Hay palabras que carga el diablo, y silencios que retumban como un obús en sede parlamentaria. Ocurrió ayer cuando, en aparente olvido de que representa a todos los canarios, y no sólo a los que tienen ficha de CC y poltrona, Paulino Rivero eludió por todos los medios condenar en el Parlamento autonómico el desvarío que significa plantear la conversión de Canarias en un estado libre asociado, como proponen Miguel Zerolo y el herreño Tomás Padrón para supuestamente homologar en las Islas el modelo de vinculación de Puerto Rico a los Estados Unidos de América.

Sólo la ceguera total, o el absoluto cinismo, impedirían admitir como un hecho acreditado que determinados miembros de CC no han empezado a agitar el espantajo de una latencia independentista en Canarias hasta que jueces, fiscales y policías comenzaron a hurgar en papeles privados y documentos oficiales en busca de rastros de presunta corrupción. Es palmario en el caso de Miguel Zerolo, en su huida hacia adelante desde que los sumarios judiciales de Las Teresitas y Fórum Filatélico amenazaron con torcer una carrera política que ya languidecía desde muchos meses atrás por los cruces de filias y fobias dentro de su propio partido.

Proclama estos días Zerolo que tiene derecho a reflexionar sobre el modelo político deseable para Canarias. El mismo que tienen los ciudadanos estupefactos ante la repentina deriva soberanista de una criatura política que viene a ser la quintaesencia del establishment chicharrero, palos de golf incluidos.

Pero lo grave no es que Zerolo disparate como le venga en gana, haciendo uso, en efecto, de su libertad de pensamiento. Lo realmente dramático es que, preguntado a los efectos en sede parlamentaria, todo un presidente del Gobierno se abstenga de condenar sin rodeos un juego tan políticamente interesado como perverso. Y que, no contento, encima deslice desde la tribuna que, si alguien enciende una mecha, los culpables no serán quienes coqueteen con los fósforos sobre un charco de gasolina, sino el PSOE por alimentar un sentimiento de marginación que sólo florece en el cerebro anoréxico y senil de esta exhausta y desquiciada Coalición Canaria.