El humor carioca consiste en montar una lotería en la que se apuesta sobre el día de los Juegos en que tendrá lugar un atentado. Durante un mes, el varón de la especie se empeña en demostrar que puede contemplar dos deportes minoritarios a la vez, sin entender el funcionamiento ni la puntuación de ninguno de ellos. Hasta que se entromete el fútbol y arruina el experimento.

La infidelidad deportiva es un vicio que solo afecta a los demás. Por tanto, no le preguntaré si interrumpió usted el éxtasis ante los cien kilómetros de ciclismo en ruta retransmitidos por TVE, una prueba más aburrida que un discurso de Rajoy y de duración equivalente, para zapear a La Sexta y disfrutar con la goleada del Liverpool al Barça. La maldición del fútbol consiste en que ver a Messi jugando muy mal es más entretenido que admirar a la prodigiosa Simone Biles.

Las piruetas mortales de la gimnasta confirman que entrena más en un año que Messi durante toda su carrera. Por contra, el argentino gana más en un año que Biles a lo largo de su periplo profesional, y estamos presuponiendo que el argentino pague sus impuestos. La vida es injusta, pero el argumento económico explica nuestra rendición ante la intromisión del fútbol.

Confieso que, en el kilómetro sesenta de una prueba olímpica, deserté a un insustancial amistoso balompédico. La parábola infamante del cuarto gol a Bravo no justifica mi traición a las apasionantes bicicletas, pero queda claro que el fútbol es inmisericorde con los Juegos. Mi defección no debería alarmar singularmente al Comité Olímpico. El problema surge cuando el gigante mediático brasileño O Globo se ve aquejado por el mismo síndrome, y dedica su primer time dominical al balompié en lugar de centrarse en el hockey hierba. Lejos de mí criticar su falta de patriotismo televisivo, porque la única patria es el balón.

En el mosaico de impresiones deportivas que se agolpan en el cerebro del espectador saturado, la gran lección de Río´16 dictará que el Barça se ha desprendido de su amorosa entrega al toque infinitesimal que Luis Enrique detesta, para migrar progresivamente al fútbol de las largas distancias.

Los Juegos no impiden seguir viendo fútbol, aunque moderan el consumo del porno. El paréntesis olímpico es el único momento en que la persona que responde "estoy viendo waterpolo", a la pregunta de su pareja sobre su sospechosa concentración ante el ordenador, está diciendo la verdad. Peor aún, es el único momento en que su pareja le cree.