Crecen los dispositivos de vigilancia de los estados. A la vez, ese afán de supuesta protección de los ciudadanos vuelve a estos más inseguros. Afortunadamente vivimos como si no pasara nada. Tampoco parece soportable vivir permanentemente con el alma en vilo. Más de uno de nosotros querrá ser un Robert Walser cualquiera, plantearse desaparecer y ser nadie.

Sin embargo, difícil sustraerse al control de las instituciones. "Es tan hermoso no ser nada, es mucho más apasionante que ser algo", escribió este escritor suizo que siguió su propio ejemplo. No parece fácil seguirle en su propuesta de pasar desapercibido. Nos persiguen las cámaras y su mirada vigilante torna la presunción de inocencia en suposición de culpabilidad. De ahí que convierta en asesinos y en terroristas a ciudadanos corrientes en lugares corrientes.

Ya puede usted estar en un aeropuerto y temblar de miedo porque no soporta los aviones, y el escáner le identificará por su sudor corporal como sospechoso, o usted puede ser una persona que viaja con unos amigos a Francia y en un pis-pas, en el interior de un supermercado, se volverá un etarra. Es el caso de los cinco bomberos catalanes, cuya pesadilla vivida pudo haber terminado en tragedia. Después de ser alertados por algún familiar de que estaban en busca y captura, se refugiaron en su hotel.

Ante los sucesos ocurridos, el Gobierno de Francia se ha lavado las manos, justificándose con las siguientes palabras: "En cuanto pensamos que eran los etarras lo hicimos público para recabar información.

Si hubieran sido etarras y hubiéramos tardado, habríamos obrado mal". Y Zapatero coronó estas declaraciones pidiendo que no se exagerara el error. Parece la actitud de servidumbre propia de quien necesita complacer al amo para no ser ignorado. Es el único modo de entender que se califique de error lo que lleva el nombre de negligencia. ¿O se llamará connivencia?