En osada aseveración, impropia de un intelectual de su talla, el acrisolado noventaiochista Miguel de Unamuno escribió en uno de sus artículos sobre Canarias que nuestro paisano Nicolás Estévanez Murphy había cantado "Mi patria es una choza, la sombra de un almendro". Imprudente desliz del pensador vasco en cuanto que, en realidad, los versos dicen así: "Mi patria no es el mundo; / mi patria no es Europa; / mi patria es de un almendro / la dulce, fresca, inolvidable sombra".

Tal descuido se debe, sin duda, a los riesgos de citar de memoria porque, a renglón seguido, concluye don Miguel con una observación absolutamente disparatada: "¡Pobre del que no tiene otra patria que la sombra de un almendro! ¡Acabará por ahorcarse en él!".

Pero bien es cierto que la metedura de pata es producto de un planteamiento inicial erróneo: el intelectual canario no afirma que "su patria es la sombra de un almendro" (como dice Unamuno), sino que es "la dulce, fresca, inolvidable sombra de un almendro", es decir, su patria es la Naturaleza isleña: en una palabra, Canarias. Por eso añade que también es peña, roca, fuente, senda, choza, montes, playas, olas.

Y dice en otra estrofa del poema que cuando camina por el mundo evoca "mi almendro de la infancia", etapa vital tan recurrida por los románticos. Porque éstos, en su común desacuerdo con el mundo, o bien se convierten en rebeldes políticos o bien dan la espalda a la desagradable realidad en que viven y, por ello, se evaden, se escapan a lejanas tierras exóticas o a su infancia, etapa de absoluta felicidad. Así se manifiestan, también, otros jóvenes del Romanticismo tinerfeño (Plácido Sansón, Fernández Neda…).

Viene a cuento lo anterior porque -como el lapsus de Unamuno- he oído a muchos nacionalistas afirmar que en Nicolás Estévanez está el germen del independentismo canario lo que, con todos mis respetos, rechazo, en cuanto que aquel intelectual nacido en Las Palmas participó directamente en la política española con pasión federalista y fue gobernador civil de Madrid y ministro de la Guerra en la Primera República de 1873. Incluso se le relaciona con los preparativos de la Revolución de Septiembre de 1868.

De ahí que su idea para España fuera la de una autonomía confederada y, Canarias, un miembro más de la República Federal española, visión que se recoge en el frustrado proyecto constitucional de 1873, el cual reconocía a nuestro Archipiélago como un Estado autónomo pero bajo la autoridad de las Cortes. Y también defendió en sus inicios la autonomía para Cuba, aunque acabó reclamando su independencia ("No creí a los guajiros capaces de tan prodigioso esfuerzo", pero rectificó su opinión "al ver que las mujeres y los poetas tenían por único ideal la independencia de Cuba").

Hecha esta necesaria matización, sí es cierto que hoy en Canarias pululan partidos supuestamente nacionalistas desprovistos de ideologías. Como ejemplo, las Asociaciones Tinerfeñas (las que absorbieron a la artificial Coalición Canaria) hablan de España y de Canarias como si en sus planteamientos hubiera ideas, doctrinas, rigurosas filosofías de pensamiento equiparables al Partido Nacionalista Vasco, de tradición independentista.

Y es lamentable el mal uso que de ese noble sentimiento se hace, bien es cierto, en cuanto que ATI (la extinta CC) no es más que un conjunto de intereses personales, hueros, vacíos, y cuyo único pensamiento es llegar al poder y mantenerse en él al margen de voluntades ciudadanas, de mayoritarias decisiones de los votantes.

Sabe ATI que si tuviera que abandonarlo su debilitamiento y desaparición serían fulminantes, inmediatos. Por eso busca desesperadas alianzas con deses- perados y etéreos nacionalistas como los que encabeza Dimas Martín, condenado por malversación y fraude: es bien seguro que se abrazarán invocando la necesidad de una Canarias fuerte, unida, frente a los atropellos de quienes asientan sus centros neurálgicos en Madrid. Pero sus palabras ya no convencerán, quedarán en los espacios siderales, en el vacío, como le sucederá al señor Bañolas en su candidatura al Parlamento: qué pena de buen alcalde.

Bien es cierto que inteligentes, ordenados, desapasionados y racionales nacionalismos son necesarios, imprescindibles, mientras no se pierda la perspectiva de la universalización, de la pertenencia a una comunidad universal que enriquece, que abre mentalidades, como así nos ha sucedido en Canarias desde finales del siglo XIX.

Pero dejar que ATI, el señor Martín, los jirones de Coalición en Gran Canaria, el señor González (del Centro Nacionalista Canario), el Partido Nacionalista de Lanzarote y otros parecidos se arroguen la representatividad del honroso pensamiento nacionalista en Canarias resulta, como poco, estremecedor, en cuanto que no hay en ellos más que volátiles palabras, ausencias de ideas nacionalistas, pura escenografía escaparatista que esconde su propio vacío ideológico.

Todo, en fin, al servicio de sus respetables ambiciones personales pero sin que los corazones de ese vaporoso nacionalismo palpiten con auténticos sentimientos de regional canariedad y visión amplia, serena, desprovista de mezquindades.