Son razones encadenadas para el vértigo. El proceso concursal a que ha pedido someterse la inmobiliaria Martinsa-Fadesa no es sólo la mayor suspensión de pagos de la historia de España ni una pesadilla para las más de doce mil familias que viven el sobresalto de contratos de preventa con adelantos a cuenta de miles de euros que además no pueden interrumpir para no entorpecer sus derechos de reclamación. Sino otro gigantesco aldabonazo que demuestra los sustos aún por venir como salpicaduras del estallido de la burbuja inmobiliaria y, en el caso de Canarias, un ejemplo más o menos dramático de hasta dónde pueden llegar todavía las consecuencias del pinchazo del ladrillo.

Dicen quienes conocen el negocio que las crisis tienen un efecto análogo al de la selección natural de las especies, pues desalojan del mercado a aquellos advenedizos que acuden al negocio sin conocer sus tripas y sólo cuando éste se recalienta y genera dinero fácil. No es el caso de Fadesa, más allá del aparente exceso de optimismo de Martinsa cuando adquirió la empresa por 4.000 millones de euros en la creencia de que las viviendas no verían caer su precio. Pero sí el de cientos de pequeñas empresas creadas en Canarias al calor del boom con un simple camión, o incluso a veces sin él, para subcontratar obra a las grandes promotoras y que ahora ven desplomarse sin remedio sus expectativas de negocio, mientras envían un día tras otro al paro al eslabón más débil de esta cadena diabólica, que son los trabajadores. Empresas sin conocimientos suficientes y con trabajadores inexpertos que dejaron en el mercado un desesperante rastro de viviendas con un acabado desastroso y en los juzgados una ingente cantidad de reclamaciones civiles.

Pero, visto el escenario, las chapuzas de los muchos Pepe Gotera y Otilio no son ahora más que una anécdota insignificante en comparación con el verdadero impacto de la crisis en términos de desempleo, depauperación de determinadas escalas de la sociedad y desesperación de familias incapaces de hacer frente al pago de las hipotecas ante bancos que transmutaron la sonrisa bondadosa de cuando dieron los préstamos por el colmillo afilado de un acreedor sin entrañas.