Unamuno destacaba que Dios colmó a los españoles de ingenio, porque el genio lo reservó para otras razas. Con más ingeniosos que ingenieros, José Bono anda sobresaliente en la pirotecnia verbal, por última vez al equiparar el presupuesto del Congreso con el "último fichaje estrella de la Liga", del que le separan cuatro millones de nada.

El presidente de las Cortes acuñaba de este modo la nueva moneda única, el ronaldo -el ibrahimovic, en la traducción catalana-. Su cotización oscila en torno a los 94 millones de euros, según las fluctuaciones del mercado. O sea, el salario mensual de 50.000 españoles. El cambio de denominación se hace imprescindible ante el acoso de los especuladores al euro. En la nueva escala, el subsidio de 425 euros a los parados sin cobertura pasará a llamarse "un minuto de Ronaldo" o ronaldinho.

La comparación de Bono está justificada, dado que los parlamentarios también votan con los pies, pero contiene ribetes peligrosos porque admite la réplica de que Ronaldo genera una expectación superior a su plantilla de congresistas, sin que pueda eludir su responsabilidad personal en ese desfase de audiencias. En mi limitada experiencia, nunca he visto a un niño luciendo una camiseta con el nombre del presidente del Congreso al dorso. Por citar a la mayor depredadora de la especie, una miss no dudaría entre un futbolista de campanillas y un honesto parlamentario, si lo hubiere.

Bono ha revelado que el Parlamento nos cuesta un ronaldo. Pretendía subrayar que su institución tiene un módico precio, pero nos ha confirmado simplemente que también el absentista Ronaldo sale demasiado caro. Incluso quienes son más demócratas que madridistas conocen al goleador, pero su memoria flaquea si se les obliga a recordar los nombres de dos -o incluso uno- de los diputados por su circunscripción. En todo caso, aquí hemos venido a instruirnos so-bre numismática, por lo que aceptamos con Bono que sus parlamentarios viven como Ronaldo y nos vamos a cambiar los últimos euros.