Uno de los fundamentos básicos del Estado de derecho se asienta en el escrupuloso respeto a las ideas ajenas en doctrinas y opiniones y, a su vez, a la libertad para discrepar dialécticamente de las mismas. Ideas que pueden ser tan diferentes como las que defienden quienes creen en la voluntad ciudadana para la regulación política de un país frente a los que justifican o amparan puntos de vista antagónicos.

Obviamente, se trataría de la estricta consideración de los planteamientos ajenos siempre que se defiendan con palabras y, cuando toque, en las urnas. Por el contrario, si violencia verbal, desestabilización de las aceptadas reglas del juego o imposiciones por la fuerza de las armas se usaran, la democracia tiene el derecho y el deber de protegerse frente a los absolutismos con todos los elementos legales de que disponga.

Ante tal aseveración inicial, cabe plantearse hasta qué punto es aceptable que unos jóvenes intenten boicotear -e incluso reventar- un acto político en el cual el señor Aznar, ex presidente del Gobierno, hacía uso del derecho a la palabra en el Aula Magna de la Universidad, Oviedo, espacio reservado para voces ordenadas, sabias, en libertad y respeto. Acto, sin duda, de altísimo contenido ideológico, partidista, opuesto a criterios también ideológicos de quienes discrepan en su totalidad con el ponente de aquel momento. Pero, también, al que el señor Aznar, su público y los organizadores tienen derecho y, por tanto, mi máximo respeto por más que no comparta con ellos ni palabras ni pensamientos, ni voces ni ideas.

¿Puede la sociedad permanecer impasible frente a quienes llaman fascista en público -el término connota ideología dictatorial derechista- a un ciudadano que recurre a la libertad de expresión reconocida ya no sólo en la Constitución sino en cualquier Estado democrático y de libertades? ¿Hasta dónde puede llegar la autonomía de unos ciudadanos para obstaculizar un acto público y agraviar a una persona que intenta expresar sus ideas pacífica y sosegadamente? Porque el señor Aznar no invitaba a la toma de las armas, a la violencia indiscriminada, a la revuelta con fuegos y pistolas, con involuciones que resucitarían fusilamientos al amanecer, Mares Feas, pozos de Arucas, desapariciones.

No, en absoluto. De la misma manera el señor González, hoy ex presidente del Gobierno, también padeció las iras y las violencias verbales de jóvenes como los anteriores -pero de otro signo, de otro pensamiento- un día de abril de 1993 en la Universidad Autónoma de Madrid. Y tampoco reclamaba el entonces presidente cárceles o gulag, campos de concentración a la manera de la antigua Unión Soviética. Pero fogosos jóvenes, apasionados y desordenados como los anteriores forzaron su retirada y le cercenaron el sagrado derecho a la libertad de expresión.

Y el 12 de octubre de 2007 el señor Zapatero, presidente del Gobierno, recibe una fuerte pitada y una ola de insultos mientras se encuentra en un desfile militar. ¿Quiénes fueron sus autores? Desde luego, no los que insultaron al señor Aznar. Justo dos años después, y durante hora y media, una "incontrolada muchedumbre" vociferó gritos contra el presidente, lo que le pareció "una falta de respeto absoluta" al alcalde de Madrid, señor Ruiz Gallardón.

Pero entre los señores Aznar, González y Zapatero hay una grandísima diferencia: sólo el primero elevó la mano y mostró a los alumnos el dedo corazón, compuesto por tres huesitos o falanges: primera, segunda o falangina y tercera o falangeta. ¿Reminiscencias, bufanda roja sobre corbata azul? ¿Vulgaridad?