerda aquellos tiempos. El antiguo canal traía agua desde la finca del Pambaso, hoy huerto urbano, y discurría paralelo a Domingo Guerra del Río. Pocas son las mujeres risqueras que no recuerdan ir hasta la acequia o al pilar junto a la iglesia a recoger agua y lavar la ropa. Fefa acompañó durante muchos años de niña a su madre Pino hasta la canaleta para ir a lavar los trajes de miembros del Ejército del Aire, "los paracaidistas", con sede en el cercano cuartel de Las Rehoyas.

Por toda Triana, Vegueta y Arenales existieron multitud de pilares. Uno de ellos, ya desaparecido, estaba en el Terrero, en la calle Fuente. Según la Carta Etnográfica de la Fedac los únicos lavanderos que se conservan en los aledaños del Guiniguada son los del Dragonal, y según indican, aún se utilizan.

La joya de la corona, que data del siglo XVII, se encuentra en la parte baja de San Roque, allí se sitúa el último molino en funcionamiento en la zona, sus aspas se movieron hasta los ochenta y hoy está en ruinas. En los setenta se construyó a escasos metros la autovía del Guiniguada, la GC-110; la cual sepultó el cauce y separó las vidas de San Juan y San Roque, incluso, aisló la parroquia de este último. Una obra que acabó con aquel paisaje del agua.

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