En nuestra cultura la caridad es uno de los dones que embellecen el alma, y el bien se hace por Dios, si se es creyente. Por ello el bien es semilla que se siembra con la esperanza de la cosecha, que es el reconocimiento social o la esperanza del premio en la otra vida. Y para muchos, la alegría de hacer bien está en dar, no en recoger. En Más allá del bien y del mal, Nietzsche duda de que una acción altruista sea desinteresada, y afirma que en el amor, tampoco, y se pregunta: "¿También una acción realizada por amor será "no egoísta"? ¿Y la alabanza del que se sacrifica? Mas quien ha realizado verdaderamente sacrificios sabe que él quería algo a cambio de ellos, que dio algo en un sitio para tener más en otro, acaso para ser más o para sentirse a sí mismo como más". El filósofo deja, pues, clara su idea del bien, que dice no se hace como muchos pensamos, pues haciéndolo se busca siempre algo a cambio. Sin embargo, alguien nos dijo hace tiempo, que estando un conocido suyo en serios apuros económicos, en los que peligraban la estabilidad de su matrimonio y su propia hacienda, le imploró ayuda, abordándolo en su desesperación donde quiera que se tropezaban. Tanto insistió, que acabó por acudir en su ayuda, poniendo así término a todos los problemas que le acuciaban. Le permitió que de manera muy cómoda fuera reintegrándole el importe prestado, y en un gesto de desprendimiento generoso no consintió que se lo devolviera todo. Pasado algún tiempo -terminó aclarándome este amigo-, el beneficiado de su acción dadivosa, cuando lo veía por la calle, giraba sobre sí mismo, y haciendo los quiebros más imposibles, lo evitaba para ni siquiera saludarlo. Esto quiere decir -pensamos- que algunos no perdonan el haberse visto necesitados y en el doloroso trance de solicitar ayuda.