Desde que, casi coincidiendo con los primeros indicios del pelotazo de Las Teresitas, hilo del que se comenzó a tirar hasta que fue tomando forma un complejo caso de corrupción "de libro", algunos se dedicaron a darle fuelle a un independentismo tropical y chantajista ad hoc. Muchas veces se le ha preguntado a Paulino Rivero su opinión sobre los disparatados pronunciamientos y nada veladas amenazas de círculos afines o próximos a ATI.

Pero de entre todos los desvaríos tribales sobresalen los ponzoñosos editoriales del periódico 'El Día', que trata de compaginar el independentismo regional con la inquina visceral, primitiva, a la isla de Gran Canaria, a la que se pretende convertir en una colonia explotada por la 'metrópoli'. La campaña para poner al Teide en el centro del escudo autonómico, destacando este triángulo sobre los otros seis restantes, o para obligar a que el Gobierno y el Parlamento cambien el nombre a la isla de Gran Canaria quitándole el Gran, no son los únicos disparates, sólo los más llamativos por su falta de cordura y realismo y por el cimiento de odio que tienen debajo. Los editoriales casi por antonomasia, parafraseando al recordado Luis Carandell, podrían muy bien dar para una 'Bananaria Show' que tradujera aquel 'Celtiberia' de la España de pandereta al Archipiélago actual.

Los insultos a los grancanarios son inconcebibles en la Europa posterior a la derrota del nazismo y, en última instancia, al fanatismo serbio que dio lugar al estallido de la ex Yugoslavia. Situaciones parecidas, en cuanto a la denigración de otros colectivos, son el caso vasco, con los abertzales, o algunos sectores del catalanismo más radical y cerril. En resumen, que los textos que antes eran homilías dominicales, pero según ha avanzado el resentimiento, se han convertido en cartas pastorales cotidianas, sólo pueden ser analizados desde el paso del resentimiento al fanatismo xenófobo que echa mano hasta de los más extravagantes y disparatados mitos, siendo el deporte intelectual preferido la ley del fonil y ver la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio.

Ante la persistencia de este mensaje de encono y bronca casi racista, o sin casi, que promueve el levantamiento social tinerfeño contra Gran Canaria y llama a nada menos que a quitarle el Gran 'manu militari', en algunas ocasiones se le ha pedido su opinión a Paulino Rivero, que ha dicho que no gobierna para los intereses de ATI ni para los de Tenerife, sino para los de toda Canarias. En sede parlamentaria, o en ruedas de prensa, no puede ocultar el presidente lo que le incomoda la pregunta. A la que responde de acuerdo con una plantilla: no entra en las competencias del cargo juzgar la línea editorial de un grupo de comunicación, por lo que a este respecto no tiene nada que decir; y en cuanto a lo de quitar el Gran a Gran Canaria, que ha dejado de ser una coña marinera para tener una creciente repercusión en ciertos ambientes tinerfeños, bien es cierto que de los necesitados de ajustar los tornillos de la buena fe, el realismo y las reglas del juego, suele argumentar Paulino Rivero que en la presunta circunstancia habría que ceñirse a lo dispuesto por el Estatuto e iniciar los trámites reglamentarios. ¿Estupidez, cobardía o ganas de llevar la cuestión a la Cámara para fortalecer la imagen en el granero electoral fundacional de ATI?

Decir que el presidente no puede entrar en la línea editorial de un periódico es una media verdad, o sea, una gran mentira. Desde luego, si la línea editorial se enmarca dentro de los límites del Estatuto y la Constitución, el Gobierno no debe entrar, y sin embargo lo hace, agraviando a los que no le siguen a pies juntillas, a los críticos o a los que mantienen su independencia, a los que trata con soberbia pueblerina. La forma de entrar es, además, altanera y barriobajera, al borde de la prevaricación, por la manera en que se reparten los dineros públicos.

Pero no se está hablando de una doctrina que pueda discrepar en lo accesorio, aunque coincida en lo fundamental: el Estatuto, el equilibrio regional, el respeto de todos los canarios a todos los canarios. Se trata de que desde un púlpito privilegiado se insulta, amenaza, injuria a una isla, y a cuyos ciudadanos considera ladinos, miserables, ladrones, hez y escoria, ejemplos del mal absoluto sin mezcla de bien alguno, erial nauseabundo, maloliente y con cuatro matojos... Como ha quedado suficientemente acreditado con las recientes sentencias, sustentadas en amplia jurisprudencia del TS y TC que condenan al locutor de la COPE Jiménez Losantos, una cosa es la libertad de expresión y otra el insulto mendaz.

Con independencia de las demandas o querellas que pudieran presentar partes concernidas por la lesión de la imagen de Gran Canaria y sus nocivos efectos para el turismo y su prestigio exterior, además del derecho al honor y la dignidad, Paulino Rivero no se puede parapetar tras unos estúpidos fuegos artificiales. Debe demostrar que cumple con su deber de proteger a todos los canarios por igual, y su primera obligación es rechazar con palabras claras las palabras oscuras de la envidia y el rencor. No basta con irse por las ramas de los reglamentos, gasolina para apagar el fuego, y acudir al circunloquio para escurrir el bulto de la responsabilidad; especialmente, si las tribunas que lanzan consignas de odio están financiadas en parte con cargo a los Presupuestos y sus más destacados predicadores de la inquina y el resentimiento ruin son tratados como próceres y dignidades por quienes deben marcar distancias con los que promueven la confrontación interinsular. Es verdad que no conviene entrar al trapo de estos acomplejados y soberbios decimonónicos imperialistas de campanario, pero asimismo lo es que hay que licuar la nieve antes de que se haga bola.

(tristan@epi.es)