Efalis es el reservado título de la exposición que muestra el artista Agustín Hernández en la galería Saro León en estos días. Fiel a la disciplina que lo eligió y que él procura con esmero, nos encontramos con la madurez formal del artista en estas sencillas, humildes, místicas piezas que se derraman en el suelo de la sala o reptan las paredes.

Si situamos en el contexto vital de Agustín Hernández términos como religión y mito, belleza, silencio, soledad, serenidad, alegría o sufrimiento, estaríamos a un paso de articular una comprensión que nos aleje de los convencionalismos que el arte muestra en la actualidad: tradición y revisión y sobre transición, reedición.

En la intrincada geometría de estas esculturas, está impresa la huella del ser humano y de sus construcciones, fábricas que la mundialización dejó llenas de grietas y desconchados. En este arte limpio, donde la coherencia se exhibe soberana, da un nuevo dinamismo en el tratamiento de sus elementos, en especial en la articulación de los espacios y las piezas, de los sutiles rastros de cromatismos primitivos y de los espacios interiores que encadenan las obras: medida, plano, luz, textura.

Es equilibrio existencial este trabajo de Hernández, que posee la virtud de no engañarse ni engañarnos, de sentir aquello que desvela y llevarlo, así de sencillo, despojado, absuelto de injerencias, que no de influencias, hasta dar con el habla que comunica perfección. Aquí se redime el caos que se apodera del mundo y de sus seres. Agustín trasmite su experiencia creativa en la soledad del estudio y creo que el resultado respira el espíritu de aquellos que han transitado la misma huella con los pies desnudos pero no descalzos.